Análisis y opinión

Tomás Abraham y el exterminio judío: "Sin el relato no hay cámaras de gas"

El filósofo y escritor Tomás Abraham -un judío de excepción- ha presentado su nuevo trabajo: "La matanza negada". Es una obra de una riqueza extraordinaria

La extensa y fructífera trayectoria intelectual de Tomás Abraham (su currículum está detallado en tomasabraham.com.ar) lo convierte en un judío de excepción. Lo pone a salvo del bullying universal. Del acoso de proporciones bíblicas: “No soy un judío de mierda”, se encarga de constatar, con pesadumbre.

Cuestiones de este calibre llevaron a este filósofo que supo trabajar veinte años en la fábrica de medias Tom, de propiedad familiar, a rastrear sus orígenes en la lejana y olvidada Rumania.

La matanza negada, su nuevo trabajo, está lleno de preguntas disparadoras. ¿Por qué se vinieron sus padres desde allá? ¿Por qué se salvaron del salvaje exterminio al que fue sometido el pueblo judío, incluyendo a casi todos los Abraham? ¿Quién era verdaderamente su abuelo, un personaje prácticamente inexistente para su papá?

Por eso el subtítulo: Autobiografía de mis padres.

Pero, además de estas indagaciones de carácter personal e íntimo, Abraham reflexiona sin contemplaciones acerca de la complicidad de los intelectuales para ir conformando, paulatinamente, el espíritu general del genocidio. Intelectuales de la talla de Mircea Eliade y Emil Cioran, sus blancos preferidos.

La matanza negada es un libro de una riqueza extraordinaria. Conmovedor y lúcido. Digno, por momentos, de un probado novelista. De un pensador en su punto justo de evolución.

-La tapa del libro plantea de entrada una fuerte carga de sentido.

-La tapa la elegí yo y va al núcleo porque ahí están esos zapatos de bronce o de hierro, que hizo un escultor al borde del Danubio, en Budapest. Los judíos, judías, niños, adultos y ancianos tenían que descalzarse antes de ser arrojados al río y ametrallados. Es la “matanza negada”. Lo que los húngaros niegan haber hecho está ahí a la vista.

-Claro. Marca el tono de lo que viene a continuación.

-La tapa tiene que ver con la gravedad del tema. Si no hubiera esta gravedad, el libro no tendría sentido. Pero pasa por otros lugares, también.

-¿Cómo cuáles?

-Desde mi historia familiar, porque de ahí vengo, hasta las batallas culturales en la Rumania de la década del 30, en la entreguerra. La preparación de Auschwitz, que es lo que a mí me interesaba: el pre-Holocausto. Es decir, cómo se va armando la cosa; porque la cosa no viene así nomás. No es por un decreto de necesidad y urgencia.

-¿Cómo es el proceso de gestación?

-Se va armando el clima, se va armando la atmósfera. Se va creando conciencia de que hay que exterminar a un sector de la población.

-¿Cuánto lleva esa preparación?

-No mucho tiempo. Por supuesto que tiene antecedentes, porque más allá de la velocidad y la rapidez con que se ejecutó, esto venía sedimentándose en un antisemitismo propio de la región desde el siglo XIX. Además, la persecución de los judíos en los pogroms siempre se fue dando, de tanto en tanto, en la zona limítrofe con Rusia y todo eso. Ya era parte de la cultura occidental y cristiana.

-¿Y en tu país natal cómo fue?

-En Rumania fue radicalizándose. Después de la Primera Guerra Mundial, una serie de movimientos geopolíticos hicieron que la población rumana, de un día para el otro, se duplicara.

-¿Por qué?

-Porque las grandes potencias, por haber estado del lado victorioso de un modo un poco oportunista, les hicieron un regalo que les permitió aumentar su geografía y su población; y, con eso, el número de judíos que pasó a formar parte de Rumania.

-En esa mélange poblacional de la zona, ¿cómo se fue conformando tu familia?

-Mi abuelo materno es serbio; tan serbio como yo soy ecuatoriano. Su esposa -mi abuela materna- es húngara. Mi mamá es rumana. Y todos estaban ahí, en el mismo lugar. El tema de las nacionalidades, como sabemos lo que pasó, por ejemplo, con el colonialismo en África y en tantos otros lugares, incluyendo a América Latina, son creaciones artificiales, no de etnias o de pueblos.

