Cabe preguntarse cuánto tiempo más está dispuesto el gobierno de Alberto Fernández a dilapidar su propia base electoral. 

Sin tomar verdaderas medidas de fondo que generen renovadas expectativas de que el país podrá salir con vigor de la actual crisis económica será cada vez más difícil que cada cual no piense en el sálvese quien pueda. 

El que dispone de algún mango trata de hacerse de los 200 dólares habilitados por mes para resguardar sus ahorros, y el que no lo tiene siente que cada vez le cuesta más llegar a fin de mes o conseguir lo que necesita para sostener lo básico. Los que tienen mayores carencias, un universo cada vez más grande, comprueban que la red de contención del Estado es insuficiente para mantenerse a flote. Quienes perdieron su trabajo no saben cómo podrán proyectar su futuro.


La pandemia agarró al país en la peor forma. La asistencia del Estado como soporte de empresas y las ayudas de emergencia implican paliativos de altísimo costo en términos de desbarajuste de las cuentas públicas. En tanto, la extensión de la cuarentena, por más que sea negada por el Presidente, no hace más que seguir lesionando la actividad económica y los ingresos tributarios.

El envión que significó la reestructuración de parte de la deuda se esfumó en pocos días por falta de un plan económico articulado que genere confianza en los pasos que el país debe dar para salir de la depresión. Las señales se demoran, sigue pendiente el arreglo con el Fondo, y la presión sobre la cotización del dólar es difícil de tabicar.

Convengamos que la situación que recibió Alberto Fernández era sumamente delicada, con vencimientos de deuda insostenibles, recesión económica y altísima inflación. La salida de divisas del sistema financiero se acentuó después de las PASO y, al asumir, el nuevo gobierno se definió por el cepo cambiario que hoy por hoy no está logrando frenar la incesante caída de las reservas.

El paso en falso con el caso Vicentín, el empeoramiento de todas la variables,  y los problemas derivados de la politica no hacen más que agravar la crisis económica.

Mejor que decir es hacer

Son pocas las noticias positivas en estos tiempos, y el anuncio de la fabricación de la vacuna en  Argentina está a largos meses de convertirse en realidad. Lo que nos toca cada día es verificar la curva creciente de contagios y de muertos. El renovado Procrear es un aliciente pero resulta mínimo si se lo supone como estrategia de reactivación. Para colmo, el empecinamiento por sacar a cómo dé lugar la Reforma Judicial le quita el foco a lo prioritario y no hace más que desgastar al propio Ejecutivo. 

Entre la cuestionada "Comisión Berardi", que fue creada con el propósito de meter mano a la Corte Suprema, y la "enmienda Parrilli", que busca disciplinar a los periodistas que investigan casos de corrupción, siguen alimentando a la oposición. 

El previsible triunfo del proyecto cristinista en la Cámara de Senadores será un paso firme hacia el ansiado objetivo, pero la batalla no estará ganada antes de asegurarse el mínimo de votos necesario para la aprobación en Diputados. Todas las miradas están centradas en el mendocino José Ramón y su bloque, de quien se dice que ya negoció a un alto valor su adhesión a la reforma. Una victoria pírrica tendría un alto costo político de la coalición gobernante ante a la sociedad y acentuaría las resistencias que ya son visibles en el Poder Judicial.

Mientras se frota las manos desde Europa, Mauricio Macri está dando algunas señales de que sigue con atención el descontento que quedó evidenciado el 17A. Lejos de los tribunales de Buenos Aires, a donde también le tocará comparecer por diferentes causas que se están sustanciando en su contra y de buena parte de su gabinete,  el expresidente da apariencias de querer capilizar las movilizaciones convocadas a través de las redes contra el Gobierno. 

No hay nada concreto ni el ex presidente tiene el espacio asegurado, pero lo cierto es que en Juntos por el Cambio la dirigencia se nuestra unida y motivada a librar batalla contra la Reforma Judicial, a pesar de las diferencias, no sólo entre los partidos que lo integran, sino también entre los que ejercen funciones ejecutivas y los que no tienen la responsabilidad de gobernar.

