“Estoy un poquito demorado”, nos escribe Ángel Antonio Mendoza a las 10.45 de la mañana. A las 11 teníamos cita con él en Domaine St. Diego, y como sabemos que no le gusta la impuntualidad llegamos 15 minutos antes a su bodega. Don Ángel llega –apenas– diez minutos después de la hora pactada pidiéndonos disculpas por el retraso. Para el reconocido enólogo, la palabra es tan sagrada como la puntualidad.
Ubicada en Lunlunta, departamento de Maipú de la provincia de Mendoza, en 1988 Ángel Antonio Mendoza fundó Domaine St. Diego junto a su mujer Rosalía E. Pereyra. Años más tarde se sumaron sus tres hijos: Juan Manuel, Lucas Nicolás y María Laura. Durante casi 30 años trabajó en Bodegas Trapiche y ostenta tener el reconocimiento como “Hacedor del Vino Argentino del año 2000”, elegido por sus propios colegas.
“Yo hago vinos sinceros”, dice y lanza la primera polémica del día: “En el vino tiene que haber más hedonismo que mineralidad. ¿Quieren tomar algo o recorremos primero la bodega?”. La elección fue recorrer primero y luego nos sentamos a charlar más relajados.
“Este es un vino que agarramos de ahí de la caja, no lo hemos llevado a la peluquería ni maquillado para presentárselos a ustedes. Es un vino de los que vendemos al público; ojo que yo conozco los que primero lo llevan a la peluquería antes de presentárselo a ciertas personas o a periodistas. Esos de 100 puntos, son todos con barbería previa o lifting, como quieran llamarlo”.
¿A qué te referís con que el vino tiene que hablar de hedonismo?
Nuestra generación bebía vino para acompañar las comidas; ustedes, los jóvenes, beben para hacer amigos. Eso es hedonismo puro. Van a los after office por una copa de vino. Hoy están esos dispensers que funcionan muy bien. El joven es disruptivo. Ahora hay más oportunidades para tomar más vino.
Pero antes se bebía más vino que ahora.
Hoy toman mejor y menos cantidad de lo que tomábamos nosotros. Nosotros nos tomábamos una botella de vino entre almuerzo y cena. Hoy en día, el tipo que va al winebar o a una fiesta de vino toma dos copas; se han multiplicado las ocasiones, pero es verdad que se bebe menos. El vino nunca solo ni a solas, siempre con un bocado y un amigo para convivir, el vino es un símbolo de convivencia: es un lubricante de la conversación.
¿Cambió la cultura del vino en las nuevas generaciones?
De las bebidas alcohólicas, la que más cultura encierra es el vino: porque empezás a hablar de la añada, de historia; del lugar, geografía; y de con qué comer, cultura. Cada copa no solamente ayuda al alma, sino que ayuda a tu cultura. Y eso es lo que los Millennials descubrieron. Esos Millennials que viven en las metrópolis creen que el pollo viene de la rotisería, no saben que vuelan y correr. Y con el vino han encontrado una conexión natural, porque le hablan de frutos, de madera. El vino tiene un lenguaje muy ameno para abrir la soledad. Siempre hay que acordarse de la escala de la borrachera: hasta tres copas te vas a sentir bien, después vas a empezar a decir huevadas.