-Tu zona de origen es uno de los mejores ejemplos.

-Claro. Rumania, de repente, fue una nueva Rumania, enorme: la Gran Rumania. Y la población judía, que era de doscientos mil miembros, pasó a setecientos mil. Igual, eran el 4% de la población.

-¿Por qué fue el problema, entonces?

-Porque ese 4% estaba concentrado en las ciudades. Y al judío, después de nacer y ser circuncidado, a los ocho o diez días le ponen un libro en la mano: el Nuevo Testamento y todos los libros que lo rodean como la Torá, el Talmud, la Mishná. El pueblo judío sobrevive durante dos mil años alrededor de las sinagogas, porque no tiene tierra, no tiene Estado, no tiene nación, no tiene nada. Vive en el Estado, la tierra y la nación de otros. Y es de otra religión, a la que consideran deicida, por haber matado a Jesús y todo ese tipo de cosas.

-¿Y qué se hace en las sinagogas?

-Se lee. El judío, desde muy chiquitito, aprende a leer. Entonces, en una sociedad y en una cultura analfabetas entre un 80 y 90%, porque la rumana era una sociedad campesina, ellos, en las ciudades, tienen lugares de poder. En los periódicos, habrá presencia judía. En la universidad, en los estudios superiores, habrá presencia judía. También en las escuelas secundarias de mejor nivel. Entonces, a pesar de ser tan pocos en el universo rumano, estaban. Y dejo de lado el comercio, la industria o el sector bancario.

-¿Cuál fue la reacción?

-Después de la Primera Guerra, en 1927 se crea la Guardia de Hierro, la Legión de San Miguel Arcángel.

-¿Cómo era el contexto político?

-Los rumanos tenían un rey. Era una monarquía constitucional. Pero todos los partidos políticos tenían el antisemitismo en sus programas. Es decir, que los judíos eran un problema.

-¿Cómo se resolvía el problema?

-En general, los partidos de un antisemitismo moderado decían: hay que sacarlos de Rumania y mandarlos a otro lugar. Pero era un tema que los sobrepasaba totalmente. La Guardia de Hierro lo tenía mucho más claro: hay que matarlos. Entonces, justo en Alemania sube Hitler.

-Llega el impulso perfecto…

-Ellos dicen que son pioneros respecto de Hitler. Su programa de la solución final y la exterminación definitiva era de cuando Hitler todavía estaba en la cervecería. Hacen de eso una cuestión de orgullo, de dignidad. El de 1927 es un programa de izquierda.

-¿Cómo es eso?

-Porque ellos dicen representar al campesinado, explotado por un régimen feudal. Por lo tanto, uno de los ejes del programa es la reforma agraria. Eso, en lo social. En lo político, propugnan el fin del sistema parlamentario y de los partidos políticos, que, según dicen ellos, son absolutamente corruptos y no representan a nadie. Es un “que se vayan todos” político. Y el tercer punto es la exterminación de los judíos. Por lo tanto, ellos son nazis de izquierda.

-Vos decís en tu libro que hay fascismo de derecha y fascismo de izquierda.

-Pero este no era ni siquiera fascismo de izquierda, que lo hay también, hoy en día, y bastante, sino nazismo de izquierda.

-¿Qué impacto tiene ese programa de Guardia de Hierro?

-Engancha muchísimo a la intelectualidad rumana. Engancha a filósofos, dramaturgos, actores, periodistas, educadores, pedagogos, etcétera, que ven, por fin, un ideal. Porque la joven generación rumana, que es la de la primera posguerra, estaba como flotando. No tenía una guerra en vista, una utopía. Era una nación nueva, la Gran Rumania. Necesitaba una identidad. Esa identidad era difícil de tener porque allí vivían innumerables pueblos.

-¿Cuáles, grosso modo?

-Vivían ucranianos, alemanes, judíos, gitanos, húngaros, ¡turcos, griegos! Entonces, ¿cómo construir una identidad?

-¿Y qué hicieron para construirla?

