Salpicada de paisajes urbanos y extensiones agrestes, la ruta 9 en ese atardecer era una serpiente dócil y gris, perdiendo su piel en la línea del horizonte, junto a la lenta agonía del sol.

Las manos en el volante guiaban la obstinación de Jorge por llegar lo antes posible a la estación de servicio, después de 18 horas sin dormir. El trabajo terminó imponiéndole un horario temerario y avanzar era una obligación que desafiaba los límites de su cansancio.

Jorge seguía su rutina en el camión, en el que llevaba no sólo la carga, sino también una importante suma de dinero. Los paradores de la ruta se convierten en esas circunstancias en un refugio impersonal, con los servicios que otorgan una tranquilizadora noción de seguridad.

En ese remoto lugar una singular apuesta se libraba entre la muerte y la salvación. La vida de Jorge era lo que estaba en juego.

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El hombre sin miedo

Conoció a Eliana en 1996. Un año antes, Elio, el padre de ella, había fallecido. El hombre que no le tenía miedo a nada había sucumbido ante una enfermedad implacable, que tampoco llegó a atemorizarlo. Su hija quedó con una pena tan extensa, que apenas cabía en su cuerpo diezmado por el duelo. Los efectos corrosivos del dolor se manifestaban, a sus 21 años, como un castigo inmerecido.

Su papá amaba las motos y los trenes eran su trabajo. Era maquinista y Eliana lo acompañó en varios de esos viajes a Buenos Aires, San Juan o Córdoba, disfrutando de la quietud del tiempo adormeciéndose en las vías. En esos trayectos las horas se desgranaban en el deleite del viaje y los paisajes cambiantes, con la experiencia siempre renovada de tener a su padre como compañero de travesía.

Jorge conoció al padre de Eliana por fotos y anécdotas. Desde el principio pensó que podrían haber sido buenos amigos.

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Lágrimas y flores

La ausencia no se tradujo en distancia. Eliana sentía la presencia protectora de su padre, a quien le pedía señales para entender circunstancias adversas o confusas. Podía leer las respuestas en trazas de la cotidianeidad, como una sombra fugaz o el arrullo de un tren lejano. La permanencia de su amor era la prueba de la inmortalidad de ese vínculo, sellado en lágrimas y flores.

En una ocasión, su hermana le sacó una foto, con una pared blanca como única compañía. Eliana vio en la imagen una sombra que no le pertenecía. Delgado y alto, su padre se había impreso en la superficie clara, cercano y presente como ella lo seguía soñando.

El encuentro

Jorge y Eliana se fueron a vivir a Córdoba. Para el 2017 él trabajaba en el camión de una empresa y con el respaldo de su lealtad, también hacía cobranzas. Por eso, ese día en la ruta 9 llevaba consigo tanto cansancio como dinero.

Antes de que la noche se impusiera, quería estar en la estación de servicio de San Marcos Sud, en Córdoba, porque además de los servicios esenciales, contaba con personal de seguridad. Con tanto dinero en su poder, era la opción más cercana para evitar contratiempos.

La ruta, el atardecer que de tan cotidiano ya no lo conmovía y las voces lejanas de la radio, lo fueron abandonando poco a poco. En esos momentos extrañaba una compañía, no sólo para alternar las horas de manejo y descanso, sino para no sentirse tan abandonado en el medio de pasturas y asfaltos desparejos. No es de extrañar entonces que esa monotonía lo llevara al sueño.

El camión que conducía Jorge, ahora lo conduce a él, abandonado de reflejos y conciencia. No puede advertir que la velocidad del vehículo se incrementa ni que muerde la banquina. Se dirige, con una voluntad macabra, hacia una de las columnas de un puente, sin más testigos que el infortunio y la soledad.

Alguien le aprieta el hombro y le ordena que se despierte. Sin sobresaltos, abre los ojos en la escena que lo tiene como involuntario protagonista. Con tranquilidad gira suavemente el volante, porque una maniobra brusca podría hacer que vuelque. Respira profundo. Ya no se siente solo y sin temor a equivocarse dice en voz alta: “Gracias, Elio”.

Detrás suyo una voz fuerte y desconocida le dice que tiene que cuidarse por su esposa, por Eliana. Y lanza un desafío, antes de perderse en el silencio que apenas interrumpe la música de la radio: “Preguntale a Eliana a qué le tenía miedo cuando iba a la calesita”.

Repite mentalmente el mensaje, palabra por palabra, hasta llegar al parador. Para él no tiene sentido. No hay ninguna historia que le haya contado su esposa que se refiera a eso, porque Jorge sabe quién es él, su fugaz compañero de viaje. Con el paso de los minutos no comprende si su cuerpo tiembla por haber escapado de una posible tragedia o por la emoción del encuentro con Elio, el hombre que nunca llegó a conocer.

Extraordinario

Llegó a la estación de servicio y miró los rostros de quienes servían café, de los que apuraban una cerveza en la mesa más alejada, de la familia que debatía si seguir en viaje o pasar la noche allí. Lo cotidiano, a los ojos de un sobreviviente, se vuelve extraordinario.

Volvió al camión con la sensación intacta de no ser el mismo que inició esta travesía y llamó por teléfono a su esposa. Apenas le dijo que alguien lo había salvado, ella empezó a llorar.

La sortija

Eliana iba con su papá a la calesita del parque General San Martín y como todos los niños, quería quedarse con la sortija que le aseguraba una vuelta más, gratis.

Cada vez que su delgado bracito se estiraba para conseguirla, más brusco era el gesto que lo impedía. A fuerza de no alcanzar nunca su premio, el rostro sombrío de quien le negaba la sortija empezó a darle miedo. La niña comenzó a fundir en esas salidas la alegría, la frustración y el temor.

Elio leía esas señales en el rostro infantil y encontró una solución: le pagaba al hombre de rostro adusto para que Eliana cada vez que iba a la calesita, pudiera quedarse con la sortija.

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Esta vez, el padre consiguió una vida más para Jorge, el hombre desconocido que cuida a su hija desde hace años. Eliana sonrió esa noche al escuchar ese mensaje, como cuando la sortija quedaba apresada en su mano. Como una plegaria dijo para sí y para él: “Una vuelta más, papá”.

Si querés aportar a los Cuentos de Terror de Marcela Furlano y contarnos una historia que te haya sucedido, esperamos tu mensaje de texto o audio, los lunes en el programa "Días Distintos", de Radio Nihuil, los lunes de 13 a 15, al 261-6177997.

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