Nueve niños intentan que no desaparezca el pueblo donde viven. Apenas quedan 20 alumnos en la escuela y 68 personas en el caserío. Preocupados por esto, iniciaron una campaña de difusión para generar interés y que sea visitado por turistas. Incluso crearon dulce, champú y crema humectante con plantas de la zona para venderles a los paseantes.

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Polvaredas está entre montañas, camino a la frontera, a 150 kilómetros de la ciudad de Mendoza, 38 kilómetros más allá de Uspallata y a 2.400 metros sobre el nivel del mar. Como muchos pueblos, creció alrededor de la estación de trenes.

Originalmente el trazado y la estación estaban en otro lado, pero en los años 30 un alud se llevó todo y las vías, la estación y el pueblo fue reubicado donde creció después y donde amenaza a desaparecer ahora, a la vera de los rieles y de la ruta 7.

“La escuela llegó a tener 100 alumnos, ahora solo son 20”, dice Milena Rodríguez que, hasta el 31 octubre pasado, fue directora de esa escuela y que ahora, jubilada, “no logro despegarme todavía” de ese lugar.

A comienzo de los 90 cientos de pueblos del país recibieron una sentencia de muerte y Polvaredas fue uno de ellos. El cierre de ramales del ferrocarril dejó son trabajo y casi aislados a miles de pobladores y también ese paradisíaco lugar de montaña fue condenado al olvido.

Sin metáforas, la ex directora dice que “ya no estamos en los mapas y ni siquiera se nos menciona como antes, cuando se da el pronóstico del tiempo y el estado de la ruta”.

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Hasta hace un par de semanas Milena Rodríguez fue la directora de la escuela 1-412 “Correo Salinas”. El nombre de la institución honra a José Salinas, un chasqui del ejército del Libertador San Martín. Salinas, nativo de la zona chilena de Putaendo, junto al chasqui argentino Manuel Navarro, tenían la doble función de llevar y traer las misivas entre el General y su par Bernardo O'Higgins, y también realizar observaciones de la región y espionaje. El 5 de diciembre de 1816 Salinas y Navarro fueron descubiertos por los realistas y ejecutados en la horca.

La docente repasa su propia historia, que ayuda a reconstruir la de Polvaredas. “Llegué acá hace 22 años, en 1997. Era recién recibida y pensé en trabajar acá un año, para juntar puntaje… y me quedé, formé familia, me aquerencié”.

Cuando Milena llegó, el tren ya no pasaba, pero había muchas familias de gendarmes. “Había 55 alumnos en la escuela y 95% eran hijos de gendarmes. Pero, hace unos 10 años atrás, todos fueron radicados en Uspallata”.

Polvaredas tenía dos áreas de viviendas. La primera eran las casas construidas por el ferrocarril para sus empleados y la segunda de familias que también tenían una relación indirecta con los trenes o con las actividades anexas.

Con el cierre del ramal se comenzó a producir una migración paulatina y muchas quedaron abandonadas. A las familias que quedaron “nos dieron las casa en comodato, hace unos 20 años atrás. Después nos hicieron una cédula de congelamiento y estaba el plan de que nos venderían esas viviendas pero, finalmente, todo quedó en la nada. Ahora el barrio de atrás está en ruinas y hay otras en donde las familias se fueron, las cerraron y no se pueden ocupar si hubiera familias nuevas que se quisieran radicar acá”, dice Milena Rodríguez, que pese a haber completado su función docente no quiere abandonar el pueblo.

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La mayoría de las familias que aún viven tratan de subsistir con alguna actividad relacionada con los viajeros. Tratan de vender algún sándwich y un refresco, algunos viajan a Uspallata o a algún lugar más o menos cercano para vender mejor o cubrir algún puesto de trabajo eventual relacionado con la atención al turista, pero no mucho más. No hay mucho más.

Hoy la escuela Correo Salinas tiene una matrícula de 20 alumnos, desde nivel inicial a 7mo grado y los mismos alumnos temen que cada vez sean menos y que la escuela termine cerrándose, como se cerró hace unos años el centro de salud cuando la única enfermera se jubiló.

