Protagonista

Los amores de Juan Sasturain: el fútbol y Boquita, la historieta, el policial, Hammett, El Eternauta...

Juuan Sasturain es el director de la Biblioteca Nacional. Escritor, periodista, guionista de historietas permanece siempre activo a sus 77 años. En 2023 publicará un nuevo policial

Juan Sasturain es un todo. Un universo que absorbe cuanto está a su alcance y luego se expande en múltiples direcciones. Para comunicar. Transmitir.

Hoy, podríamos decir que es el director de la Biblioteca Nacional Mariano Moreno. El prologuista -junto a Guillermo Saccomanno- de la valiosísima reedición de El Eternauta, un gran clásico nacional. El fanático irredento del fútbol y de Boquita. El referente del policial negro que no se detiene; que, a los 77 años, vuelve publicar este año una nueva historia de su veterano y melancólico detective Etchenique.

Alimentan ese generoso cauce llamado Sasturain hitos como el Manual de perdedores, la coautoría con Alberto Breccia de Perramus, la revista Fierro que hizo historia, su labor periodística desde los años setenta.

Sasturain. Un mundo en acción que dialoga, desde su casa en Buenos Aires, con el programa La Conversación de Radio Nihuil.

-Juan, tenemos entendido que este año lanzás un nuevo libro tuyo, ¿no?

-(Ríe) Si llego… Si llego…

-¿Por qué la duda? ¿De qué depende?

-Me había agarrado un escozor oportunista después del Mundial. Me dije: tengo que hacer una nueva versión, una última versión acabada de La patria transpirada, que es un libro sobre los Mundiales. Ahora que salimos campeones, pensé, escribo el de Rusia, ese del fracaso con el petiso, el técnico (Sampaoli). Y después escribo sobre este último.

-¡Estupenda motivación! Supongo que lo vas a hacer.

-Vos sabés que no… no se puede así… Esos golpes de voluntarismo “oportunista” no funcionan. Me puse, lo intenté. Salieron treinta o cuarenta páginas un poquito forzadas.

-¿Y qué pasó?

-Que no se puede recuperar el tono. ¡Ese es el problema! Por lo tanto, nada. Me quedo con el disfrute. Y la escritura tendrá que esperar.

-¿Cómo entendemos esa falta de tono que te aqueja?

-Es que yo me ha acostumbrado muchísimo a trabajar con un público, con un lector presente porque he publicado muchísimo en medios gráficos. Entonces escribía a partir del oficio, del trabajo, de la necesidad, todo lo cual me ha marcado una manera, una forma de contacto.

-¿Y eso en qué se traduce?

-Cuando eso se corta, no es fácil de reconstruir y no puedo impostar un sonido, un tipo de registro que me resulta casi arqueológico. Así que, no sé. Si puedo, lo haré; si no, no. Mala suerte. ¡Qué va a ser! Uno escribe lo que puede, no lo que quiere.

-Entonces, lo del nuevo libro que están anunciando es otra cosa.

-Una novela. Esa sí. Está empezada, sobre Etchenique. Estaba esperando. Ya tengo unas 150 páginas y si soy capaz la terminaré.

-¿En qué ambiente se mueve la trama?

-Se llama Tinta china. Tiene que ver, por primera vez, curiosamente, con el mundo de los dibujantes, las revistas y la historieta. Es Etchenique metido en eso que desconoce minuciosamente. No tiene la menor idea de qué se trata (risas). Voy a ver si la termino. Ojalá. Y que sea una continuación digna de la saga del veterano.

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Picado Grueso, de Juan Sasturain.

Picado Grueso, de Juan Sasturain.

-Vos hablabas recién de tu historia de los Mundiales, pero acá tenemos sobre la mesa otro libro futbolero tuyo, Picado grueso. Ya en la primera página, en el prólogo, decís que, si bien sos escritor, “hubo un tiempo en que quise ser jugador de fútbol”.

-Totalmente.

-Pues bien, ¿cómo vive estas cosas alguien que, si bien es un intelectual, también es un apasionado futbolero? Pienso en un Sacheri, en un Caparrós, en un Casciari… Ustedes, ¿lo sufren o lo disfrutan un Mundial como el que pasó?

