Los ambiciosos objetivos europeos que dibujan la neutralidad de emisiones de GEI para el año 2050 es, para algunos expertos, inalcanzable al dudoso ritmo al que estamos implementando los cambios necesarios. Para lograrlo, los defensores de la energía nuclear abogan por una vuelta a la división de átomos, plantean la energía atómica como una necesidad para llegar a tiempo a la descarbonización pese a sus riesgos y contras. Según afirman sus defensores, el futuro de la energía nuclear como fuente de electricidad podría depender de la capacidad de los científicos para hacerla más barata y segura. Sin embargo, ¿es realmente así?
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Las primeras centrales nucleares comerciales comenzaron a operar en la década de 1950, basándose en la liberación de la energía del núcleo de los átomos al dividirlos. Este proceso, llamado fisión nuclear, genera una gran cantidad de calor que, al acercar al agua por su efecto refrigerante, genera vapor que hace girar una turbina que produce electricidad. Sus defensores la presentan como una energía limpia que apenas produce GEI (aunque sí tiene huella de carbono).
La Comisión Europea (CE) considera necesaria la energía nuclear para la transición hacia una generación sin emisiones de dióxido de carbono (CO2), principal causante del efecto invernadero.
Las centrales nucleares emiten un promedio de 28 toneladas de ese gas por cada gigawatio hora (Tn/GWh) que producen, muy por debajo de las 888 de las de carbón, las 735 de petróleo y las 500 de gas natural, según el informe técnico de la CE. La solar emite 85 Tn/GWh, mientras la hidroeléctrica y la eólica son las más limpias con 26. Según el mismo estudio, la energía nuclear también genera cantidades muy bajas de dióxido de sulfuro y dióxido de nitrógeno -que pueden generar lluvia ácida-, así como desechos químicos, y consume menos recursos minerales y fósiles en comparación con otras fuentes.
Quienes se posicionan en contra, la cuestionan por ser menos limpia que las renovables, por sus residuos radiactivos y sus altos riesgos, y la señalan como una barrera para el desarrollo de energías más limpias.
Si somos estrictos en el análisis necesario, en realidad una central nuclear emite más CO2 por GWh que cualquiera de las renovables, ya que un reactor nuclear necesita un combustible para generar electricidad y su obtención sí emite GEI. La Agencia Internacional de la Energía (AIE) remarca que, incluso triplicando la capacidad nuclear mundial, la reducción de las emisiones de carbono sería solo del 6%, un impacto que considera insuficiente para cumplir con los objetivos climáticos. En paralelo, los detractores de la energía nuclear también alegan que extraer uranio produce daños ambientales importantes, que decomisionar una planta es costoso y contaminante, y que existe el riesgo de accidente o ataque militar a instalaciones atómicas, muy bajo, pero con consecuencias potencialmente desastrosas si ocurre.
Recordemos que mucho antes de que las consecuencias del cambio climático trajeran de vuelta el debate sobre la conveniencia de la energía atómica, estas centrales siempre han vivido en el foco de la polémica, sobre todo cuando ocurren accidentes devastadores como el de Three Mile Island (EE.UU.) en 1979, el de Chernóbil (antigua Unión Soviética, hoy Ucrania) en 1986 y el de Fukushima (Japón) en 2011.
El desastre de Chernóbil emitió 400 veces más sustancias radioactivas que la bomba de Hiroshima (Japón, 1945). Por su parte, el desastre de Fukushima nos demostró que la vulnerabilidad de las centrales nucleares ante catástrofes naturales es mayor que lo que se pensaba previamente, que los sistemas de suministro eléctrico de la central y de eliminación de calor no son suficientemente robustos y que las posibilidades de evitar escapes radiactivos durante un accidente grave con fusión de núcleo son en realidad muy limitadas. Precisamente, este último accidente es una de las principales razones de que, al día de hoy, se haya reducido la utilización de centrales nucleares alrededor del 10%.
Ante este debate, es indispensable analizar todo el ciclo de vida de la energía nuclear, no solamente lo que suponen las centrales nucleares, sino también por la minería del uranio, por la cantidad de cemento requerido para sus construcción, por los elementos que tiene la central nuclear -sin considerar el problema de los residuos nucleares, tema particularmente delicado- es una energía con un impacto en carbono mucho mayor que las renovables.
