¿Qué es ser periodista? La pregunta, excusa perfecta para escribir esta columna, justamente, en el Día del Periodista, me invita a contarlo con un ejemplo claro, concreto y reciente: el caso de Alejo Arias, el mendocino que estuvo preso casi dos años en El Salvador y que volvió a su casa el jueves por la tarde, tras una odisea que incluyó la cárcel y la incomunicación absoluta con sus seres queridos a más de 5 mil kilómetros.

Ser periodista es, por ejemplo, haber conocido el caso Alejo Arias y haber buscado y tomado contacto con los desolados padres, Sandra y Mauricio. Es haberse empapado de la historia previa para empezar a contarla.

Pero no solamente eso: también es haberla seguido, un poco a la distancia, a través del tiempo, en busca de novedades, como la realización de la bendita audiencia judicial que hace poco más de una semana determinó su expulsión y regreso al país una semana más tarde.

Alejo Arias aeropuerto El Plumerillo-familia
El final feliz del caso Alejo Arias, otro desafío para el periodismo.

El final feliz del caso Alejo Arias, otro desafío para el periodismo.

Ser periodista es también haber chequeado información sensible y haber facilitado el contacto mano a mano de los familiares con gente del poder; porque ser periodista nos da herramientas a los que no todos tienen acceso directo.

Ser periodista es también saber esperar y callar porque Diario UNO supo de la audiencia judicial de Alejo Arias apenas terminó pero debió hacer silencio durante una semana para que las negociaciones diplomáticas entre Buenos Aires y El Salvador no fracasaran. Que el joven volviera al país era la cruzada colectiva. Y el periodismo adhirió a esa consigna.

Periodista/equilibrista

Ser periodista también es, a veces, dejar que ciertas cosas sucedan, aunque a uno le piquen la lengua para decirlo en radio o la mano para escribirlo en el diario, para contarlas recién cuando sea el momento preciso.

Ser periodista es también tensión. Media o altísima, según demande la ocasión. Es tener fuentes confiables, estudiar y capacitarse. Para hacer un buen laburo y no vender "pescado podrido", expresión de la jerga muy de antaño que hoy podría redefinirse como "fake news".

Ser periodista es, también, pasar largas horas de espera y cautela para informar, sin demoras y de modo confiable, que Alejo Arias había vuelto al país y que ya se había abrazado con los padres en el aeropuerto de Ezeiza mientras en Mendoza la mayoría iniciaba el momento del descanso.

Tanto o más delicado que manejar otros datos tan sensibles, como la inminente renuncia de un juez y la designación del sucesor. Y el dictado de un fallo. O la identidad de personas fallecidas en un accidente. O asesinadas.

Ser periodista también es servicio, como informar de un choque en hora pico en los accesos o darle visibilidad a historias de vida que merecen ser contadas.

Ser periodista suele tener, a veces -las menos, claro está-, momentos de satisfacción por la nota conseguida y publicada. Pero también de emociones vertiginosas, positivas y/o tristes. Ahí, amigo lector, las emociones van a mil. Intimidad pura.

Y vuelvo entonces al caso Alejo Arias como ejemplo reciente de trabajo periodístico al minuto y comprometido. Y aviso que voy por el lado de las emociones.

Periodismo y emociones a flor de piel

Ser periodista es también haber escuchado a los padres y al propio Alejo Arias en el aeropuerto, el jueves último, abrazándose con parientes, amigos y vecinos que habían llegado desde Rivadavia para recibirlo, y ser testigo privilegiado y atento de ese episodio para poder contarlo con claridad y mucha data y sin golpes bajos.

Pero créame, ser periodista es haber respirado hondo -muy hondo a veces- y haberse contenido para no ir con lágrimas en los ojos y abrazarse con los Arias, los abuelos y demás allegados y sumarse a esa emocionalidad a flor de piel que también es propia de los que abrazamos la vocación y la pasión por contar.

Nos quieren, no nos quieren, nos quieren...

¿Somos metidos donde muchas veces ni nos llaman? Ni lo dude.

¿Odiables? Claro que sí.

¿Agradables? También.

¿Necesarios? Tenga la certeza de que sí.

Somos hasta imprescindibles, diría, más allá de que a veces ligamos una que otra puteada. Pero también nos gratifican el agradecimiento y la sensación del deber cumplido.

Y esta última aseveración no es antojadiza ni fruto de un ego exaltado y fenomenal, sino una conclusión lógica y razonable porque, cada día, aunque muchos no lo sepan, nuestros celulares y casillas de mail son depositarios de una confianza de oro: la de quienes tienen problemas no nadie puede resolver ni atendería de no ser por la visibilidad periodística.

Anote: padres que llevan años sin ver a sus hijos por demoras y tratamientos judiciales cuestionados, madres que reclaman que no se les paga la cuota alimentaria, usuarios de planes de ahorro para el 0 KM que esperan decisiones claras y concretas, usuarios que llevan meses sin agua y otros que reclaman por la contaminación del agua que beben en zonas productivas. Y hay más ejemplos pero, mejor, dejar el anecdotario cíclico para otra vez.

Ser periodista, mi elección de vida

Soy periodista desde 1993 cuando Pedro Requena me dio la primera chance de escribir notas en la revista Aconcagua de TV x Cable en su casa; así, de la máquina de escribir pasé a la computadora y al fax.

Ya en 1995 fui notero de Canal 7 en las calles y en aquel octubre me sumé a Diario UNO, mi segunda casa, mi segunda familia. Luego abracé, de modo adicional, otras pasiones, como la radio, y otra que es prima hermana del periodismo: la literatura. Otras formas de contar.

Ser periodista es hacer equilibrio entre quienes quieren que ciertas cosas se digan y quienes jamás querrían que las contásemos. Cintura. Prudencia. Estrategia pura. Desafío permanente.

Cambiaron los tiempos y las modas y la Inteligencia Artificial es como un bicho raro al que muchos miramos de reojo. Pero somos, esencialmente, personas ganadas por una vocación y una pasión raramente comprensibles para muchos.

Trabajar en días y horarios poco habituales para la mayoría es lo nuestro. Hablar con poderosos y desconocidos, también.

Confesiones de un periodista

Lo hacemos lo mejor que podemos. Sabemos que somos eco del humor social. No somos perfectos ni queremos serlo. Nos sabemos necesarios. Nos sabemos oreja de muchos. Pero también una piedra en el zapato para más de uno.

También festejamos nuestros logros. En equipo y en solitario. Confesión: el jueves, tras la faena periodística de la liberación y vuelta a casa de Alejo Arias, brindé por él y los suyos y por el laburazo que hicimos en Diario UNO y Radio Nihuil, de modo particular: hamburguesa doble al paso. Larga vida a Alejo y larga vida al periodismo, me dije.

No somos millonarios y también llegamos a fin de mes como podemos. Andamos en colectivo y vivimos una vida bastante parecida a los demás. Nos duele el dolor ajeno y sacamos fuerzas de no sé dónde -¿de la pasión tal vez?- para plantarse frente a la página en blanco o a la luz roja de la radio que habilita la palabra para volver a empezar.

Y todo eso es una ecuación perfecta para seguir adelante. Cada día. Hábil o feriado. Primero de enero o tarde de Navidad entre pan dulce y computadora. A las 4 de la mañana o a las 6 de la tarde. Atentos. Receptivos. Lo más profesionales posibles. Críticos. Preguntones.

Ser periodista es todo lo antes dicho y más. Mucho más de lo muchos podrían creer porque, aunque tengamos el don de la palabra a flor de labios o dedos, a veces, las palabras son insuficientes -o escasas- para expresar tanta pasión.