En el planeta Tierra, cada árbol es una memoria viva del tiempo. Pero en lo profundo de una selva remota existe uno cuyo fruto desconcertó al mundo durante siglos. Sus semillas aparecían flotando en el océano, lejos de su origen, alimentando leyendas entre navegantes y pueblos.
Creían que venían del fondo del mar o de tierras que no figuraban en los mapas. Nadie imaginaba que aquel misterio nacía de un árbol real, inmóvil y ancestral, cuyas raíces permanecían ocultas en un rincón preciso del planeta Tierra.
El árbol con el fruto más pesado del planeta Tierra: más de 20 kilos y su semilla es la más grande del reino vegetal
Según el Museo de Tenerife se trata del coco de mar (Lodoicea maldivica), una palmera endémica de las islas Seychelles. A diferencia del coco común, su fruto puede pesar más de 20 kilos y su semilla, la más grande del planeta Tierra, puede tardar varios años en madurar. Durante generaciones, este árbol fue objeto de fascinación, comercio ilegal y protección extrema, ya que no crece de manera natural en ningún otro lugar del planeta.
La historia del coco de mar está marcada por la rareza y el aislamiento. Sus palmeras pueden alcanzar más de 30 metros de altura y vivir siglos. Pero lo que las hace únicas no es su tamaño, sino su lento ritmo de vida. Desde la polinización hasta que la semilla está lista para germinar pueden pasar hasta siete años, un proceso que desafía la lógica de la reproducción vegetal rápida.
Como es este árbol único en el planeta Tierra
Durante mucho tiempo, estas semillas fueron consideradas objetos casi mágicos. Se creía que tenían propiedades medicinales y afrodisíacas, lo que las convirtió en piezas codiciadas por coleccionistas y comerciantes. Esa demanda puso en riesgo a la especie, que hoy se encuentra estrictamente protegida por el Estado de Seychelles.
- este árbol depende de condiciones muy específicas de suelo, clima y fauna para reproducirse.
- la semilla puede tardar hasta 7 años en madurar y el árbol décadas en producir su primer fruto.
- el árbol de Lodoicea maldivica puede vivir más de 300 años, convirtiéndose en un verdadero testigo del tiempo
- debido a su rareza y valor histórico, su comercialización está regulada y cada semilla legal lleva un número de registro.






