Motivado por la situación del mundo, Guillermo Saccomanno escribió Soy la peste como una manera de exorcizar sus demonios y destilar su bronca.
Motivado por la situación del mundo, Guillermo Saccomanno escribió Soy la peste como una manera de exorcizar sus demonios y destilar su bronca.
Aunque no le diga explícitamente, esta breve novela distópica, que se desarrolla, temblorosamente, a los arañazos, por las entrañas de una ciudad asolada por el mal, por una peste innominada, entre medio de cadáveres e individuos fulminados, es su manera, literaria, de fruncirle el ceño a todo lo que observa en derredor.
La suya es una voz autorizada para hablar de letras, de valores, de política y sociedad, luego de años de oficio en la escritura, en la confección de guiones, desde aquellos tiempos dorados de la historieta cuando, en los 70, colaborara con talentos de la talla de Alberto, Enrique y Patricia Breccia o Francisco Solano López.
Es común, después de su extensa trayectoria y la acumulación de títulos, que a Saccomanno se lo tilde, justicieramente, de maestro. También de escritor de culto, blasón que él rechaza con una mueca irónica, replicándonos: “¡No, pará! Ustedes tienen a Di Benedetto, a Joaquín Lavado, Quino. Eso es de culto”.
Nos lo dice como mendocinos, remarcando que, hoy, su compañera, con la cual convive, Fernanda García Lao, es nuestra comprovinciana. Y va a aclararnos, en el capítulo dedicado al cómic, que alguna vez hizo planes, también, con “otro mendocino fenomenal”, Luis Scafati.
Ante cada tema propuesto en esta entrevista para La Conversación de Radio Nihuil, Saccomanno contesta con pasión, con ardor, con una vehemencia que se agradece en estos tiempos en que se habla en tono bajo, con eufemismos elegantes que él considera “caretas”.
Se descarga mediante sucintos monólogos que hemos preferido dejar tal cual, para no alterar su ritmo ni la unidad de sentido.
Al final se despidió en estos términos: “Les agradezco la posibilidad de explayarme y de poder hablar con absoluta libertad”.
Ya verán porqué.
Saccomanno se encuentra en Olivos, en la casa de García Lao, donde ha transitado toda la pandemia.
“La verdad es que la pasamos fenómeno porque tenemos la casa llena de libros. Hay un jardín muy amplio. Nuestra pandemia ha sido realmente un lujo comparada con la situación en el resto del país donde tenés el hacinamiento, la pobreza, la miseria. Han ocurrido cosas espantosas en el último tiempo. El personal de salud que ha fallecido arriesgando su vida para salvar al prójimo mientras una cantidad de inconscientes de derecha se oponen no solo a la vacuna sino a los barbijos y a los protocolos. Este panorama es muy desgraciado y uno, por más que tenga su pequeño paraíso, no puede estar ajeno a lo que ocurre alrededor. Bueno, está en mi novela la prueba de lo que yo pienso. Es mi percepción del contexto en el que estamos, la historia que estamos atravesando, este momento dramático del capitalismo que parece estar llegando siempre a su fin pero siempre se reformula. Y lo que se está viviendo creo que es un cambio de hegemonía”.
Uno de los géneros más fecundos que ha cultivado Saccomanno es la historieta, desde los años 70 hasta hoy.
“Todavía sigo en este género del cual me siento muy orgulloso y en el que me he curtido. Le sigo escribiendo guiones a Mandrafina que se publican en Italia y algunos están por salir próximamente en Fierro on line. La historieta que yo he conocido y en la cual me formé era la Oesterheld, la de Breccia, la de Hugo Pratt. Esos fueron mis señaladores. Oscar Masotta llamaba a este género literatura dibujada. En la época en que irrumpimos con (Carlos) Trillo tratamos de poner sobre el tapete el rol preponderante de los autores, esa conjugación de palabra e imagen. El trabajar, encontrar. Es algo que aprendimos de Oesterheld: preocuparnos por qué dibujante podía interpretar tal o cual atmósfera. Él, por ejemplo, pensaba para (Alberto) Breccia determinadas historias, las más oscuras o sombrías, las que podían tener algo más truculento. Y las que eran abiertas, con preponderancia del paisaje, las pensaba para Hugo Pratt. Aprendimos, también, que hay una responsabilidad del autor, tanto del dibujante como del guionista, con el lector. Porque tal vez ese lector no tenga oportunidad, no tenga otro acceso a la literatura y a la plástica que no sea a través de la historieta. Esto te pone en un lugar de compromiso y de riesgo. Es decir, cómo no ser paternalista, cómo no trabajar con la bajada de línea, cómo no adoptar una moral sarmientina desde lo pedagógico y pensar que esa historieta puede transmitir un cuestionamiento de la realidad. Esto es lo interesante. Por ejemplo, el modo en que Oesterheld plantea cómo debe ser el héroe: debe ser un héroe colectivo y nunca el héroe individual. Es una interpretación de la historia. De última, el cómic es una conjugación de la literatura y la plástica. No es ni mejor ni peor que ambas”.