-Se fueron dos mil quinientos años atrás, hacia los llamados dacios, que era un pueblo que andaba entre los tracios y otros. Inventaron una leyenda que oficiara de identidad nacional. Y a esa identidad la Guardia de Hierro la toma como emblema, manchada con un gusano que la estaba carcomiendo desde adentro, que eran los judíos.

-Como vos decís, aquí está el germen de tu trabajo.

-En mi libro trato de reconstruir el ambiente cultural y político de esa época; de cómo van construyendo y cómo van haciendo costumbre la idea del crimen político masivo. Eso me interesó a mí porque coincidió un poco con la juventud de mis padres.

-Estos asuntos definen la condición humana. Pregunta para el filósofo: ¿cómo intelectuales brillantes, de la talla de Mircea Eliade o Cioran, en Rumania, o Heidegger, en Alemania, podían dejarse seducir por este tipo de teorías?

-Yo diría al revés: ¡¿por qué no?! Justamente ellos son los que más cerca pueden estar de inventar y adherir a concepciones del mundo terroríficas. ¡Son ellos! ¿Quién va a ser? ¿El campesino, que está arando todo el día? ¿Va a ser el obrero metalúrgico que está trabajando en una fábrica? ¿El comerciante que anda vendiendo telas? Estos no van a construir concepciones del mundo terroríficas para exterminar a la población y para constituir una raza pura.

-Pero un filósofo que se apasione, que se enamore de la exterminación del otro, ¡eso es lo que llama la atención!

-Pero no es la exterminación del otro. Es la construcción de un hombre nuevo.

-Como quería el Che Guevara, también.

-También. Mató a unos cuantos. Para construir un hombre nuevo hay muchos hombres reales que hay que exterminar. Pero todo está en pos de una utopía y una purificación. Es decir, la idea de una perfección y de una justicia universal, de una verdad ecuménica, tiene un costo. Y, por supuesto, están dispuestos a pagarlo.

-Cuesta hacerse a la idea…

-La idea de que un hombre que se dedica a la filosofía es un hombre bueno… En fin, no. No es bueno. Bueno es mi tío. O el almacenero de enfrente.

-Pero, ¿cómo hacés, siendo un intelectual en pleno siglo XX, para considerar a los judíos una raza despreciable, un pueblo inferior, teniendo ejemplos como Einstein, Chaplin, Spinoza, George Steiner?... Hay una lista infinita de nombres de este mismo nivel. ¿Por qué se llega a eso?

-Hay algo que se llama “el judío de excepción”. Por ejemplo, yo soy un judío de excepción porque tengo un reconocimiento cultural. Escribo libros, me dieron un premio, etcétera. No soy un judío de mierda. ¡Ni hablar de Einstein! ¡O de Marx o de Freud!

-¿Cómo se paran, entonces, frente a un judío de excepción?

-Un Cioran reconoce a un judío de excepción. Un Mircea Eliade, también. Pero el problema es el pueblo judío. Por otra parte, lo interesante de un filósofo como Cioran es que él envidia a los judíos. Y la envidia tiene una dosis de amor. No es puro odio. Cuando yo envidio a otro, me comparo con él y, de alguna manera, admito una cierta superioridad, le reconozco un valor.

-Es muy interesante cómo vas contando todo el proceso interno de Cioran.

-Cioran dice: estos judíos, ¿cómo hicieron? Eliade dice: ¿cómo hicieron estos tipos durante miles de años? Tienen a Einstein, tienen a Freud. En el terreno del conocimiento, son excelentes. ¡Y, además, tienen plata! Tienen a Rothschild. ¡Tienen el oro, el moro y tienen el libro! ¡Tienen todo!

-Claro, eso los pone en un brete, al mirar su propia historia.

-Dicen: nosotros, los rumanos, tenemos que aprender de los judíos; aprender cómo pudieron mantener durante miles de años una identidad sin tierra, sin nación, sin absolutamente ninguna institución. ¿Cómo hicieron para, después de la Inquisición, convertirse al cristianismo y, apenas aflojó la cosa, siglos después, volver a ser judíos? La memoria les vuelve. ¿Cómo hacen ellos? Entonces, no hay ningún misterio acá.

-Pero pensar así no construye. Es la simple cultura del resentimiento. Del amor-odio, como vos lo pintás a Cioran. Parece muy pobre para un filósofo.

