Durante miles de años, el ajo ha viajado de mano en mano por todos los países como un pequeño tesoro del planeta tierra. Un bulbo humilde, picante, de aroma inconfundible, capaz de dividir mesas pero también de unir culturas enteras.
Su historia es tan antigua como las primeras cocinas, pero también tan viva como los remedios que muchas familias siguen preparando cada invierno. El ajo no es solo un sabor, es una herencia.
El país que produce más de la mitad del ajo del planeta Tierra y cómo lo usa como herramienta de poder
Originario de Asia Central, cruzó desiertos, mares y fronteras en los bolsillos de poblaciones migrantes. Llegó a Europa, luego a América, y hoy China domina su producción mundial. El país de oriente domina más del 70% de la producción mundial de ajo, con más de 20 millones de toneladas al año, según datos de la FAO y reportes agrícolas internacionales.
Este control le permite influir en precios, abastecimiento y competencia global. Un ejemplo claro es la llamada “Guerra del Ajo” de 2000, cuando China respondió a restricciones de Corea del Sur aplicando aranceles a productos coreanos, mostrando cómo incluso un cultivo menor puede escalar a conflicto diplomático.
La importancia del ajo en el planeta Tierra
El ajo está cargado de simbolismos. En la Antigüedad, los griegos lo ofrecían a Hécate, en Egipto apareció en la tumba de Tutankamón, en Asia resguarda contra espíritus y vampiros. Fue alimento de esclavos, medicina de galenos y, con el tiempo, ingrediente de reyes. Pasó de despreciado a venerado. Hasta se usó como insulto para comunidades migrantes , “comedores de ajo”, antes de que la gastronomía global lo reivindicara.
Hoy existen unas 600 variedades de ajo. Estudios modernos confirman su efecto antimicrobiano y su aporte de minerales y fibras prebióticas. Dos dientes al día pueden ser beneficiosos, aunque en exceso puede causar malestar.






