–¿Cómo fue la adaptación? –Es la misma temática y la misma historia, pero estilísticamente hablando hubo que teatralizarla más. La película tiene un tono de comedia medio neutra, gris, opaca, triste en algún momento, y en el teatro decidimos hacerla más expresiva, más excéntrica, más caricaturesca en el buen sentido de la palabra, como aquellas actuaciones del neorrealismo italiano que intenta construir personajes creíbles pero subrayando las acciones y las expresiones vocales. Termina siendo quizás un vodevil, con extremos de situaciones de personajes que entran y salen, con equívocos, muy ágil porque tiene una escenografía casi vertical con diferentes zonas. Fue una idea de nuestra directora, Lía Jelín, para que el espectáculo tenga como una fisonomía cinematográfica en cuanto a la rapidez. Es una obra que tiene 32 escenas o más y si no tenés una agilidad se puede hacer eterno y mortal.
–Además marca tu regreso al teatro con una comedia...–Hice una sola comedia producida por Ricardo Darín con Verónica Llinás en el 2000 que se llamó El submarino. Después, la verdad es que no hice comedia.
–¿Fue una decisión?–No, se va dando. Yo tenía ganas de hacer una obra de teatro así, bien disparatada, que me gustara la temática. Es como la vida, que se presentan opciones y por ahí se te presenta una sola y no tenés cómo decidir, es simplemente esa. En este caso estaba en la mitad del camino. Me dieron esta obra, tenía tiempo para hacerla y elegí hacerla porque tenía ganas y además porque la opción era buena.
–¿El texto incluye una crítica o una ironía sobre la práctica de lo políticamente correcto?–El tema de la discriminación sexual o de la homofobia es algo que, gracias a Dios, por lo menos en Argentina, está bastante superado. Hay apertura e inclusión, y quien tenga un pensamiento homofóbico o discriminatorio sexualmente no es tan aceptado en la gran masa poblacional. Culturalmente es una batalla ganada. Si bien es así, la obra aborda el tema y se va parodiando esa actitud homofóbica. La gente acompaña a la parodia general que es la obra.
–¿Tolerar es aceptar?–La tolerancia me suena “a me aguanto y tengo paciencia”, y la batalla a ganar es “no me tengo que aguantar nada porque no hay nada que me moleste, porque lo veo natural”. Obviamente el primer paso es
una sociedad tolerante, es una sociedad abierta, y el segundo paso es aceptar sin ningún tipo de prejuicio, ni tolerancia de nada. Cada persona es lo que es mientras no le haga mal a otra.
–¿Cómo trabajaste tu personaje?–Está trazado por el sentimiento de culpa. Su actitud es de retracción. Imaginate una persona que se siente culpable de cualquier cosa, eso te lleva a la inacción, a quedarte sin posibilidades de arriesgar nada ni de vivir. Está en una crisis total y eso lo lleva a aceptar una opción tan loca como la que le ofrece ese vecino. Si estuviera más centrado, si fuera más racional y coherente no aceptaría una cosa así.
–Hay una tendencia a montar comedias a las que se llama inteligentes, como fueron Art, El nombre, Un dios salvaje...–Si lográs que la gente se identifique masivamente a través de una narración que no la subestime en su inteligencia y en su buen gusto, eso hace que comercialmente funcione
El placardActúan: Diego Peretti, Alejandro Awada, Osvaldo Santoro, Valeria Lorca y elenco
Dirección: Lía Jelín
Funciones: hoy y mañana, a las 21.30, domingo a las 20. En el teatro Plaza (Colón 27, Godoy Cruz)
Entradas: $180, $200 y $250
Fuente: La Capital de Rosario.