-Pero ellos son los principales creadores de todo eso. En el terreno de las ideas. Hitler no era un intelectual. Tampoco Goebbels ni Eichmann. Pero sin el relato, no hay cámara de gas. La cámara de gas necesita relato.

-¿Quién hace el relato?

-Lo hace gente. Veamos el caso de Heidegger. Hace el discurso del Rectorado, tiene el carnet nazi, pero fundamentalmente es un cobarde, un gallina. Pero hay que admitir las contradicciones del ser humano. No hay que pintarlo de blanco o de negro y después decepcionarse porque no es todo de un mismo color.

-¿Cuál es el matiz en Heidegger?

-Hizo un seminario de diez años sobre Nietzsche donde no le regaló un hueso al nazismo. Y es un libro extraordinario. Entonces, yo leo el Nietzsche de Heidegger, el Kant de Heidegger u otros textos suyos sin ningún problema. Del mismo modo que escucho la música de Wagner. ¡Sin ningún problema! Y Wagner era antisemita. Lo que pasa es que a este Wagner le tengo un absoluto desprecio, pero no a su música. Yo no compro el paquete entero con el moño rosa. No me hace falta para elegir y seleccionar cosas que me interesan.

-También, con grandeza, vos terminás reconociendo en Cioran los méritos que tiene, pese a todo.

-A Cioran, que se fue a Francia como si hubiera nacido de un huevo francés, le reconozco, primero, el valor de su estilo panfletario cuando era joven. Tiene una fuerza y una energía que las tira contra los judíos, pero más las tira contra los rumanos.

-Contra sí mismo y contra todo lo que lo rodeaba.

-Contra sí mismo se cuidó bastante, porque un tipo que se la pasa diciendo que se va a suicidar hasta los 84 años… es porque se cuidó.

-Pero tira contra los rumanos. Y él era rumano.

-Claro. Tira contra los rumanos, tira contra los contra los cristianos, ¡tira contra los campesinos! Pero yo reconozco en él a un batallador desesperado y rebelde que, después, cuando se hace francés y escribe en francés, porque el Cioran famoso en el mundo, que tiene a sus seguidores y lectores, es ese…

-Como vos mismos reconocés, escribe brillantemente en francés…

-Demasiado. Porque se nota que lo aprendió, entonces es un poquito recargado el estilo. Pero el Cioran francés, que es el pesimista, el nihilista, el que habla de que la vida no tiene sentido, etcétera, es mucho menos interesante. Es más aburrido, más obvio; más latoso y repetitivo que el rumano.

-Saliendo de este tema, tu libro va por otros rumbos, también.

-Transita por varias cosas: cómo se fabrica un nazi en poco tiempo, la historia de mis viejos jóvenes, de mi abuelo que nadie conocía, de buena parte de mi familia que fue exterminada y nadie tiene ni siquiera los nombres en el recuerdo… De ahí vengo. Yo nacía ahí.

-¿Cuándo se forjó tu interés por este asunto?

-Estaba nadando en mi memoria desde hacía un par de años. Desde mi primer viaje a Rumania con mis padres, a los que invité a volver. Yo tenía un año y medio cuando me fui de Rumania. Nada.

-En la primera mitad del libro, Tomás Abraham, más que un filósofo, se convierte en un magnífico novelista. Hay momentos muy emotivos, como cuando llevás a tu papá hasta la tumba de tu abuelo. O la descripción del itinerario que lleva al casamiento de tus padres.

-Yo soy uno solo, ¿eh? Por ahora (ríe). No me divido. Para mí, la filosofía es narración.

-El libro es muy fuerte. No deja títere con cabeza. ¿Cómo ha sido este viaje de nacer, adoptar y encontrar la identidad volviendo?¿Qué nos dice el Tomás Abraham ser humano de esta búsqueda?

-Está todo puesto ahí. Yo estoy muy feliz de haberlo escrito. Para mí es muy importante porque todos los libros ocupan un lugar en la vida de uno. Un lugar imborrable. Pero este tiene que ver con mis viejos. En 2015 publiqué una novela, La dificultad, en donde ellos están presentes porque trata de mi infancia, con personajes inventados. Pero, como en las novelas en clave, es fácil adivinar quién es quién. Es mi adolescencia y mi juventud.

