En este contexto, el matrimonio no era solo un vínculo afectivo, sino también un acuerdo legal y económico entre familias. La historia del derecho egipcio revela cómo la sociedad de Egipto protegía los intereses de ambos cónyuges y aseguraba la estabilidad familiar mediante sanciones claras ante la traición.
La fidelidad tenía un peso real: no era solo una cuestión moral, sino también un asunto que podía medirse en términos de bienes y compensaciones. En el antiguo Egipto, si una esposa era infiel, el esposo podía reclamar una indemnización equivalente al doble del precio de la dote que había entregado al casarse.
La dote, más que un regalo simbólico, era una garantía económica que aseguraba la seguridad de la esposa y reflejaba el compromiso de la unión. Por eso, la compensación por infidelidad no solo cubría la pérdida material, sino también la violación de la confianza depositada. Este dato, registrado en documentos legales de la historia del Egipto antiguo, muestra cómo la ética personal se vinculaba directamente con consecuencias económicas concretas.
En el antiguo Egipto, la situación era diferente si era el hombre quien era infiel. A diferencia de la esposa, no existía una indemnización formal establecida por la ley que pudiera reclamar la esposa. La sociedad egipcia era patriarcal, y las normas legales estaban mucho más centradas en proteger los derechos del esposo y la dote entregada. La infidelidad masculina se veía con desaprobación social y podía generar conflictos familiares, pero no había un castigo económico equivalente al doble de la dote como ocurría cuando la esposa era infiel.
A pesar de ser una sociedad patriarcal, había mecanismos que protegían a la esposa económicamente en caso de divorcio o infidelidad masculina, como la devolución parcial de la dote o acuerdos sobre la manutención de hijos.