-¡Somos hinchas! Uno es escritor cuando escribe, diría el compañero Conti. Uno es escritor en el momento en que se sienta y escribe. Pero, después, uno es un hincha como cualquier otro. Yo soy muy fana.

-Y ves de todo, está claro.

-Lo sigo con mucho apasionamiento. Por ejemplo, vi el partido por el tercer puesto y la final del Mundial de Clubes. No es que sepa de fútbol, pero veo con muchísimo gusto ya sea a la Selección, a Boquita o a cualquier otra cosa.

-Entre tus hazañas futboleras, destacás que jugaste “por años en un mítico equipo de la Facultad de Filosofía”.

-Yo estuve en la facu del '64 al '69. O sea, que empezamos a jugar en la época de Illia, después vino el golpe de Onganía y tuvimos un equipo que se llamó Infamia.

-¡Infamia! ¡Qué buen nombre! ¿Y por qué?

-Era muy buen equipo. Y, lógicamente, nadie daba dos mangos por nosotros. Éramos todos faseros, melenudos…

-¡Poetas!

-Poetas, filósofos, sociólogos. Pero buen equipo, ¿eh? Los abrochamos, en un campeonato relámpago. Fuimos campeones en el '69. Jugaba, por ejemplo, Jorgito Palant, que había sido cinco de Almagro. Es un autor teatral muy importante, psicólogo.

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Portada de El Eternauta.

Portada de El Eternauta.

-Pasemos a una obra de referencia, El Eternauta. Vos lo ponés, en uno de los prólogos, que es el clásico “más poderoso que produjo la cultura argentina en la segunda mitad del siglo XX”.

-Yo creo que sí. Como relato. El relato más poderoso.

-¿Con qué características propias?

-Es un relato muy significativo. Es épico, pero no sólo épico porque tiene muchísimos otros costados. Además, tiene las características que comenta muy bien, muy pormenorizadamente, Guille (Saccomanno).

-Claro, el autor del otro prólogo.

-Yo, un poco, escribí como una apostilla de lo que había escrito Guillermo, para no pisarnos. No voy iba escribir de nuevo todo lo que él había hecho con tanto criterio o lo que a mí me ha tocado escribir antes, en otros lados.

-¿Cómo lo encaraste, entonces?

-Traté de centrarme en dos o tres ideas más precisas. Como te decía, es el gran relato. Un relato que entra marginalmente en la consideración cultural, como sucede con los grandes relatos. Con el Martín Fierro, por ejemplo. No aparecen en la foto de la cultura en el momento en que irrumpen. Tienen una vida subterránea, pero no en el sentido de no reconocimiento. Es el no reconocimiento desde las instituciones y desde las academias. Pero sí de pleno reconocimiento por la circulación social, por sus lectores.

-Sí. La aceptación popular fue rápida.

-Son relatos que tuvieron lectores desde el comienzo. Y lectores no calificados. Entonces, eso hace que no aparezcan en la foto de la cultura, hasta que las lecturas los van significando, con mayor o menor riqueza en los análisis. Pero son tremendamente significativos.

-A partir de ahí, adquieren otra categoría.

-Por eso son un clásico el Martín Fierro y El Eternauta. Porque admiten oleadas de lectura sucesivas que, cuando son inteligentes o sensibles, no son necesariamente contradictorias. Y siempre están contando cosas.

-Llama la atención el auge, hoy, de libros, series, películas de ciencia ficción distópica o postapocalíptica. En este momento, el mayor cartel lo tiene The Last of Us, serie basada en un videojuego. El Eternauta como que se anticipó a toda esta ola, ¿no?

-Es muy de su tiempo, ¿eh? Como todas las obras -no estamos descubriendo la pólvora-, está absolutamente marcado por la coyuntura en que fue escrito. Pensá, El Eternauta fue escrito y publicado entre el '57 y el '59.

-¿No es un antecedente muy directo La guerra de los mundos?

-Sí. Pero Oesterheld había trabajado y dirigido en Pistas. Era una revista-libro de ciencia ficción, con hermosas ediciones. Más o menos del '53 al '57. Era un tipo con muchísima información. Manejaba inglés, manejaba alemán, leía de todo. ¡Iba mucho al cine, viejo!

-O sea, llegaba con todo un voluminoso caudal propio.