Diego Araujo (36) es el maestro de música de la escuela. Vive en un barrio de Las Heras pero la mayor parte de la semana la pasa en la montaña, dando clases en las escuelas de la zona.

Hace unos meses comenzó a trabajar en una capacitación de aprendizaje. Debía generar un proyecto escolar que se basara en el interés de los alumnos.

“Trabajamos con 9 chicos, los que cursan de 4to a 7mo. Les hice contestar tres preguntas: qué les gustaba de su casa, de su pueblo y de su escuela y qué les faltaba. Después hicimos una puesta en común, para llegar a alguna conclusión. Todos dijeron que una de sus preocupaciones era la falta de alumnos en la escuela. Entonces les volví a preguntar qué podíamos hacer para que esto cambiara. Una chica contestó: ´tendríamos que hacer que nos conozcan otra vez para que la gente venga a vivir y que dejemos de ser un pueblo fantasma´. Entonces surgió ´Renacer a Polvaredas’”, cuenta Diego.

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Así comenzaron una campaña de difusión, desde carteles, pasando por la realización de un video, hasta tratar de utilizar las redes sociales.

Además trabajaron los demás docentes. Milena Rodríguez, por ejemplo, los orientó para que, con plantas de la zona, pudieran elaborar shampoo y crema, con jarilla, y dulce de mosqueta. “Los chicos hicieron unos muy buenos productos y vendieron todo”, cuenta la ex directora.

El maestro de Música dice que “hasta que comenzamos con esto, los chicos decían que su sueño era vivir cerca de la ciudad, donde tienen todo al alcance de la mano, desde los shoppings al cine. Pero eso ahora ha ido cambiando. Ahora el objetivo de ellos es tener un pueblo con todos los servicios y que puedan desarrollarse en él. ´Ya no sabemos si nos queremos ir´, dicen”.

Nico, Anto, Giuli, Abi, Gaby, More, Gianella, Elías y Mía tienen alguna esperanza. Y, bien se sabe, la esperanza es contagiosa.

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“Mis alumnos son increíbles. Acá no existe ese grado de agresividad que se ve en la ciudad. Son mucho más compañeros, más solidarios. Y cuando hay algún conflicto, dura apenas 5 minutos y todo vuelve a ser como siempre. Son niños con esperanza, con ganas de trabajar. Es un grupo humano muy lindo”, dice Diego Araujo.

-¿Te irías a vivir a Polvaredas, Diego?

-Si, totalmente. Mi señora dice que, por ahora, no se animaría estar allí mucho tiempo pero si en un tiempo, cuando seamos más grandes.

-¿Y me recomendarías irme a vivir allí?

-Si. Hay mucha tranquilidad, vas a estar bien, no te vas a arrepentir. Solo habría que generar fuentes de trabajo.

Milena Rodríguez dice lo mismo. Sostiene que “es un lugar hermoso. Hay una arboleda, el arroyo Polvareditas, una cascada a 20 minutos. Hay una placa allí cerca recordando que pasó la columna del Ejército de los Andes del general Las Heras… un montón de atractivos para que sea un lugar turístico”. Pero también reconoce que la electricidad recién llegó en el 2000 por una movida vecinal, que el agua potable viene del río y que en invierno el sistema se congela y en el verano puede taparse con los deshielos, que calefaccionarse en el invierno requiere al menos una tonelada de leña por familia y que esta cuesta $7.000, que hay muy poca frecuencia de transporte público y que llegar a la ciudad de Mendoza lleva casi 3 horas, que la ruta se interrumpe por nevadas… Pero que, aún así, es un buen lugar.

Un documental, “Susurros del viento”, filmado hace unos años con la dirección de Mariela Suárez, la producción de Lorena Santisteban y la magistral fotografía de Diego Frachia, se puede ver en Youtube. Allí hay testimonios de los vecinos que protagonizaron las épocas de esplendor. Son relatos que completan la historia.

Mientras tanto, entre los intentos de los polvaredenses, hay uno que es especialmente llamativo: un vecino, con su esfuerzo y su dinero, está restaurando la estación de trenes para transformarla en un museo y generar un mercado artesanal…

Pero esa es la segunda parte de la historia de este pueblo, que se niega a desaparecer.

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