-Y este nuevo relato ocupa otra etapa.

-Es la parte de la juventud de ellos. Y ellos ni leyeron la novela, porque mi viejo se murió un mes antes de que saliera. Yo tampoco quería que la leyera, así que la demoré. Y mi vieja tuvo en ese mismo momento un ACV.

-La matanza negada cuenta la historia de ellos, pero también un capítulo de la tuya.

-Este libro es un poco de dónde vengo. Y yo nunca pensé que venía de Rumania, porque no existió Rumania. En mi familia jamás hablaron del pasado, jamás se consideraron rumanos, nunca hablaron en rumano. Yo no tenía nada que ver con eso. Nunca fui a la embajada rumana, salvo hace tres años. Tenía que hacer un trámite para mi partida de nacimiento y me sacaron carpiendo porque dijeron que yo me había desrumanizado y me había argentinizado. Por lo tanto, no hacían trámites para los que no fueran rumanos. ¡Me desconocieron como rumano!

-Muy kafkiano todo. ¿Entonces?

-Con una nueva embajadora pude tener mi primer contacto con Rumania. Después fui a Hungría a dar una conferencia. Ahí me presenté como judío, no como argentino, porque sabía que iba a crear incomodidad.

-¿Qué sentían tus viejos por Rumania?

-Olvido sentían.

-¿Por qué?

-Porque no rescataron nada. Cuando viajamos juntos, ellos miraban el reloj esperando el momento de trasladarnos al puerto para irnos. El que se conmovió fui yo cuando vi las sinagogas con candado. Me dije: ¿cómo puede ser? ¿Por qué tienen candado si están en perfectas condiciones? Estaban igual a cuando ellos se casaron. Perfectamente igual, pero con candado.

-¿Debido a qué el candando?

-Ese candado significaba que habían matado a quienes podían ir a la sinagoga y a la ceremonia. En la pequeña sinagoga de Sighisoara, adonde mi viejo fue de chico con su padre (él no se acordaba de nada), yo encontré la llave y pude abrir el candado.

-¿Cuál fue el impacto?

-Entré a la sinagoga más hermosa que vi en mi vida. ¡Tan hermosa, tan alegre! Colores pastel y blanco. Con palmeras en las paredes. Todo perfecto. Pero no podía entrar nadie porque no había un solo judío en el pueblo.

-Tuviste otro hallazgo…

-Buscando en cajones, encuentro un cuaderno con tapas de cuero y anotaciones en letra gótica, muy antiguo. Y descubro que hay un cementerio judío en ese pueblo y una tumba de Lázaro Abraham, que es mi abuelo. Fui hasta allí. Un potrero abandonado, con monolitos con musgo. Y con una espátula fui raspando tumbas hasta encontrar la de él. Entonces, regresé al hotel a buscar a mi viejo que estaba mirando tele, porque no le interesaba nada más que eso. Le dije: “Encontré a tu papá. Me tenés que acompañar”.

-Por lo tanto, aquí está el núcleo de tu libro.

-Fue la semilla que me llevó un poco a preguntarme qué pasó en Rumania, cómo fue lo de ellos que nunca me contaron. Ellos eran inmigrantes. Jamás dijeron la palabra refugiados. Nunca tuvieron la impudicia de decir que eran sobrevivientes. Nada de eso. ¡Inmigrantes! Como el gallego, como el tano, como el polaco, como cualquiera.

-¿Por qué se fueron de Rumania?

-Porque quisieron irse de allí y venir aquí a laburar. No existía ese tema del Holocausto, del genocidio. Mi viejo fue a picar piedras para el ejército nazi. Bombardearon el día que se casaron. Pero eso lo averigüé yo porque me interesaba eso de las sinagogas y el candado. Ellos nunca me contaron nada. En realidad, el libro se iba a llamar Sinagogas con candado.

-Pero no te dejaron.

-No me dejaron. La editorial dijo que nunca jamás iban a vender un ejemplar. Yo me resistí. Pero al final les reconozco un poco porque era un título nostálgico y melancólico para un hecho que merecía algo más fuerte.

