Si Laura Esquivel hubiese conocido a Ariel Fabrizio y a Constanza Carcaño, habría escrito una historia con sabor a chocolate con estos personajes, mucho más contemporáneos. De haber conocido a estos mendocinos, Pantagruel hubiese sido fanático de los alfajores. Y de ser ambos ministros de Economía, no habría crisis en el país.
Estos mendocinos, dueños de la fábrica de alfajores Entre Dos, ganaron por segundo año consecutivo el premio al mejor alfajor de chocolate del país, en la Fiesta Nacional del Alfajor, que se realiza desde hace 20 años en octubre, en La Falda, Córdoba.
Pero este triunfo es la punta del iceberg de una historia cautivante y motivadora: es una historia de amor, trabajo e inteligencia. Amor, con compromiso, trabajo del exahustivo e inteligencia de la práctica, que enseña cómo hacer exitosa una pyme en un país de constantes cambios de rumbos económicos.
El amor nació pronto, "cuando ella tenía 17 años", confiesa Ariel. Luego, el matrimonio y el esfuerzo para llevar adelante una familia con cuatro hijas. "Yo era vendedor y ella bromatóloga, eso sirvió para definir cuál sería el proyecto para salir adelante con una iniciativa propia: haríamos alfajores. Amamos los alfajores", explica el hincha del Tomba.
"Yo dejé de trabajar porque ya teníamos tres nenas y en 2008 era complicada la economía. Nos animamos y me puse a hacer alfajores para vender con una receta propia. Nuestra primera producción fueron cuatro docenas de los de chocolate con dulce de leche", rememora Constanza y Ariel agrega: "El primer lugar a donde llevamos el producto fue al almacén donde comprábamos, en Luzuriaga. Estaba muerto de vergüenza y sólo llevé dos docenas para probar. No me animaba a ver qué había pasado, hasta que fui y vi que no estaban. Pensé que la Municipalidad de Maipú los habría confiscado, pero el almacenero me dijo que se habían vendido y que llevara más. Fue el primer éxito", recuerda él.
Sobre el crecimiento, Ariel enumera que del horno de casa y repartir en unos tapers, pasaron a poner unas canastitas en los negocios. Constanza hacía los alfajores en la mañana y Ariel, cuando salía del trabajo (era supervisor de Bimbo), salía a repartirlos. Al poco tiempo, sumaron una chica para ayudar. Luego compraron un horno pastelero y en 2010 salieron del hogar y alquilaron un garage. En 2011, él dejó su trabajo y se metió de lleno en el negocio. "Tuvimos suerte. En 2012, por la Copa América, vendimos muchísimo a los turistas chilenos", explica el empresario, que dice la clave del éxito: "Las inversiones fueron nuestros sueldos y aguinaldos, y lo que se gana se reinvierte. No hay socios, ni franquicias ni préstamos. No hay plata, no se compra".
Para cerrar, Ariel cuenta: "Nuestra gran inversión fue comprar este lote (Blanco Encalada) y hacer la fábrica, donde tenemos ocho empleados, con un salón de ventas y un barcito. Ayudó mucho la apertura del túnel de Cacheuta".