En pleno siglo XIX, cuando Francia y Suiza negociaban el Tratado de Dappes para ajustar su frontera en la región montañosa del Jura, nada parecía fuera de lo normal. El documento fijaba un nuevo trazado fronterizo que, en teoría, debía aplicarse una vez ratificado. Pero los tratados avanzan lento y en ese espacio de tiempo surgió alguien que vio una oportunidad única para desafiar a dos Estados con una simple edificio.
El excéntrico edificio que moldeó la frontera de dos países: pertenece a 2 naciones
Ponthus, un comerciante local con más visión que muchos diplomáticos, descubrió que el nuevo mapa colocaría la futura frontera justo sobre un terreno disponible. No lo dudó. Antes de que el tratado fuera ratificado, levantó una tienda, un bar y un albergue exactamente sobre la línea prevista. Su jugada no fue casual. Sabía que, una vez construido, sería muy difícil que Francia y Suiza modificaran algo que ya existía físicamente.
Cuando el tratado finalmente se aplicó, ocurrió lo insólito. El edificio quedó partido en dos países. La planta baja terminó del lado suizo. Las escaleras, en territorio francés. Y los dormitorios quedaron divididos literalmente por una frontera que corría entre almohadas, pasillos y paredes. Francia y Suiza, conscientes de que el edificio se había construido antes de la ratificación, decidieron respetarlo tal cual. Resultado: la frontera se adaptó al edificio, no al revés.
La frontera que fue un dolor de cabeza para los Nazis
Con el tiempo, el edificio cambió de manos y dio origen al famoso Hotel Arbez Franco-Suisse, un lugar que se convirtió en una rareza geopolítica viva. Allí, uno puede dormir con la almohada en Francia y los pies en Suiza. El comedor funciona mitad bajo normas francesas y mitad bajo normas suizas. Y durante décadas, los visitantes disfrutaron ,o sufrieron. la extravagancia de cruzar un país simplemente cambiando de habitación.
La anécdota más sorprendente ocurrió durante la Segunda Guerra Mundial. Cuando Francia fue ocupada, los soldados alemanes entraban al edificio… pero solo hasta el límite invisible del lado suizo. No podían avanzar un metro más. La neutralidad suiza lo impedía. Así, un pasillo del hotel se convirtió en una frontera geopolítica tan real como cualquier puesto militar.
Aunque legalmente la línea fronteriza se mantuvo según el tratado, en la práctica el edificio la obligó a comportarse de forma peculiar. La frontera quedó trazada por el centro del inmueble, y esa división sigue respetándose porque el edificio existía antes de la ratificación.






