¿Y si esta vez por lo bajo estuviera funcionando un poco mejor el sistema republicano en la Argentina? ¿Y si ahora fuera la civilidad, no tanto la política, menos aún la justicia, la que de alguna manera está moviendo con subterráneo acierto ese engranaje de poner algunos límites?

Es como si ciertos controles republicanos los estuviera poniendo la sociedad o sectores de ella. No decimos que no esté funcionando la prensa o la oposición. Por el contrario, la prensa no oficialista viene siendo cascoteada tupido desde el poder kirchnerista. En ese sentido hay una sobreoferta de compadritos desde el oficialismo. Sin embargo sí hay que decir que varios organismos previstos por la Ley para auditar el accionar del Ejecutivo nacional, como la Oficina Anticorrupción, no están funcionando con los objetivos con los que se crearon.

Chilenos y argentinos

A su manera, aquí se está repitiendo algo parecido a lo que pasó en Chile en octubre del año pasado con la clase media. Con la diferencia de que allá fue estentóreo y sostenido y aquí es más asordinado por la pandemia y se va manifestando por temas puntuales.

Allá fue porque al grueso de la clase media no le llegan los beneficios prometidos luego de 30 años de haber salido de la dictadura de Pinochet pese a haber tenido una economía exitosa. No hay "derrames" en educación universitaria estatal, ni en salud, ni en jubilaciones, ni en salarios.

Acá es porque los argentinos están cansados de fracasos, de grietas, de producir pobres, de la corrupción, de ser el país que prometía y que nunca fue. Éramos los europeos de Sudamérica, pintábamos para ser Australia o Canadá.

En la Argentina de la pandemia la prueba más notable de que que hay cosas que ya no las queremos más fue la reacción popular por el intento de expropiar y estatizar la cerealera privada Vicentín, traducida en una oposición espontánea a que el Estado vuelva a ocuparse de cosas que no le competen (salvo a la Justicia, que en este caso ya estaba tratando el concurso de acreedores) y que después terminamos pagando entre todos.

También esto se pudo ver en los reclamos para que la cuarentena sanitaria fuera sopesada con más acierto con la otra cuarentena, la económica. Y no hablo de los reclamos de Milei o de Espert sino de los que empezaron a advertirse desde la sociedad a través de banderazos y caceroleos pero también por la prédica de dirigentes de pymes, cuentapropistas, empresarios y los variados rubros de la informalidad.

También se pudo observar (por otras señales de la clase media) que a pesar de que muchos de ellos no votaron al oficialismo, creen que Alberto Fernández ofrece más garantías de consenso y de republicanismo que su socia política Cristina kirchner.

¡En guardia!

Como el miedo no es zonzo, es probable que parte de de esa movida social tenga que ver con que un conjunto importante de la sociedad ha advertido que es necesario ponerse en guardia ante lo que se ha dado en llamar "el fuego amigo" dentro del gobierno nacional.

Ello ha quedado patentizado en la ruidosa reaparición de núcleos duros del kirchnerismo, con lanzallamas que van desde Hebe de Bonafini hasta Víctor Hugo Morales y, claro, de la propia Vicepresidenta, todos los cuales han compartido claras señales en contra de ciertos rumbos de la Casa Rosada, en particular cuando esos movimientos están vinculados a la necesidad de acuerdos o de pactos de convivencia democrática con los principales sectores del país.

Es más: se escucha con asiduidad que en La Cámpora hay una creciente disputa entre los que quieren endurecer la relación con Alberto Fernández y los que sostienen que eso sería suicida en un momento de pandemia como éste, con la economía azotada, sin haber logrado aún cerrar un acuerdo con todos los acreedores ni con el FMI, y en el que una probable pelea entre los dos principales estrellas del oficialismo se los llevaría puestos a ambos.

El pueblo no gobierna ni delibera sino a través de sus representantes, dice la sabia Constitución para evitar el constante asambleísmo anárquico. Lo que aquí estamos resaltando es otra acosa: es el derecho de la civilidad a peticionar, a protestar de manera civilizada pero firme, a hacer explícitas cierta tendencias sociales que la política no quiere o no puede detectar, como la de poner límites a tiempo cuando no lo hacen las propias instituciones.

"El sistema" también somos nosotros, los civiles. La ciudadanía tiene la carnadura de una institución de la república.