-En el libro aludís a la serie Poco ortodoxa en donde una chica le dice a la protagonista, en Berlín, que la mitad de los israelíes tienen muertos, pero que decidieron dejar de lamentarse para poder crear un futuro. ¿Creés que tus padres hicieron algo similar, es decir, anular ese dramatismo para armarse una nueva vida?

-Sí. Anularon ese dramatismo. No anularon el dramatismo de la vida, es decir, con los hijos. A mí me tuvieron en un drama tras otro drama. Yo no quería ir a la fábrica, me quería ir a París a estudiar cosas absolutamente raras… Todo era un drama típicamente judío. Todo era una tragedia todo el tiempo: que yo no comiera lo suficiente, que saliera desabrigado… ¡Un drama permanente!

-Ese tipo de tramas judías que ha escenificado tan bien Woody Allen.

-¡Más bien! Pero con respecto al pasado de ellos, no había ningún drama allí, fundamentalmente porque habían logrado lo que querían, que era irse y llegar a un lugar que fuera el hogar. Argentina fue nuestro hogar. Acá encontraron lo que buscaban: un trabajo, un sitio donde después nació mi hermano; hicieron su vida, fueron libres; pudieron hacer sus servicios religiosos, recuperar su identidad religiosa…

-Claro, porque hubo peripecias en el medio.

-Nosotros llegamos a la Argentina con la religión cambiada. En mi partida de nacimiento original dice “evangélico luterano”.

-¿Por qué?

-Porque no podíamos entrar a la Argentina como judíos. Había un cupo.

-O sea que, oficialmente, sos evangélico.

-Digamos, protestante, que se adecua más mi temperamento (ríe).

-Un oyente nos pide que te preguntemos cuál es tu relación hoy con la fábrica de medias Tom. Hay que decir, de paso, que eso de fabricar medias ya lo traía tu papá desde su país de origen.

-Empezó mi abuela. La mamá de mi papá. Yo recorro la historia de una familia matriarcal, la de mi abuela y mi bisabuela. Las dos viudas, las dos endeudas por sus maridos muertos y a quienes les fue muy difícil la vida. Debían trabajar, llegar a fin de mes, con tres hijos y ese tipo de cosas.

-¿Y cómo surge lo de las medias?

-Entre los rebusques de mi abuela, que iban desde vender trapos a vender cuadros, pudo comprar una máquina de fabricar medias. Y mi viejo, que estaba haciendo el bachillerato y daba clases a sus compañeros en matemáticas y otras disciplinas para llevar unos mangos a casa, se metió con ella para ayudarla. Así llegaron a tener un taller. O sea que mi papá aprendió el oficio allá. Y cuando vino a la Argentina, era lo que sabía hacer.

-¿Y cuál ha sido tu relación con el oficio?

-Yo trabajé veinte años en esa fábrica. En momento dado, lo necesitaba para vivir y, en otros, para darle una mano a él. Después yo me fui de ahí y lo saqué también a él. Dejamos todo en manos de primos y demás, que luego vendieron. En este momento, salvo las medias que llevo puestas, no tengo nada que ver.

-En este ciclo de la humanidad, con populismos que llevan al totalitarismo, al fascismo, y que fomenta a la ignorancia detrás de líderes que manipulan la opinión pública, todo profundizado por las redes sociales, ¿hay una esperanza para salir del círculo de horrores?

-No sé. Sé una cosa: estamos viviendo una pandemia, que nos ha cambiado la vida a todos. Esto cambió todo el mazo de cartas. El mundo no es igual a hace tres años. Ahora, yo no puedo reconstruir para diseñarlo, diciendo esto es así y asá, aquí está el mal, aquí está el bien. Todo cambió y no sé cómo va a seguir. El “no sé” es muy importante. Yo creo que es una catástrofe, pero no soy un catastrofista. No creo que este sea el apocalipsis. Sé que esto es un desastre. Un desastre a todo nivel. Un desastre económico. Políticamente está todo muy embarullado. Es un desastre sanitario, etcétera. O sea, está complicado para miles de millones de personas. Yo no tengo un diagnóstico negativo. ¡Imposible tenerlo! Ni positivo. Ninguna valoración. Simplemente acá estamos todos con barbijo, distancia, sin tocarnos, sin ver a un montón de gente, sin poder ir a un lugar, abriendo y cerrando todo el tiempo, con ochenta y pico mil muertos que van a ser no sé cuántos. Entonces, sobre eso, lo que digo es: bajemos un poco nuestro nivel de indignación, de diagnósticos terribles, porque la realidad nos gana. Cuando esto sucede, lo que tenemos que hacer es cuidarnos, nosotros mismos primero, porque si nos enfermamos o nos deprimimos o no queremos más nada, no ayudamos a nadie. Y, después tratar de entender. Los pedacitos que podamos entender. Yo no quiero y me negué a formar parte de la indignación general contra lo que sea. No hay una cacerola que salga mi casa. Todas quedan adentro.

