Hoy las guerras tienen un nuevo enfoque: ya no se trata solo de gobiernos enfrentados, sino también de empresas que participan directa o indirectamente en los conflictos. Estas compañías no solo obtienen grandes beneficios económicos a partir de la guerra, sino que además muchas veces actúan fuera de los límites del derecho internacional.
Las guerras del mundo están en manos de empresas militares privadas no de Estados, un negocio perpetuo sin derecho
Rusia tiene un ejemplo emblemático, el Grupo Wagner. No es un ejército oficial, pero sus operaciones están alineadas con los intereses del Kremlin. Wagner ha dejado su huella en Siria, Libia, Ucrania, Mali y varios países de África Central, combatiendo en nombre de Rusia sin que el Estado asuma responsabilidad directa. Sus mercenarios son exmilitares entrenados que se mueven en zonas grises del derecho internacional, donde la rendición de cuentas es casi imposible.
Estados Unidos también tiene sus empresas privadas, siendo Academi (antes Blackwater) la más famosa. Ha estado presente en Irak, Afganistán y varias operaciones en África, protegiendo diplomáticos, bases y convoyes. Aunque trabaja con contratos oficiales, el negocio es privado, y las polémicas sobre abusos han demostrado lo complejo que es separar intereses económicos de estrategias militares estatales.
Las empresas privadas que manejan la guerra
China, por su parte, ha entrado en escena de forma más sigilosa. Sus EMPs operan principalmente en África y Medio Oriente, protegiendo inversiones e infraestructura de compañías chinas, y ofreciendo entrenamiento militar. Aunque no participan directamente en combates como Wagner o Blackwater, su presencia proyecta poder chino sin implicar oficialmente al Estado en conflictos.
En conjunto, estas EMPs muestran que las guerras del siglo XXI son un negocio perpetuo sin derecho: actores privados luchan, asesoran y entrenan mientras la responsabilidad se diluye. Rusia busca influencia encubierta, Estados Unidos combina contratos oficiales y lucro privado, y China protege sus intereses estratégicos globales. El resultado es un tablero de conflictos más complejo, con zonas grises legales y víctimas atrapadas entre balas y contratos.