-En ese sentido, El Eternauta es hijo de un clima proveniente de la tapa de los diarios, que son los platos voladores; la inminencia de la invasión.

-Y con un clima de época muy particular en el país.

-Tené en cuenta que El Eternauta se empieza a publicar en las postrimerías de la Libertadora y se prolonga durante el comienzo de gobierno Frondizi.

-¿Qué pasaba en ese tiempo?

-Durante el gobierno de Frondizi los platos voladores sobrevolaban Buenos Aires cada tanto. O, en medio de la crisis, aparecía un submarino en el Sur. Entonces, la propaganda de El Eternauta era: ¡platos voladores sobre Buenos Aires! (risas).

-Hoy suena medio delirante.

-Era tal cual en aquel momento. O sea, lo que hacía Oesterheld era ir escribiendo algo que estaba pasando en la experiencia diaria de la gente.

-Cierto. Era parte de su realidad.

-Digamos, vos leías algo que estaba pasando en ese momento. Y entre las cosas que podían pasar, era que cayera algo desde el cielo. Eso en términos de la actualidad. Y, por otro lado, el cine. El Eternauta es la continuación del clima ideológico paranoico del tema de la invasión que aparece en todas las películas yanquis de serie B, como El día que paralizaron la Tierra, etcétera.

-Típico…

-Son esas películas en las que baja un plato volador, en un pueblo del Medio Oeste y aparece rodeado por tanques. Ese es el clima. ¿Y qué hizo Oesterheld? Lo ambientó en el lugar donde se leía. Las cosas le pasaban a alguien como el que leía. Y pasaban en el lugar donde leía.

-Además, hacía cosas notables, como, por ejemplo, darle un toque mítico y futbolero a la historia al poner como un teatro de operaciones central la cancha de River.

-Entre otras cosas, claro. Algo que tenemos ganas de hacer, al respecto, y que alguna vez haremos, es armar el itinerario de El Eternauta con estaciones, al estilo de un vía crucis profano, aventurero, mítico y épico, que empiece en Vicente López, pase por la General Paz, por la cancha de River, por Plaza Italia y termine en el Congreso con el bombazo.

-Un riquísimo y muy significativo paseo temático por la ciudad.

-Tiene escenas en el subte y el regreso hasta algo parecido a José León Suárez donde termina todo.

-¿Y, qué pasa con la iniciativa?

-Lo que pasa es que tienen que ponerse de acuerdo entre provincia de Buenos Aires y Ciudad de Buenos Aires, lo cual, como te imaginarás, es bastante jodido.

-Pero vale, y mucho, la idea.

-Ese itinerario hecho con estaciones sería muy hermoso hacerlo y celebrarlo todos los años, porque es la épica argentina. Es la épica de la defensa. Y El Eternauta es un lugar de unión y de reflexión para todos nosotros. Así como la épica futbolera nos sirve, la épica aventurera también.

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Juan Sasturain es director de la Biblioteca Nacional.

Juan Sasturain es director de la Biblioteca Nacional.

-Venimos calificando a El Eternauta como un clásico. Le pregunto, entonces, al director de la Biblioteca Nacional: ¿cuándo una obra o un título, en general, adquiere categoría de clásico? ¿Qué atributos debe tener?

-En general, el rasgo que más se reconoce no es una característica formal sino una manera de circulación. La literatura es una manera de leer, no es solo una manera de escribir lo que hace literario un texto. No es la intención del autor solamente. No solo eso, sino que la obra existe en tanto es leída. Y los lectores son los que construyen el sentido.

-¿Cómo opera todo esto?

-Es el encuentro entre la propuesta del autor, que puede ser consciente o inconsciente, de lo que vos quieras, de clase, de época o de lo que sea, y el lector. En ese encuentro, en la riqueza de ese encuentro, se construyen los clásicos.

-En un ida y vuelta.

-Es decir, hay tipos que pretenden escribir clásico y escriben plomadas. O tipos que jamás se propusieron escribir un texto que fuera significativo y ese texto perdura.

-¿Por qué? ¿Qué lo hace perdurable?

-El misterio de la perduración se supone que, probablemente, tiene que ver con el espíritu de la época. Hoy no sabemos qué texto va a perdurar. De todo lo que se escribe o de toda la música que se hace o de las películas que se hacen; de todo esto no tenemos la más puta idea qué va a quedar como propio de nuestro tiempo, significativo, valioso y rico de información y de sentido. Por eso los clásicos se construyen con el tiempo.