-Otra pregunta, finalmente, sobre la candente realidad. ¿Cómo te está pegando la cuestión judía, que siempre está en el centro de la agenda? Las numerosas series sobre esta temática, el conflicto en la franja de Gaza, etcétera. ¿Cómo lo analizás, brevemente?

-¿En cuántas horas?

-Tenés un minuto.

-Bien. Con respecto a Israel, hay una buena noticia: que se fue Netanyahu. También que hay un gobierno de coalición que es una especie de coctelera. Pero esa coctelera es la única posibilidad para que entren en un diálogo con las autoridades palestinas, fundamentalmente con el lado de Cisjordania, Sumeria, Judea, etcétera. Con Hamas es muy difícil dialogar. Entonces, la idea de que haya dos estados en cooperación política, cultural, es lo único bueno que puede haber en la región: un estado palestino y un estado israelí. Se abre una posibilidad.

-¿Y con respecto a las series?

-Hay una, Shtisel, que tiene tres temporadas. Le hacen una entrevista al actor que hace de Akiva, el joven protagonista. El periodista, que es rabino, además, trata de ver todo el tiempo si los actores tuvieron una profundización religiosa con la serie. Ninguno de ellos. Son más ateos que Marx. El entrevistador insiste: “¡Pero usted como judío!...”. Entonces el actor le contesta: “Perdóneme. Yo soy una persona. Soy un ser humano”. “Pero también es judío”, insiste el periodista. A lo que responde: “Yo soy un israelí de lengua hebrea”. ¡Uy! Me sorprendió escuchar eso.

-¿Por qué?

-Porque, al final, el sionismo, que pedía que los judíos fueran a Israel, logró lo que Hitler no pudo lograr. El único lugar en el que los judíos dejan de ser judío es Israel. ¡Israelí de lengua hebrea! Porque hay israelíes de lengua árabe. Y los hay de lengua rusa. O etíope.

-¿Entonces?

-Entonces -me defino- yo soy un argentino de lengua española. ¡Porque hay argentinos de lengua quichua o guaraní!

-¿Cómo lo tomás, en defintiva?

-Me dije: qué raro que es todo esto. ¿Qué tiene que ver un judío como yo, argentino, que está hablando del Holocausto, de los rumanos y de todo este tipo de cosas, con este israelí de lengua hebrea? ¿Tenemos algo que ver? ¿O no tenemos nada que ver? Es una pregunta que me dejo ahí flotando.

-Están, por otra parte, los Abraham que pertenecen a la línea árabe.

-Y, bueno, tenemos a un profeta común. Hasta un dios común.

-Los Abraham, por si esto fuera poco, parecieran formar parte de los poetas malditos, como Baudelaire.

-¿Los Abraham como poetas malditos? No reconozco eso. No. Nosotros somos los padres de los pueblos. Abraham es el fundador del monoteísmo. Todos aquellos que somos monoteístas y monógamos venimos de ahí.

-Pero vos ponés, en un tramo de tu libro, que Abraham y Job son dos de los malditos según el texto bíblico.

-Bueno, sí. A Job y a Abraham lo toman los filósofos existenciales como Fondane y Shestov. Todo esto viene de un filósofo danés, Kierkegaard, que cuenta la historia. Abraham, por orden divina, se dispuso a matar a su hijo Isaac, lo que es un crimen. Pero era un crimen en nombre de Dios.

-Está claro…

-Te digo, entre paréntesis, y que nadie me escuche de la colectividad: que el Dios de los judíos… La verdad, es mejor tener otro.

(Esta entrevista, vía telefónica, se desarrolló en el programa La Conversación de Radio Nihuil).

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