Era 11 de junio de 1982, la lluvia empapaba las trincheras argentinas mientras los soldados agotados se preparaban para lo inevitable. A lo lejos, un estruendo. La artillería británica abría fuego concentrando sobre Monte Longdon y la batalla más feroz estaba por comenzar.
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En un momento de tensión y peligro, un chiflido agudo y persistente aparece como señal de advertencia o comunicación entre los sobrevivientes.
Aunque parece un simple recurso narrativo, ese chiflido guarda una referencia directa a una historia real, profundamente ligada a la memoria argentina.
El vínculo con Monte Longdon: un eco de la Guerra de Malvinas
Durante la Batalla de Monte Longdon, una de las más cruentas de la Guerra de Malvinas en 1982, los soldados argentinos utilizaban chiflidos cortos y específicos como método de comunicación silenciosa en medio de la oscuridad. Sin equipos de radio seguros y bajo fuego constante, los silbidos se convirtieron en señales de vida, advertencia y reconocimiento entre compañeros.
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Muchos sobrevivientes de aquella batalla recuerdan esos chiflidos con profunda emoción: eran el sonido que indicaba que alguien más estaba vivo, que no estaban solos.
Héctor Germán Oesterheld, guionista original de la obra, desaparecido por la dictadura militar argentina, tenía un compromiso político y humano muy profundo cuyas escenas específicas se reinterpretaron para rendir homenaje a los caídos en Malvinas, y el chiflido es uno de esos símbolos insertados con delicadeza.
Ese chiflido es una señal de resistencia silenciosa, de comunicación entre quienes luchan contra lo imposible. Es el eco de una batalla real, reflejado en una historia de ciencia ficción que habla de invasiones, pero también de dictaduras, injusticia y lucha colectiva.