Gabriela Carrizo, árbitro y jugadora federada de vóley, tiene 47 años, dos hijos -Enzo, de 27, y Liu, de 21- y un compañero de vida, Miguel, con quien comparte más de tres décadas de amor. Su historia de vida cambió por completo en 2021 cuando fue diagnosticada con cáncer de mama. Hoy, a través de su testimonio, transmite un mensaje de esperanza y fuerza, especialmente dirigido a otras mujeres que atraviesan la enfermedad. Además del mes rosa, Gabriela es ejemplo en esta cuenta regresiva hacia el Día de la Madre.
"Mis hijos no necesitan una mamá heroína, sino una mamá viva": la lucha de una deportista contra el cáncer
A sus 47 años, Gabriela Carrizo combina su pasión por el vóley con la maternidad y la recuperación tras un cáncer de mama
“Pasé por cáncer de mama y ese proceso me transformó profundamente, también como mamá -cuenta Gabriela-. Aprendí que ser frágil y vulnerable no te hace más débil, sino más fuerte ante los días difíciles. Nos hizo detenernos frente a la vida y reescribir nuestra lista de prioridades. Mis hijos disfrutan ahora de una mamá más humana, más auténtica, más sensible y más presente. Ellos no necesitan una mamá superhéroe, necesitan una mamá viva”.
El diagnóstico fue un golpe inesperado: cáncer de mama
El diagnóstico, recuerda Gabriela, fue un golpe inesperado. “Sentís que el tiempo se detiene. Todo lo que dabas por seguro se pone en pausa y el mundo que conocés se rompe en mil pedazos. Pero con el tiempo comprendés que podés elegir: ser víctima o protagonista de tu vida. Yo elegí protagonizarla y fue ahí donde comenzó mi verdadera recuperación. También entendí que esto era una oportunidad para valorar lo verdaderamente importante”.
En medio de la incertidumbre, Gabriela encontró en el deporte una herramienta clave para su recuperación. “Me colocaba las quimios y tenía que esperar diez días para poder entrenar. Volvía lentamente, entrenaba suave y hacía lo que mi cuerpo podía sin exigirme. Además, asistía a fisioterapia oncológica con una profesional excelente, Andrea Melendi, que trabaja en una especialidad que ayuda a las pacientes operadas de cáncer de mama a retomar la funcionalidad del cuerpo. En mi caso, fue fundamental para recuperar el movimiento del brazo operado”.
Su pasión por el vóley, asegura, fue mucho más que un simple pasatiempo: “Jugar al vóley me ayudó a reconectarme con mi cuerpo, con mi energía y con mi ánimo. Me devolvió la fuerza que necesitaba, no solo física, sino también emocional. Mi equipo fue un pilar enorme: ellas me contuvieron, me motivaron y me ayudaron todos los días. Más allá de mi familia, el acompañamiento de mis compañeras me dio un sostén vital”.
La importancia de la familia y el entorno más cercano
Gabriela también destaca la importancia del entorno familiar. “Mis hijos y mi compañero fueron mi pilar fundamental. Ellos estuvieron a mi lado en cada etapa, acompañándome, escuchándome y ayudándome a mantenerme firme cuando el miedo aparecía. La contención familiar fue esencial para atravesar los días más difíciles del tratamiento”.
Durante los meses de quimioterapia, Gabriela tuvo que aprender a lidiar con la vulnerabilidad. “Hubo días en los que no me reconocía frente al espejo, en los que mi fuerza física parecía agotada. Pero aprendí a aceptar mi fragilidad. Entendí que ser vulnerable no es sinónimo de debilidad, sino de coraje. Y esa lección la incorporé en mi rol como madre: mostrarles a mis hijos que está bien sentir miedo, pero que siempre se puede seguir adelante”.
El cáncer también la hizo replantear su manera de vivir. “Hoy disfruto de lo simple: de las charlas, de los abrazos, de los pequeños momentos. Aprendí a no postergar lo que me hace bien, a cuidar mi cuerpo y mi mente, a vivir más despacio y con más conciencia. Mis prioridades cambiaron: ahora elijo estar en paz, rodearme de gente positiva y agradecer cada día”.
Además, Gabriela busca transmitir un mensaje de apoyo a otras mujeres que están enfrentando la misma batalla. “No están solas. Si tienen miedo, agárrenle la mano y caminen juntas. Busquen ayuda profesional, apoyen a su entorno y confíen en su fortaleza. Hay vida después del cáncer, aunque sea una vida distinta, con una nueva normalidad, pero llena de valor, de aprendizajes y de amor. La clave, más allá de la medicina, es el amor propio. Se puede volver a sonreír y a tener esperanza”.
"Me sentí valiente y empoderada cuando volví a la cancha de vóley"
El regreso a la cancha fue, según Gabriela, uno de los momentos más emotivos de su recuperación. “Estar de nuevo entre mis compañeras, compartiendo un espacio que amo, fue emocionante. Sentí orgullo, me sentí viva, empoderada y valiente. Cada saque, cada bloqueo, cada risa compartida en la cancha me recordó que la vida sigue, que es posible disfrutar y reconectar con lo que nos hace felices”.
Para Gabriela, el deporte no solo fue rehabilitación física, sino un verdadero proceso de sanación emocional. “El vóley me ayudó a reconectar con la alegría de vivir, a recuperar mi energía y a recordar que puedo superar cualquier obstáculo. El deporte, combinado con el amor de mi familia, me permitió reconstruirme y encontrar la fuerza para seguir adelante”.
Hoy, en el Mes Rosa y a pocos días del Día de la Madre, Gabriela elige compartir su historia para inspirar y acompañar. “Quiero que las mujeres que están pasando por esto sepan que podemos vivir plenamente, con nuevas prioridades, con más conciencia y con amor propio. La vida después del cáncer tiene su propia belleza y su propio valor”.
Repite que sus hijos no necesitan una mamá superheroína, sino una mamá viva. Y ella lo ha demostrado cada día, en cada abrazo, en cada entrenamiento, en cada sonrisa que regala a quienes la rodean.