Sí, Cristina

La clásula que metió Oscar Parrilli contra la prensa es un acicate a la resistencia en todos los frentes, especialmente en la Cámara de Diputados. Si bien es indiscutible que no se puede tener una mirada ingenua sobre la realidad política y menos pensar en términos de candidez sobre los medios en particular, la provocativa jugada del senador que responde a Cristina, amenaza con convertirse en un búmerang contra el ansiado proyecto de reforma.

Todo puede ser debatido y la línea editorial de los medios no está exenta de ser objeto de cuestionamientos, pero la iniciativa de Parrilli cayó como "vamos por los periodistas que destapan casos o se meten en el trámite de las causas de corrupción".  Un capítulo más de la doctrina del "lawfare" que postula la vicepresidenta, quien se presume de ser perseguida judicial.

Aseguran algunos cronistas que consultan fuentes de la Casa Rosada, que el artículo que cambió el senador cristinista no fue consultado con Alberto. De ser cierto, no dejaría de ser preocupante que un tema de fondo, cuanto menos polémico, sea introducido sin involucrar al Presidente. 

En cuanto a la reforma general, las voces oficialistas aseguraban que el constitucionalista Daniel Sabsay, de reconocida posición crítica hacia el kirchnerismo, había avalado el proyecto de reforma con el fundamento de que en su articulado no había nada que pudiera favorecer la situación procesal de la vicepresidenta. 

Ese también fue uno de los argumentos que nos ofreció Ricado Alfonsín, con quien hablamos después de las marchas autoconvocadas. Lo mismo dijeron otros representantes oficialistas en el Congreso.

Tanto se comentó sobre el asunto, que en el programa Mediodía de radio Nihuil, consultamos directamente a la fuente: Daniel Sabsay. El jurista fue contundente al señalar que se trataba de una operación política porque su posición era contraria a "una reforma que lo que busca es la impunidad de Cristina Kirchner".

Los dimes y diretes presagian tiempos de tensión, de gobernadores presionados con la chequera para que disciplinen a los diputados que les responden, de febriles negociaciones en el ámbito del Congreso. A todo esto, Mendoza sigue sintiendo el rigor del gobierno nacional que también se manifiesta en la dilación del trato de su deuda con el Banco Nación y con la ANSES.
 

Mientras, los ciudadanos seguirán  esperando que se encare una agenda  de temas que se acerquen a los  verdaderos problemas cotidianos. 

El mejor discípulo


Cuando Néstor asumió la Presidencia con el 23 por ciento de los votos, el país también estaba en llamas. El contexto internacional era ostensivamente más favorable que el que recibió Alberto y, con un dólar competitivo que le había dejado su antecesor, pudo impulsar el despegue de la economía acompañado por Roberto Lavagna, un puntal que inspiraba confianza en el frente internacional y en el mercado local. 

Sin una coalición fuerte, Néstor echó mano a la transversalidad más allá de las fronteras del PJ, para asegurar la gobernabilidad. Su capacidad política le permitió acumular poder y darle previsibilidad a la economía.

Contrariamente, Alberto, quien se precia de ser "el mejor discípulo de Néstor", arrancó con un alto caudal electoral y llegó a picos récord de imagen positiva en las primeras semanas de la cuarentena. La amplia coalición del Frente de Todos lo exime de buscar transversalidades por afuera. Pero, justamente, allí reside parte del problema. Las disputas internas, las exigencias de su vicepresidenta y las mínimas posibilidades de buscar acuerdos extra coalición le coartan la capacidad de desplegar un proyecto político amplio. Y la economía cabalga sobre la incertidumbre política.

Entre la pandemia y los errores propios, el año está practicamente perdido para una recuperación económica y el 2021 no augura demasiada mejoría si el Gobierno no apura el paso en un contexto que será complicado por la contienda electoral. 

Al Presidente no le falta experiencia después de haber participado del gobierno de Néstor y parte del primero de Cristina como Jefe de Gabinete. Claro que las circunstancias son distintas, y no se vislumbra un ejercicio del poder formal unificado con el poder real, una condición necesaria para empezar a despegar.