Soy un asesino, el documental estrenado recientemente por Netflix, se centra en la vida de 10 hombres condenados a la pena de muerte por sus crímenes en Estados Unidos.

Sin redención ni excusas, los homicidas tienen la palabra

Por UNO

Con el interés creciente que despiertan las series o películas basadas en casos reales, Netflix estrenó un documental llamado Soy un asesino, sugestivo título que desarrolla en 10 capítulos las historias de hombres condenados a muerte en Estados Unidos, principalmente en Texas.

Como ya se ha visto en otros documentales (como The staircase, con el caso de Michael Peterson -acusado de asesinar a su esposa- o The Jinx, con Robert Durst como principal sospechoso del homicidio de tres mujeres) esta serie se centra en los relatos de quienes terminaron violentamente con la vida de una o varias personas. Algunos se muestran arrepentidos y otros, por el contrario, no sienten remordimiento alguno ni buscan generar simpatía en quienes los entrevistaron o quienes luego los vean. Tal es el caso de James Robertson -el victimario del primer capítulo-, que admite haber planeado y concretado el asesinato de su compañero de celda para tener mejores condiciones en prisión, ya que los que van al corredor de la muerte tienen mejor comida y televisión. No siente arrepentimiento por la vida que canjeó a cambio de más comodidades.

Pero, a diferencia de otras series, los directores de ésta no toman partido: dejan que cada uno de los perpetradores cuente su parte de la historia, que en algunos casos resulta verdaderamente escalofriante.

Los capítulos están estructurados de manera idéntica: la presentación del asesino -por sí mismo- y luego, en los 50 minutos siguientes se incluyen relatos de familiares de las víctimas y del homicida, amistades y un breve relato de lo que fue la infancia del condenado, que por lo general remite a episodios de abuso, violencia o abandono. Pero ninguna de estas circunstancias se presentan como atenuantes de sus delitos.

Estos hombres admiten sus crímenes, ya sea por haber estado bajo el efecto de las drogas, con plena conciencia o por ser parte de una banda y ni siquiera haber sido el autor material del delito. Todas estas situaciones sirven de excusa para presentar las luchas legales que los fiscales y los abogados defensores esgrimieron para intentar conmutar las penas o salvarlos de la pena capital. En el caso de Charles Thompson, condenado por la muerte de su ex novia y su pareja, la mujer no murió tras las heridas, sino por aparente mala praxis en el hospital donde estaba internada tras el tiroteo. Thompson afirma que se habría salvado de haber sido atendida correctamente y que él no fue el responsable final de su deceso.

Soy un asesino no es un alegato ni a favor ni en contra de la pena de muerte. Sólo relatos de vidas y circunstancias que llevaron a diez hombres a adentrarse en un camino sin retorno: el de convertirse en asesinos.