El bodegón boliviano Los tres hermanos se destaca en una de esas manzanas de Guaymallén que parecen haber estado desde siempre, incluso cuando eso era campo y la esquina de Gomensoro y Sarmiento apenas un espejismo del futuro.
El bodegón boliviano Los tres hermanos se destaca en una de esas manzanas de Guaymallén que parecen haber estado desde siempre, incluso cuando eso era campo y la esquina de Gomensoro y Sarmiento apenas un espejismo del futuro.
Pero ahí está. Hace casi un cuarto de siglo, en esa línea de frontera entre Bermejo y San José, van y vienen los platos con sopa de maní. Es un día frío y dentro del restaurante circulan los api y las charlas entre cervezas. Gente diversa: cholas, argentinos, laburantes, curiosos. Hay un retrato de Antonio José de Sucre y otro de Simón Bolívar. La mesa, a veces, puede ser un puente de identidades.
En el mito de origen de este bodegón hay un rasgo que funciona, al mismo tiempo, como signo de una cultura: el protagonista no son individuos, sino una familia de Oruro que fue llegando en tandas a Mendoza.
A ella, a la familia, es a quien le ocurren las cosas. Ella es la que busca soluciones y la que celebra si las cosas salen bien.
La historia arranca con un puesto callejero de empanadas, exactamente en la misma esquina donde hoy está el restaurante que se llena todos los domingos y abre de 8 a 0 cada día.
"Comenzamos con tres hermanos que vendían en la calle: Elma, Celia y Hernán. Luego quedaron dos, Celia y Hernán, con sus parejas e hijos. Hoy seguimos siendo un negocio familiar", explica Iván Choquetiglla, miembro de la nueva generación, que combina el trabajo gastronómico con su profesión de médico.
Dice que un día vendieron una docena de empanadas, luego dos, tres. Sumaron el famoso api, una bebida a base de harina de maíz, canela y algunos otros ingredientes. "A los madrugadores le gustaba, entonces la rutina era levantarse a las 6 para encontrar a esos que se iban a trabajo y querían ir bien desayunados".
La venta era un hit, y entonces parecía natural ahorrar y ponerse un restaurante. "El problema -recuerda Iván- es que no éramos de acá ni conocíamos a nadie. Y, como ahora, nos pedían garantes para poder alquilar un local. Entonces lo que hicimos fue ir y decirle al propietario 'mire, nosotros no tenemos garantes, pero sí ganas de avanzar y los ahorros de toda la vida. Le vamos a pagar un año adelantado de alquiler. Así fue como abrimos el primer Los tres hermanos".
Aquel comienzo fue duro. Tanto, que la familia decidió dar marcha atrás, cancelar el proyecto. "Pasaron los días y estábamos con el local vacío y cerrado, pero el alquiler pago por un año", describe Iván. Por eso un día la puerta se abrió de nuevo. Y como si el cosmos hubiera estado esperando esa insistencia, la gente empezó a entrar. Entró y entró; al punto de que más tarde tuvieron que mudarse a un lugar más grande, que es el actual.
Iván es argentino, nacido en Salta. Pero su papá, Hernán Choquetiglla, es de Bolivia, al igual que buena parte del equipo detrás de Los tres hermanos. El cruce argentino-boliviano y el lazo familiar es el fuego que calienta los platos en la cocina.
"Por eso a la gente le gusta tanto venir. Le hace acordar a su infancia, al sabor de los platos que hacían las abuelas", define el doctor.
Al rato entra en escena Ismael Mamaní, que junto al mencionado Hernán Choquetiglla y sus respectivas esposas son fundadores de Los tres hermanos e incluso ahora evalúan abrir franquicias.
Ismael cuenta que más de una vez tuvo que sacar del sitio a borrachos que se ponían pesados, porque "antes el público que teníamos era muy diferente". Agrega que esa especie de Little Bolivia guaymallina era "un lugar peligroso".
Iván considera: "De a poco nosotros, con Los tres hermanos, ayudamos a levantar la zona. Fijate que hoy tenés otros comercios e incluso consultorios médicos. Nada que ver con lo que era antes".
Casi a cualquier hora uno puede sentarse en esas mesas a comer. Y cuando sea que vaya encontrará una mezcla multicultural y policlasista de bolivianos, argentinos y turistas, en un ambiente que cuida el clima hogareño.
Podría decirse que el menú también es mestizo, ya que adapta las tradiciones bolivianas al paladar local. El que gusta del pique a lo macho o el picante de pollo lo tendrá, pero también se sentirá cómodo el que elija una milanga clásica y sin riesgos.
"Nos dimos cuenta de que el mendocino está cansado de la pizza y la hamburguesa que suelen ofrecer los comercios de los barrios. La gente está harta de comer chatarra. Y acá siempre vas a tener comida casera, a la hora que vengas", cierra Iván.