Crítica

Gambito de dama: el mundo es un tablero de ajedrez

Si bien el ajedrez es el eje central de la narración el guión es mucho más ambicioso y refleja otras problemáticas como el rol de mujeres

El pasado viernes 23 de octubre, Netflix estrenó Gambito de dama, una miniserie de siete capítulos (de una hora, en promedio) basada en la novela homónima que Walter Tevis publicó en 1983. Los derechos fueron adquiridos en los años ’90 por Allan Scott, quien escribió un guion que Heath Ledger quería llevar al cine, con Ellen Page como protagonista, pero la prematura muerte del actor dejó trunco este y otros tantos proyectos.

Scott regresa ahora como guionista, junto a Scott Frank (quien también es el director) para contar la historia de Elizabeth –Beth- Harmon (Anya Taylor-Joy) una niña que queda huérfana al perder en un accidente a su madre, que es su única familia ya que ignora quién es su padre.

Estamos en los años ’50, en Kentucky, Estados Unidos, cuando la niña llega al hospicio que será su hogar durante los próximos seis años. En ese lapso, el señor Shaibel (Bill Camp), conserje del orfanato, le enseñará a jugar ajedrez pero la pequeña rápidamente supera a su maestro, ya que es un verdadero prodigio. Esos años internada serán decisivos para Beth, no sólo porque descubrirá allí su pasión y su futura carrera, sino también el inicio de sus adicciones.

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Si bien el ajedrez es el eje central de la narración –quienes lo practiquen van a reconocer defensas, ataques, estrategias y nombres de Grandes Maestros de este deporte- el guión es mucho más ambicioso y refleja otras problemáticas no sólo del mundo del deporte, como el rol de mujeres que han sido pioneras en su ámbito, que se destacan en un ambiente históricamente masculino, sin que por ello se “baje línea” al respecto, sino que las acciones no necesitan de más explicaciones.

También se refleja la ansiedad y la falta de tolerancia ante el fracaso que tienen estos “niños genios”, acostumbrados a la atención y al halago de todos y que sienten ser superiores a sus pares por su talento, pero que se vuelven completamente vulnerables e inseguros cuando pierden o no pueden concretar un determinado objetivo. Muchos ajedrecistas –en la vida real y en esta ficción- comienzan a edad muy temprana esta disciplina, con lo cual sus experiencias y sus logros en la infancia marcan las reglas que deberán mantener en sus vidas para ser grandes campeones.

También se analiza que la genialidad a veces termina llevándolos a la locura, e incluso mencionan los Grandes Maestros que han culminado sus días con enfermedades psiquiátricas, olvidados y de manera trágica. Es un temor que la protagonista experimenta, sobre todo por los múltiples fantasmas que la acosan y la llevan a no poder controlar sus adicciones.

Todo en la serie tiene, como en el ajedrez, un despliegue tan exacto como armonioso, desde el diseño de producción, el vestuario, el contexto histórico –de la Guerra Fría, ya que esta ficción se desarrolla hasta 1968- y una banda sonora que acompaña el relato a la perfección.

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Tal vez, en virtud de la clásica rivalidad entre rusos y estadounidenses en el ajedrez, parece poco creíble que los soviéticos adoren a Beth por encima de sus compatriotas, pero esos deslices en una serie norteamericana suelen suceder y en este caso es sólo un detalle que no opaca una producción que cuenta con un elenco notable, buen guion y ritmo y que disfrutarán no sólo los amantes del ajedrez.

Gambito de reina | Tráiler oficial | Netflix

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