Espectáculos

El zapatero prodigioso

Por UNO

El zapato es uno de los accesorios cotidianos más preciados de las mujeres, al punto que trascendió su categoría de objeto funcional para consagrarse como fetiche conceptual. Y la industria de la moda está, como nunca antes, hipnotizada ante la dimensión que este protagonista del guardarropas ha cobrado en términos de negocio.

Con gurúes internacionales como Marc Jacobs, Christian Louboutin y Manolo Blahnik, el fenómeno tiene no sólo eco sino un adalid equivalente en la Argentina: Ricky Sarkany, el empresario y diseñador que ha conquistado el gusto de figuras locales -como Susana Giménez, Mariana Fabbiani y Leticia Brédice- y celebrities extranjeras -como Kate Moss, Salma Hayek y Naomi Campbell-.

Pero, esencialmente, sus creaciones "son objeto de deseo de mujeres anónimas pero modernas, con mentalidad joven, que valoran la calidad y saben perfectamente lo que quieren: un calzado sexy, dinámico, transgresor y con un sello especial de marca", conforme caracteriza Sarkany.

Licenciado en Administración de Empresas y doctor en Ciencias de la Administración, con másters en Marketing y Administración Estratégica, el designer de la eterna sonrisa no es un improvisado en el negocio de la moda. Ni un heredero conformista, ya que pertenece a un linaje emprendedor, vinculado al shoemaking artesanal, que conoció tantos éxitos como sinsabores. Hoy, su marca posee 9 boutiques en la ciudad de Buenos Aires, además de estar presente en otros 48 puntos del país.

Y, en el marco de su expansión internacional, en los últimos años abrió tiendas exclusivas en Barcelona, Miami, Monterrey, Panamá y Santiago de Chile, que se sumaron a las ya existentes en Bolivia, Paraguay, Uruguay y Colombia. Por si fuera poco, la última década también fue testigo de la diversificación de su portfolio, tanto en categorías (trajes de baño, marroquinería, lencería y fragancias) como en target, al incluir propuestas para hombres pero también líneas infantiles.

- Existen interpretaciones culturales, políticas, económicas e incluso psicoanalíticas respecto del significado del zapato en la sociedad occidental. ¿Cuál es su definición?

- Una cosa es el objeto en sí mismo y, otra lo que representa para las personas. Para los hombres es un bien de uso. Pero, para las mujeres, es mucho más. Es gratificación. Ahora, la respuesta al por qué de tanta pasión, sigue siendo incierta.

- Con tantos años a los pies de las fashion victims, debe haber llegado a una conclusión...

- Tengo una respuesta en la cual no creo totalmente, pero que es simpática. En principio, está claro que un hombre compra zapatos porque se le agujerearon los anteriores o porque no se los banca más. La mujer, en cambio, se los compra cuando está contenta, enojada, triste, eufórica, cuando tiene una reunión o porque sí. En realidad, cualquier excusa es buena: si el modelo tiene la punta angulosa, si el color es diferente o el taco es osado. Es una pasión absoluta por un artículo de la vida cotidiana que las mujeres experimentan, quizás, sólo también por las carteras. Siempre recuerdo aquel capítulo de la serie Sex & the city en el cual el personaje de Sarah Jessica Parker es asaltada e implora: "Róbenme todo, menos mis zapatos". Todo ello me ha llevado a concluir que la pasión de las mujeres por los zapatos se puede remontar al cuento de la Cenicienta, donde es símbolo del amor y la felicidad. Y, a partir de esa ilusión de la infancia, han aprendido a expresar muchas otras cosas a través de ellos. En principio, poder.

- ¿Esa evolución simbólica se traduce en una mayor exigencia?

- Lo que pasa es que, ahora, la moda está de moda. Antes, uno no conocía la cara del diseñador, así como tampoco interesaba quién era la modelo que desfilaba alta costura en el Alvear Palace Hotel. Pero hoy existen los fashion week, a los que la gente asiste en lugar de ir al cine o al teatro, así como lee una infinidad de revistas y blogs de estilo. Entonces, no es que la consumidora exija de modo distinto, sino que la globalización hace que se viva en tiempo real. Y eso hace que uno esté interiorizado de lo que pasa en Roma, Milán, Nueva York y París, que son los principales centros de la moda internacional. Antiguamente, un fabricante viajaba al Hemisferio Norte para comprar los modelos que se estaban usando en la contratemporada y los replicaba localmente seis meses más tarde. Eso ya no se puede hacer porque la gente ya vio todo.

