Por Andrés Gabrielli
La oposición argentina podría creer, en función de experiencias recientes, que "la victoria no da derechos".
Lo experimentó, onerosamente, tras su alentador resultado en las legislativas de 2009.
No supo qué hacer con el sorpresivo capital político que le cayó entre las manos. Se enfermó de sí misma, de sus propias contradicciones y de su inacción.
Terminó dilapidándolo todo para volverse a encontrar cara a cara con la derrota apenas dos años después.
El dilema se repite. Un 70% de los votantes le hizo un guiño positivo, hace dos domingos, en otra elección de medio término.
¿Sabrá, ahora, administrar con tino la nueva esperanza que le deposita, a plazo fijo, la ciudadanía?
Dos mendocinos integran la primerísima línea con responsabilidad de contestar ese interrogante. Dos radicales, el ex vicepresidente Julio Cobos y el senador Ernesto Sanz. Correligionarios y rivales, al mismo tiempo.
Dos presidenciables.
No caer de vuelta al pozo
Decir que "la victoria no da derechos" es, según Jauretche, una de las tantas zonceras argentinas.
Si bien el concepto alude a la cuestión del espacio nacional, la pregunta de don Arturo continúa siendo pertinente en nuestro análisis: "¿Qué mejor manera de esterilizar una victoria que privarla de sus frutos?".
Claro, "es una forma pedagógica de impedir siquiera la lucha: ¿para qué luchar si el vencer es infructuoso? Esto lleva a aceptar la derrota de antemano y generar la indefensión".
Todo esto lo saben las fuerzas opositoras, que parecen haber aprendido la lección y deben mantener la postura erguida y briosa que les dio su reciente triunfo.
En especial Cobos, que se cayó de un pedestal altísimo luego de su voto no positivo, y Sanz, que viene descollando en la Cámara Alta desde hace unos años, pero sin prosperar en el grueso de la opinión pública.
¿Cómo evitar que se reedite el escenario de 2009?
Cobos lo estuvo reflexionando durante el respiro que se tomó en estos días en Chile para recuperarse del doble trajín electoral.
Sanz focaliza una certidumbre: "En 2009, el error fue que nosotros mismos generamos grandes expectativas. Expectativas exageradas respecto de la tarea legislativa". Lo que se traduce en una lúcida constatación para los tiempos que corren: "El Parlamento no puede cambiar la realidad argentina".
Un país muy difícil por delante
Dado que tanto Cobos, como diputado, y Sanz, como senador, realizarán su tarea específica en el Congreso, hay que subrayar otra diferencia respecto de 2009: tras el 27 de octubre, no hubo un cambio de mayorías en las cámaras, como ocurrió transitoriamente cuatro años atrás.
¿Entonces? ¿Cómo moverse para que la labor tenga sentido?
Sanz ve dos años muy problemáticos por delante, por cuanto el peronismo tendrá que administrar, por primera vez en 60 años de historia, un final de ciclo propio.
Y lo hará en medio de un intenso debate porque hoy, según especula, conviven tres peronismos: el de Sergio Massa, el del gobernador Daniel Scioli junto con varios gobernadores y el del kirchnerismo fanático que integran Zannini, La Cámpora, Uribarri, Capitanich, etcétera, que "puede ponerse loquito".
El mejor aporte opositor a la transición, desde el Congreso, sería una cuota de madurez y racionalidad.
Sanz, en ese métier, estará en su salsa.
Cobos, en cambio, si bien es un reconocido predicador de las buenas maneras, la tolerancia y el respeto institucional, no es un hombre de cuerpo, gregario. Le costará sobresalir entre sus compañeros de bancada, respetando las reglas.
Hacia la jefatura partidaria
Como vemos, la responsabilidad que cae sobre los hombros de Cobos y de Sanz es políticamente enorme.
"Tenemos que ser capaces de construir un espacio de racionalidad para ofrecerle al 30% de los argentinos que no va a votar al peronismo en 2015", explica Sanz.
¿Por qué solo un 30% de clientela no peronista? Porque entiende que, de aquí a las elecciones presidenciales, se conformarán tres grandes líneas: la poskirchnerista con Scioli, Uribarri o Capitanich; la que se arme en torno a Massa, incluyendo al macrismo, y una tercera con el radicalismo, el socialismo de Hermes Binner y el unionismo de Lilita Carrió.
¿El ideal cuál sería, para esta última? Definir la fórmula en una gran interna abierta entre sus líderes. Para que este proceso llegue a buen puerto, debería manejarse desde los partidos, que aportan una organización fuerte y sólida, y no desde las individualidades.
Por eso Sanz quiere encabezar la UCR nacional.
"El radicalismo necesita liderazgo, un conductor. Y yo estoy en condiciones de hacerlo", señala, convencido como nunca. Desborda de entusiasmo, hasta el punto de añadir: "Me siento un cruzado".
Dice contar con el apoyo mayoritario del partido y, sobre todo, de 12 intendentes de capitales provinciales, incluyendo al cordobés Ramón Mestre y al mendocino Víctor Fayad.
Su leitmotiv es la renovación generacional del radicalismo.
La faena, desde aquí a 2015, está delineada. Para Sanz. Para Cobos. Para sus eventuales socios políticos. Como dice Caparrós, "el peronismo sigue gobernando la Argentina porque persuadió a los argentinos de que solo los peronistas pueden gobernarlos".
¿Otra zoncera nacional? Pavada de reto, para toda la disidencia, lograr desmentirla.