-En este diálogo permanente con el lector, el libro sigue teniendo vigencia en librerías o bibliotecas. Pero la historieta dependía, masivamente, de otros circuitos, como las revistas en los quioscos o las tiras en los diarios de papel. Pregunto: hoy sería muy difícil construir un clásico como Mafalda o como Inodoro Pereyra, ¿no?

-Pero se hacen otras cosas. Todo pasa por las pantallas ahora. El soporte es otro. Esto no es ni bueno ni malo. Los cambios tecnológicos son irreversibles. Traen sus cosas hermosas, sus contradicciones, sus fricciones.

-¿Y vos cómo te manejás en este contexto?

-Ahora, he tenido unos días de descanso del calor y de necesidad de estar encanutado en casa. Entonces me pongo a leer. Leo un poco, pero después me pongo a ver pelis.

-¿Qué mirás?

-Miro mucho, mucho. Y no miro actualidad. Tengo la posibilidad de acceder, como cualquiera, a ese reservorio infinito que es internet. Entonces, estoy viendo la obra de Robert Siodmak, por ejemplo, o la obra de Jacques Tourneur; cine de los años cuarenta y pico que me encanta. ¡Es infinito! Nuestra posibilidad de acceder a la ficción o al relato es infinita. Y es un disfrute total.

-Fijate que, curiosamente, hablamos hace poco con Pablo De Santis…

-¡Ahí está! Pablito nació clásico. Vos leés las primeras novelas de Pablo y leés las últimas, y hay una evolución de madurez. Pero siempre fue clásico.

-Hasta su pinta es de hombre clásico, ¿no?

-Sí. Pablo es un escritor extraordinario. Además de tener una de las cabezas más lúcidas, más equilibradas, más sensibles, más inteligentes… En fin, se nota que lo quiero mucho. Lo conozco desde que era muchacho. Hoy en día nos ha pasado por encima a todos.

-Ya que estamos con De Santis, como él es guionista de historieta, también, le preguntamos por El Eternauta. Lo considera, por supuesto, uno de los libros más importantes del género, pero él elige como su título preferido de Osterheld a Mort Cinder. ¿Coincidís?

-Mort Cinder es muy hermosa, claro que sí. Lo que pasa es que, de algún modo, es una secuela. Tiene los dibujos de Alberto Breccia, que le dieron un plus. Tiene su impronta. Pero es la continuidad formal o de sentido de El Eternauta, desde una perspectiva más de pérdida.

-¿Cómo sería esto?

-Héctor la escribió a comienzos de los sesenta. Y Mort Cinder, que es un hombre que evoca el amor, la muerte y las cenizas, es un sobreviviente eterno. Es el que muere y resucita. Es en lo que Juan Salvo se había convertido, o sea, alguien que atravesaba todos los tiempos.

-Ahí está el punto.

-Mort Cinder es la continuación de El Eternauta, en tanto y en cuanto este último no cuenta la historia de ningún inmortal. Cuenta la historia de un hombre común que se convierte. Su condición de viajero del tiempo es lo que posibilita el relato, nada más.

-Muy bien aclarado.

-En cambio, en Mort Cinder va contando todos los episodios en los cuales le tocó vivir. Está en la casa de un anticuario, ese anticuario tiene objetos y él agarra uno que otra persona que va a comprar y dice: yo estuve en este barco. Ahí empieza la historia. Yo estuve en las Termópilas. Bueno, el episodio de las Termópilas, por ejemplo, que es el último, es maravilloso, una joya de dibujo, de historia, de sentido.

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-Pasemos a Sasturain como autor. Ha sido una estupenda experiencia, gracias a esta entrevista, acometer El último Hammett. Da la impresión de que te has divertido mucho escribiéndolo.

-(Ríe) Fueron muchos años.

-¿Cuántos?

-Fue una idea de fines de los ochenta y lo terminé en 2015, más o menos. En medio escribí un montonazo de cosas, obviamente.

-¿Cuál es el origen de un trabajo tan significativo para vos?