El presente de Ricky Sarkany sólo puede comprenderse a la luz del pasado de sus padres (y los padres de sus padres), protagonistas de una historia común a muchos inmigrantes, pioneros y emprendedores que han sufrido crisis económicas pero también humanitarias -como son las guerras-, y que han podido superarlas con sacrificio y trabajo. Sarkany es la cuarta generación de un clan de artesanos zapateros, originarios de Budapest, que llegó a la Argentina en la figura de su padre, hacia 1950. "Exiliado del régimen comunista húngaro y sin manejar el idioma, aquí logró relacionarse con un puñado de comerciantes a los que comenzó a venderles sus zapatos. En una oportunidad, les ofreció una colección de botas, que eran las primeras que se hacían en el país. Pero fueron rechazadas por su reminiscencia militar y porque nadie creyó que fueran prácticas en un clima húmedo como el porteño. De ahí viene el chiste que dice que, para poder subsistir, se las vendió a las prostitutas, quienes las empezaron a imponer. Además produjo las primeras sandalias, que fueron igualmente rechazadas porque se consideraba antiestético mostrar los pies. Y también se las vendió a las prostitutas (risas). Hasta que, finalmente, se alineó al gusto de los comerciantes e hizo los zapatos que gustaban", evoca con un dejo de pícara nostalgia.

- ¿Es cierto que la marca lleva su nombre a pesar suyo?

- Un día, mientras todavía cursaba en la facultad, me enteré de que mi padre había abierto al público. Pero, también, de que le había puesto mi nombre, porque publicó un aviso en el diario. ¡Yo nunca hubiese estado de acuerdo con eso! Primero, porque por entonces no había marcas con nombre y apellido. Y, fundamentalmente, por el valor de la privacidad, que hoy tengo anulada. No nací para ser famoso: no voy a eventos, ni a casamientos, a duras penas voy a mis desfiles. Pero, desde ese día, de alguna manera, tengo mi vida condicionada.

- ¿Le costó aceptar ese nivel de exposición?

- No me quedó otra opción (sonríe). ¡Es que el aviso decía: "Compre zapatos en Ricky Sarkany, el calzado más caro del país, a precio de fábrica". Pasada esa impresión inicial, los recuerdos son gratos. Al principio, cuando veíamos que una mujer estacionaba frente al local, nos peleábamos por atenderla con mi papá y con mi hermana. ¡Es que, por primera vez, conocíamos a la usuaria y podíamos ver en sus ojos si le gustaban esos zapatos que, al lado de lo que existía, parecían platos voladores! Al mismo tiempo, empezamos a conocer a modelos, editoras de moda, famosas y gente de los medios que, en general, estaban interiorizadas de las nuevas colecciones. Hasta entonces, lo normal era que, si veías a alguien con zapatos originales, se los hubiera comprado en París. A partir de nuestra apuesta, lo distinto empezó a ser de y estar acá.

¿Cuáles fueron las metas que se plantearon?

Nuestro sueño era hacer 40 pares de zapatos porque, si los vendíamos, habíamos calculado que podíamos vivir maravillosamente bien... ¡Y tener vacaciones! Nunca imaginamos que íbamos a llegar a hacer 3 mil pares por día, como fabricamos ahora, en alta temporada. Tampoco soñamos que íbamos a tener locales en los shoppings, franquicias en el interior y tiendas en el exterior. Y todo eso lo tenemos porque nunca nos fijamos objetivos. Simplemente, sabemos que podemos superarnos y, como dice mi padre, ver lo que todos ven pero pensar lo que nadie pensó. La idea es seguir creciendo, como desde hace 30 años. Pero, sinceramente, nunca imaginamos que íbamos a diseñar carteras y cinturones haciendo juego con los zapatos...

- ¿Ser elegido por figuras internacionales le enorgullece profesionalmente y/o le conviene en términos de marketing?

- Hicimos zapatos para Gina Lollobrigida, Raisa Gorbachov y Pamela Anderson, también para Ricky Martin, Chayanne y Paulina Rubio. Pero, sinceramente, me interesa mucho más cuando una persona anónima sueña, trabaja y ahorra la plata para comprar un Sarkany. Es cierto que sabemos que vamos por el buen camino cuando personalidades con mucha exposición mediática lucen nuestros modelos, porque comprometen su vida pública y la asocian a nuestros diseños. Es como recibir un premio.

FUENTE: Jesica Mateu - El Cronista