El uranio, que es el material principal que se usa para la energía nuclear, no es un componente especialmente abundante en la Tierra, sino que es un elemento escaso en el que probablemente estemos alcanzando, si no hemos alcanzado ya, el pico de su extracción, lo que hace inviable ampliar esta energía en escala y tiempo.
Haciendo foco en que la energía nuclear emite más GEI que cualquiera de las renovables, no debemos obviar que a lo largo de todas las etapas del ciclo nuclear: la minería de uranio, la fabricación y el enriquecimiento del combustible, la construcción de las centrales, su mantenimiento, su desmantelamiento y la gestión de los residuos radiactivos, estas centrales consumen grandes cantidades de combustibles fósiles. Y el consumo de agua para refrigerar los reactores es otro de los puntos sensibles a considerar.
El debate de si este tipo de energía debería jugar un papel en la descarbonización no es para nada sencillo. Por un lado, gran parte de las plantas nucleares activas en este momento están llegando al final de su vida útil, lo que plantea un aumento muy importante de los riesgos. Alargar la vida de centrales muy viejas, que en muchos casos están superando los 40 años para los que fue diseñada la durabilidad de algunos de sus componentes que no se pueden sustituir, es todo un peligro, ya vemos cómo en Francia están apareciendo grietas en algunos reactores que están haciendo pararlas. Incrementar la vida útil de centrales que ya están bastante obsoletas incrementa la incertidumbre y los riesgos.
Incluso innovando tecnológicamente para la puesta en marcha de nuevos diseños de próxima generación, más seguros y económicos, reconsiderar la energía nuclear enfrenta obstáculos perennes sobre el riesgo que suponen sus desechos radiactivos y la posibilidad de accidentes. Y algo que es irrebatible es que en materia de energía nuclear el riesgo cero no existe. La fisión nuclear produce residuos radiactivos con un alto potencial contaminante.
Merece que nos detengamos en el grave peligro de los residuos radioactivos que genera la actividad atómica. Uno de los hechos que motiva el paulatino cierre de las centrales nucleares es la producción de peligrosos residuos durante su funcionamiento que representan una gran amenaza. La industria nuclear no ha sido capaz de encontrar una solución técnica satisfactoria y segura para este problema.
Además, algunos expertos afirman que el tiempo necesario para la construcción de los reactores nucleares es tan extenso (de 5 a 10 años en promedio) que en ningún caso podrán atajar algo tan urgente como la crisis climática.
El futuro de la energía nuclear pasa por la investigación sobre la fusión nuclear, que genera energía cuando dos núcleos chocan entre sí para formar un solo núcleo más pesado, lo que libera enormes cantidades de energía, de manera más segura y con desechos radiactivos mucho menores. Esto es parecido a la reacción que ocurre en las estrellas, como el sol.
Muchos la consideran la solución definitiva para el suministro futuro de la humanidad, ya que apenas contamina o consume recursos y podría producir energía casi ilimitada, pero recrearla con éxito en la Tierra requiere de una alta tecnología que aún está en desarrollo. Expertos creen que la fusión nuclear podría tomar protagonismo en la segunda mitad de este siglo.
A las dudas de algunos expertos y organizaciones ambientales sobre la aplicación práctica real de sus ventajas para ayudar en la lucha por la descarbonización, se suma otra incógnita que se dibuja a futuro: con el escenario de incertidumbre que plantea la evolución del cambio climático, podría ser un riesgo que las plantas de energía nuclear también se enfrenten a un rápido aumento del nivel del mar y al riesgo de eventos climáticos extremos. Esto complica aún más este complejo debate sobre cuál debería ser la solución menos arriesgada ante un problema global de la magnitud del cambio climático.
Es algo descabellado enfrentar una emergencia climática como la que vivimos dejando una herencia tan peligrosa: los residuos nucleares se mantienen radiactivos durante cientos de miles de años, durante los cuales hay que gestionarlos adecuadamente, y no desaparecen por muchos almacenamientos o planes que hagamos, es sin duda una gran irresponsabilidad. No tenemos claro aún si durante todo ese tiempo vamos a tener capacidad energética para enfrentar la gestión de esos residuos, por lo que debemos asegurarnos que no deberían crearse nuevos residuos radiactivos.
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