-Es una historia que me acompañó desde el momento en que leí la novela de 60 páginas que había dejado inconclusa Dashiell Hammett cuando murió, que se llama Tulip y que publicó su viuda Lillian Hellman, su albacea. Me dije: yo voy a seguir esta novela.

-Ciertamente, Tulip es un personaje centralísimo de tu libro.

-Esas 60 páginas estaban escritas en primera persona. Yo la pasé a tercera. A esa primera persona autobiográfica la convertí en Hammett. Y se transformaron en 600 páginas, que fueron 700 en la edición francesa.

-Un sueño del pibe conseguido…

-Me di el gusto de expandir el universo Hammett, de reescribir cosas, de inventar apócrifos…

-Entre ellos, un Sam Spade apócrifo, ¡nada menos!

-¡Totalmente! Porque el otro disparador de esta novela es, por un lado, la expansión de Tulip, de ese manuscrito de Hammett; y, por otro lado, es el desarrollo de una idea que está en El halcón maltés, en el capítulo séptimo o el noveno, no me acuerdo bien.

-Recordanos esa subtrama.

-Es la historia de Flitcraft. Una historia extraordinariamente bien que está insertada en el Halcón y como que no tiene nada que ver ahí. Sam se la cuenta a Brigid, su clienta

-¿Y qué vuelta le encontraste?

-Yo agarré esa historia y me imaginé a un lector argentino de la primera edición de El halcón maltés de los años cuarenta. Lee la novela y dice: pero… ¡este tipo es mi papá! Y sale a buscar a su viejo. Con esos disparadores se publicó esta novela y la que sigue, que se llama Pirse, el improbable, el complemento argentino de El último Hammett.

-Entre muchos pasajes deliciosos de tu Hammett, está la anécdota de Donald, el sparring, con el Mono Gatica.

-(Ríe) ¡Es tremenda! Lo hace quedar muy mal al entorno del Mono. La historia transcurre en el año '53 y se remonta hasta dos o tres años antes. Ahí yo mezclé cuando el Mono va a pelear contra Ike Williams por el título o cuando Hammett salió de la cárcel, perseguido por el macartismo. Es decir, la historia se mueve en ese universo y utilicé elementos propios de la memoria colectiva y de la memoria personal.

-Vos, en lo personal, tenés múltiples aficiones: la literatura, la historieta, el policial negro, el fútbol, el cine, etcétera. De todos ellas, ¿cuál es la principal? ¿Cuál es tu pasión fatal, la que te vuelve loco?

-Evidentemente, a la que no puedo renunciar nunca, aunque pensé que era la más fácil, porque ser la más inmotivada, es el fulbito. Es increíble, ¿eh?

-Sí. Más viniendo de un intelectual.

-Me acuerdo de cuando vine a Buenos Aires. Tenía 18 años, en la primera cristalización de la personalidad, digamos, cuanto te creés que sos. Llegué con el escudito puesto de la Acción Católica porque era católico entonces; era peronista como mi papá e hincha de Boca. Es decir, tres lugares de identidad.

-¿Cómo fue evolucionando cada uno?

-Los dos primeros sufrieron los avatares de la historia, de la ideología y de la experiencia. Bueno, renuncié a una parte de ello; a otra parte, no. Pero… ¿lo de Boquita? ¡Es increíble! Esa pasión no desaparece. En eso lo acompaño al extremista de Martín Kohan.

-Hermano de fundamentalismos.

-¿Has escuchado a Martín hablando de fulbito y de Boca? Martín es el lugar de la libertad, de la saludable irracionalidad; el lugar de darle todo, todo, todo el espacio a la pasión ¡absolutamente inmotivada! Absolutamente inmotivada y desinteresada. Pero, bueno, les aviso a todos: a los 77 pirulos, esto no se te va.

-La saludable irracionalidad, decís. Por ejemplo, cuando hablás de fútbol con un filósofo como Darío Sztajnszrajber, se define como pincharrata y bilardista, y ahí termina cualquier racionalidad.

-Yo no acompañaría a un filósofo bilardista. Perdóneme, Sztajnszrajber (risas). Ahí estamos discutiendo filosofía, ética, un montón de cosas. Que me perdone Sztajnszrajber, está todo bien, pero hay que empezar a discutir desde muy abajo.

