Un país que domina casi todo… menos el primer paso.
El sistema nuclear argentino es, en muchos aspectos, una rareza dentro del mundo en desarrollo: domina la ingeniería de reactores, produce combustibles, opera centrales con seguridad reconocida internacionalmente y exporta tecnología desde INVAP a cuatro continentes. Sin embargo, todo ese entramado sofisticado depende de un insumo básico que dejamos de producir hace casi tres décadas: el uranio.
La tercera entrega de esta saga se concentra en ese primer eslabón (la minería y Dioxitek) y en por qué recuperar esa base puede ampliar la capacidad industrial argentina, generar nuevo valor agregado y abrir la puerta a productos exportables de la cadena del uranio.
El uranio: donde empieza todo
Toda la cadena nuclear, desde un reactor de potencia hasta un radiofármaco utilizado en un hospital, comienza con el mismo mineral. El uranio aparece en la naturaleza como una roca con baja radiactividad, manejada desde hace 80 años bajo protocolos muy estrictos. No tiene nada que ver con residuos o materiales altamente radiactivos; es, esencialmente, un recurso minero con controles químicos y radiológicos claros.
Argentina tiene abundancia de este recurso, en un contexto global donde la demanda de energía limpia y constante crece al ritmo de la electrificación y la inteligencia artificial.
Minería de uranio: recursos, actores y realidad
Desde mediados del siglo XX, la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA) realizó un trabajo de exploración que hoy es referencia en América del Sur. Identificó recursos importantes en Chubut, Río Negro, Neuquén, Mendoza, Córdoba y San Luis. Los más prometedores están en la Patagonia, donde dos provincias (Río Negro y Chubut) empiezan a concentrar la atención por el interés de nuevos actores.
Río Negro vive un movimiento interesante con Blue Sky Uranium y su proyecto Amarillo Grande, que incluye el depósito Ivana, uno de los de mayor avance técnico del país. La entrada de la Corporación América al proyecto agregó un componente clave: capital privado nacional dispuesto a apostar a esta industria. Esa combinación (exploración profesionalizada y financiamiento local) empieza a perfilar a la provincia como un posible primer distrito productivo.
Chubut, por su parte, es la provincia con mayor potencial geológico. La meseta central concentra depósitos como Cerro Solo, Laguna Colorada, Sierra Cuadrada y Arroyo Perdido, estudiados durante décadas por la CNEA. También figuran proyectos desarrollados por juniors internacionales, como Laguna Salada, y el interés reciente de YPF en evaluar la zona. El desafío chubutense no es solo técnico, es también social: la ley provincial vigente y la sensibilidad local exigen un diálogo serio que permita evaluar alternativas productivas modernas y de bajo impacto.
Minería, ambiente y la pregunta correcta
El debate público argentino suele meter a toda la minería en la misma bolsa. Pero las diferencias técnicas son enormes. La minería metalífera a cielo abierto opera con volúmenes gigantescos de roca removida y sustancias químicas agresivas. La minería de uranio, en cambio, se realiza con estándares mucho más elevados, superficies menores y metodologías modernas como la recuperación in situ (ISR), que evita movimientos masivos de suelo y reduce el impacto superficial.
Pero incluso más importante es introducir un criterio que rara vez aparece en el debate público: el balance. No existe actividad humana sin impacto; lo que corresponde analizar es si el impacto se justifica frente al beneficio.
En ese plano, el uranio tiene uno de los mejores balances del mundo: una tonelada de uranio libera, en un reactor, una cantidad de energía equivalente a decenas de miles de toneladas de combustibles fósiles, sin emisiones de carbono. Si, decena de miles! Es un mineral cuya densidad energética supera con creces el impacto necesario para extraerlo y procesarlo. Por eso países con normativas ambientales estrictas (como Canadá y Australia) no solo lo extraen, sino que lo integran a sus estrategias energéticas de largo plazo.
Dioxitek: el corazón químico del ciclo
El paso siguiente al mineral es químico, y lo realiza Dioxitek, empresa de capital estatal que desde 1977 transforma el concentrado de uranio en dióxido de uranio (UO2), el polvo cerámico que después se convierte en pastillas de combustible. Es una operación de precisión industrial: purificación, conversión y control radiológico, todo en condiciones de seguridad estrictas y auditadas.
Durante años, esta actividad se realizó en Córdoba pero el crecimiento urbano derivó en el proyecto de relocalización. La nueva planta de Formosa está diseñada para operar con mayor capacidad, será una plataforma tecnológica que permitirá pensar en un salto de complejidad y calidad.
El salto al hexafluoruro: cuando la química se convierte en industria avanzada
En 2025, Dioxitek firmó un memorando con Nano Nuclear Energy para evaluar la producción conjunta de hexafluoruro de uranio (UF6), el insumo requerido por todas las plantas de enriquecimiento del mundo. Hoy existe una demanda global creciente por este producto y escasa oferta concentrada en pocos países.
Para Argentina, avanzar hacia el UF6 tiene una lógica industrial clara. El país ya domina la conversión a UO2, tiene una base regulatoria sólida y un ecosistema nuclear maduro. Incorporar la capacidad de producir UF6 significaría moverse hacia un eslabón de alto valor agregado, con potencial para integrar segmentos del mercado global del ciclo del uranio. No es una discusión retórica ni simbólica: se trata de transformar una materia prima en un producto sofisticado y con demanda concreta.
Por qué consolidar la vertical del uranio importa
La integración de la cadena del uranio (minería, conversión, UO2 y potencial UF6) no es un proyecto de autarquía ni una aspiración ideológica. Es una estrategia industrial coherente con lo que ya hace la Argentina en otras partes del ciclo nuclear: exporta ingeniería, construye reactores, fabrica componentes complejos y opera instalaciones de nivel internacional.
Volver a producir uranio, modernizar Dioxitek y avanzar hacia productos químicos de mayor complejidad permitiría ampliar la matriz industrial, atraer inversiones, generar exportaciones y posicionarse en mercados que están creciendo rápidamente por el desarrollo de reactores modulares y la expansión del sector nuclear global. La vertical del uranio no es un concepto político: es una oportunidad económica.
En conclusión
La minería de uranio y el trabajo industrial de Dioxitek suelen habitar la zona silenciosa del sector nuclear: no generan titulares, no tienen el glamour de un reactor nuevo ni la visibilidad de la medicina nuclear. Sin embargo, son el cimiento sobre el que se sostiene todo lo demás.
Argentina dispone del recurso, de la regulación, de los actores industriales y de la oportunidad global. Consolidar la vertical del uranio permitiría transformar una ventaja geológica en una ventaja productiva, crear valor agregado en el país y ampliar la capacidad de exportar tecnología y productos en un mercado en plena expansión.
La historia nuclear argentina siempre avanzó cuando tomó decisiones de largo plazo. Recuperar el primer eslabón es, quizá, el paso más lógico para seguir construyendo esa tradición.