En situaciones extremas como la pandemia, ¿cómo se comporta la gente?
“Quiero aclarar que soy un narrador y no puedo hacerme el inocente con respecto a la realidad. No me cabe duda, tal cual dijeron pensadores de la nueva izquierda como Noam Chomsky o Naomi Klein, de que esta enfermedad, que aparece en China, se propaga, etcétera, está relacionada intrínsecamente con la dialéctica y las contradicciones del capitalismo y su política extractiva, como la producción alucinada de chanchos que ahora van a traer a nuestro país estos imbéciles y aprovechados del Gobierno… a quienes no me tiembla el pulso para acusarlos de usureros y estafadores de la salud. Lo pensamos desde la filosofía del capitalismo que es yo primero, yo emprendedor, yo ganador, ¡cuando en realidad es yo perdedor! Entonces, esta filosofía del sálvese quien pueda tiene que ver con la cuestión personalista del capitalismo que se piensa en términos siempre de ganancia individual. Por lo tanto, no es extraño que estalle una peste como esta. Fijate cuál es la dialéctica jodida de esta situación que tiende a encerrarnos en nosotros mismos y a pensar al otro como un posible enemigo, como un posible radiador de la enfermedad. Y no es que esté cuestionando el protocolo. Ha sido inteligente mantener un alto componente de la población aislado como para prevenir el contagio en una primera etapa. Lo que me refiero es que el sálvese quien pueda es inherente al sistema capitalista; es inherente, además, al capitalismo bajo pandemia, bajo peste”.
La propia editorial ha puesto en la contratapa de Soy la peste que no es un libro para lectores sensibles.
“Yo no soy un escritor de novela rosa. Intento no ser complaciente, no ser un autor de esos a los que les preocupa el marketing. No escribo novelas históricas, no escribo novelas sentimentales. No escribo novelas policiales en el sentido clásico. Mi literatura es oscura, es compleja. Y, sin embargo, creo que encuentro lectores que presenten atención al salvajismo de este relato y puedan entenderlo como una metáfora, como una alegoría de los tiempos que vivimos. No es nuevo esto que yo cuento. En una peste anterior, como fue la fiebre amarilla, los tranvías que partían de Once hacia la Chacarita iban unos tras otros, en forma de convoy, trasladando muertos. Era el tren de la muerte. Pensemos en ciudades de Latinoamérica donde se apilaban los cadáveres en la calle, hoy en día. Pensemos en los muertos en las calles de Nueva York. O sea, yo no estoy inventando nada. Un escritor, simplemente, observa alrededor y trata de contar las cosas con una mirada nueva. Esto lo decía Raymond Carver. El escritor no tiene porqué ser el tipo más inteligente, más piola y más canchero del barrio. Tiene que ser un tipo que se pare ante las cosas, ante un par de zapatos, y vea que ese par de zapatos viejos y abotinados, como los que pintó Van Gogh, pueden transmitir otra cosa”.
El uso del lunfardo en Soy la peste, un relato marcado por las contradicciones.
“Surgió naturalmente. Esta novela la terminé casi en 40 días, en un punto bloqueado, porque pensaba que no iba a escribir más ficción. La hice preocupado por lo que sucedía a mi alrededor. Yo siempre me levanto muy temprano. En otoño/invierno me levantaba a las 5 de la mañana, todavía en lo oscuro, y me ponía a trabajar hasta las 9 y media o 10. Salía a dar una vuelta por Olivos. Acá cerca está el cementerio y junto a los paredones me hacía algunas que otras preguntas existenciales. Con respecto a la lengua, yo quería que el relato tuviera esa convivencia de pasado, presente y futuro, pero que no estuviera dado solamente a partir de la incorporación de elementos puntuales como podrían ser un tranvía, un trole o un jet. Quería que pasara por el lenguaje donde conviviera una lengua lunfarda, muy próxima al tango, al rock o, por momentos, más culta. Porque me parece que, así como la cultura es un campo de combate, también la lengua lo es. Me interesa esa convivencia y ese litigio que hay entre lo alto y lo bajo. La materia con la que yo trabajo es el lenguaje. En su territorio es donde tenía que librar el conflicto”.
¿Por qué las distopías están tan boga? ¿Por qué atraen más que las utopías?
