No fue fácil. Convocar a casi todos, después de 50 años, implicó un trabajo silencioso, paciente. “Fue un trabajo de hormigas que finalmente dio sus frutos”, resumió Darío, quien ingresó al colegio con apenas siete años, allá por 1965.
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En la capilla, como cuando eran adolescentes. El hermano Renigio, de 91 años, les dio una cálida bienvenida.
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Las charlas del reencuentro giraron en torno a la familia, los nietos, el trabajo, pero sobre todo a aquellas anécdotas que resisten al paso del tiempo y que parecían haber estado esperando este momento para salir a la luz, intactas.
“Esto fue algo que debíamos hacer, que formaba parte de un recordatorio importante para todos nosotros y así fue”, expresó Darío. Y no se refería solo al reencuentro en sí, sino a lo que implica regresar, aunque sea por unas horas, a los lugares donde uno empezó a ser.
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El momento de izar la bandera y todas las emociones juntas.
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“Esta vez no fue solo el típico asado entre unos pocos —explicó—, sino una jornada completa de emociones, y en el colegio, cerca de la Virgen, del sagrario, de los lugares que recorríamos todos los días de niños y adolescentes”.
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Un tramo de la misa luego de 50 años de despedirse de la institución.
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El nombre que eligieron para el grupo —“Restos del 75”— habla con ironía y ternura de lo que queda, la esencia de un vínculo que sobrevivió al tiempo.
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En definitiva, un encuentro que, cinco décadas después, demostró que lo verdaderamente importante no se pierde.