-Lo que pasa es que él defiende el bilardismo como una manera de ponerse del lado de los más necesitados, de los pobres, que apelan a los recursos que tienen a mano para intentar el asalto a los poderosos.

-Está bien. Es una buena mirada. Es muy inteligente. Me parece que es una construcción racional posterior. Bueno, esto que estamos hablando es lo que está vigente en cada partido.

-¿En qué sentido?

-Cada partido es un relato, una historia. Es lo que discuto con Lily. Liliana Escliar, mi mujer, es una extraordinaria guionista, autora de Mujeres asesinas y de muchos otros títulos, Premio Planeta. Una gran narradora. Mira cine…

-Bueno… igual que vos.

-Es insoportable ver con ella porque entiende de guion, entiende todo. Empieza la película y te va comentando cada cosa. ¡Dejame de joder, déjame ver!, le digo.

-¿Y entonces?

-Por eso yo le digo que, hoy, es mucho más interesante ver un partido de fútbol que ver una película. Un partido de fútbol es absolutamente el relato imprevisible. Ni siquiera el género está predeterminado porque lo que empieza como comedia puede convertirse en tragedia, lo que va a ser un disfrute se vuelve un padecimiento, el que iba a ser el héroe termina siendo el villano. Todo es un relato.

-¿Y qué opinás del futbol de hoy, ya que estamos?

-Hoy en día, el fútbol está contaminado de tal modo que, si bien no lo pueden pudrir, lo contaminan. Se ha convertido en un negocio tal que, en este momento, es el paraíso de las apuestas. ¡Timba pura! Una vergüenza. ¿Viste lo que son los anuncios? Antes estaba el espectador. Ahora, el apostador. Importa tres carajos si es hincha o no lo es. Solo importa el porcentaje de dónde puede poner la guita para ganar.

-Sí, apostás cualquier cosa. Hasta cuántos córners van a tirar.

-El azar. Es una basura, realmente. Y pretende, incluso, ser auspiciante de la AFA. Estamos jodidos, ¿eh? ¡Estamos muy jodidos!

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Juan Sasturain hizo en TV el programa Ver para Leer.

Juan Sasturain hizo en TV el programa Ver para Leer.

-Oyentes de nuestro programa recuerdan tu programa Ver para leer. Dicen que era buenísimo porque les hacía descubrir libros y autores.

-Sí, señor. Así es. Lo de buenísimo, no sé. Pero que lo hacía, eso es seguro (risas).

-¿Qué recuerdo tenés?

-Llegué a la tele de grande y sin ninguna vocación. Tenía 60 años cuando me invitaron a hacer el programa de Canal 11. Al principio dije que no iba a hacer nada de eso y terminé disfrazado de Papá Noel. Pero era un programa muy lindo. Estaba muy, muy bien hecho. Y eso no es un atributo mío sino el resultado de estar en un canal poderoso con Claudio Villarruel y realizado por un director y por guionistas que sabían.

-Un colega, José Luis Verderico, nos recuerda que también fue muy bueno otro programa que hacías, Disparos en la biblioteca.

-Sí. Ese fue un programa más específico porque fue dedicado a la literatura policial argentina. Hicimos dos series de ocho, creo. Y estábamos haciendo la tercera cuando vino el macrismo, cambió todo y se acabó lo que se daba. No pudimos laburar más en Encuentro, en ese momento.

-¿Y de qué te disfrazaste ahí?

-Era muy lindo. Yo estaba disfrazado de detective. Buenísimo.

-Eduardo Ordóñez, histórico percusionista de Markama, nos dice ¡qué nota!

-De Markama me acuerdo. Damián Sánchez era, ¿no?

-Claro, el maestro Damián, otro de los fundadores. Ahora está en Buenos Aires.

-Yo laburé un tiempo en la revista Folklore. Me llevó Blanquita Rebori en la época de la dictadura, en el '79. Había mucho laburo, pero, claro, el asunto era dónde laburar, ¿no? Allí me acerqué mucho al universo del folklore, con el cual me había criado en los años sesenta. Y me acuerdo de Markama como una de las cosas nuevas que había. Era muy original lo de Damián y también el sonido de ellos.

-Bueno, Juan, cuando salga tu nuevo libro retomamos el diálogo, si te parece.

-¡No! (ríe) Pará. Pará, pará que lo escriba…