“Primero, porque estamos en un cambio de siglo, con un cambio de paradigma. Estamos aterrados. Yo me levanto todas las mañanas y leo The Guardian, que es el diario socialista, de izquierda, inglés, que está muy bien informado. Ahí tenés datos sobre los incendios en el planeta, sobre las masas de hielo que se desprenden del Ártico y del Antártico; tenés la información real sobre el coronavirus, sobre las guerras que hay con escenarios muy desgarradores… ¿Cuántos refugiados hay hoy en el planeta? Da la impresión de que estamos caminando alegremente hacia el abismo. Entonces, es lógico que surjan textos que se cuestionen lo que se llama el futuro o lo porvenir. Pensemos en George Orwell cuando escribió 1984. No se equivocó demasiado con esa sociedad de control que él inventó. Quizá lo hizo pensando en el estalinismo, pero hoy tenemos una sociedad de control”.
¿Por qué el título Soy la peste? Tiene resonancias de otros dos libros: Soy leyenda de Richard Matheson y La peste de Albert Camus.
“Pensé ponerlo en primera persona porque me interesaba operar desde la subjetividad. También me sonaba a que, cuando yo era pibe y me mandaba alguna trapisonda, me vieja me decía: “¡Sos la peste!”. Era muy común en aquella época. Como decir, también, “sos la piel de Judas”. Por otro lado, cuando me senté a escribir, por abril, mayo, junio, quería hacer una novela que a mí me hubiera resultado atractiva cuando yo tenía 15 o 16 años y descubría la calle. Era cuando empezaba a trabajar de mandadero en una agencia de publicidad y leía a Roberto Arlt, a Rimbaud. Me formé en esa literatura. Me armé ese programa literario-ético. Me parecía, entonces, construir una subjetividad desde el que yo había sido. Este pibe del relato debía ser, de alguna manera, el resultado de un contexto, como lo somos todos. Uno puede romper, después, con el contexto, con la normativa o la preceptiva. Pero uno está pegado, también, ¿no?”.
¿Estas pestes o catástrofes tienden a igualar a las personas, a las clases sociales?
“Hay una trampa en esto. Lo que dice la novela es que muchos se rajaron. La tragedia les ocurre a los que no pudieron huir. Si nosotros pensamos con respecto a la pandemia, hay ciudadanos de primera y ciudadanos de segunda. Están los magnates de la informática, que hablan en términos de pronóstico, como el capo de Amazon. Es decir, con esta pandemia hay gente que se ha forrado y mucho. Hay gente que tiene su avión privado como Susana Giménez que está moviendo el culo alegremente en Punta del Este. Hay jugadores de fútbol. Icardi y Wanda Nara seguramente la pasan mejor que todos ustedes juntos y yo. No me refiero a que la pasan mejor en términos de cariño o afecto, sino a que el dinero otorga una protección, te blinda. El poder te blinda de manera diferente. No sufren igual los ricos que los pobres esta enfermedad. Tienen otros privilegios, desde la medicina privada, desde el country”.
¿Qué ve Saccomanno hacia adelante? ¿Se vislumbra alguna salida?
“Lo que yo me pregunto seriamente es qué quiere decir la democracia, qué significa. Estamos viviendo un tiempo de crisis de representación muy fuerte. Crisis de representación del lenguaje. Las palabras no quieren decir lo se supone que dicen. Desde lo políticamente correcto ahora todo cambió de nombre, todo se maneja a través de eufemismos presuntamente elegantes. La elegancia a mí me parece una careteada. Y esta crisis afecta también a la representación social: cuáles son los íconos culturales, los íconos de la información. ¡La televisión es delictiva! Por otro lado, también la política es delictiva. La Corte Suprema es delictiva. Cuando ves esas figuras truculentas, esos rostros enjutos, arrugados, constreñidos, uno se pregunta, más allá de las conexiones de poder, ¿cuál es la relación de esta gente con el goce, con el sexo, con la alimentación? ¿Cómo goza esta gente? Porque lo único que transmite es la vocación de permanencia en un lugar de poder. Lo mismo pasa con las figuras gubernamentales. Con el presidente de la Nación. Lo mismo pasa con Cristina, que anteayer estaba en contra del aborto y porque la nena se apioló y la apioló a la madre, ahora está a favor. ¡No careteemos más, querido! Lo ves a Alberto Fernández. Se cree que por ser amigo de Litto Nebbia es progre. ¡No alcanza! ¿Qué hiciste con Vicentin? ¿Qué hiciste con el desalojo de Guernica? Entonces, ¿de qué democracia estamos hablando? En el debate del aborto por televisión ves a esos carcamanes de provincia, señores que representan intereses feudales y hablan de las dos vidas. Alguien los votó. ¿Cómo se llega a votar eso? Si se llega a votar eso es porque hay una crisis de representación muy profunda. Este sistema necesita ser replanteado desde todo punto de vista, desde la política financiera a la política agraria. Es muy difícil proponer esto. La izquierda lo hace, pero después son diez gatos locos que están atomizados y que terminan haciéndole el juego a la derecha. No obstante, yo quiero tener esperanza en las nuevas generaciones, en las pibas y pibes que están en la calle, luchando. Pero estamos en un momento realmente complejo”.