Pasando los números en limpio, el 0,4% de los viñedos del país destinados a la elaboración de vino están repartidos en nueve provincias: Córdoba, Buenos Aires, Tucumán, San Luis, Entre Ríos, Jujuy, Misiones, Santiago del Estero y Santa Fe.
Primera viñas
Según los historiadores, las primeras vides que llegaron a América fueron de la mano de los Jesuitas que se instalaron en México. Esta comunidad religiosa –en su mayoría misioneros– se iban movilizando hacia otras tierras y en ese camino cargaban con ellos sus vides de origen europeo (españolas, sobre todo).
Para los católicos, el vino es fundamental en su religión porque –según sus creencias– se convierte en la sangre de Cristo. En este peregrinaje, en cada nuevo pueblo o ciudad que desembarcaban, plantaban nuevas estacas.
En el Siglo XVI se creó el Virreinato del Perú y se estima que en el 1700 llegaron las primeras vides a la actual provincia de Salta, que en ese entonces correspondía a dicha gobernación (el Virreinato del Río de La Plata se creó en 1776). En aquel entonces, el único fin de las vides era de proveer vino para misa y no como producto comercial.
Pero fue recién dos siglos más tarde que las plantaciones de vid llegaron a la región de Cuyo y fue el gobernador de Mendoza Pedro Pascual Segura quien creó en 1853 la primera escuela de enología argentina. La iniciativa de profundizar el trabajo vitivinícola argentino fue de Domingo Faustino Sarmiento quien convocó al especialista francés Miguel Amado Pouget –que estaba en Chile– para trabajar en nuestro país con cepas francesas, en las que se encontraba nuestra querida Malbec.
Tiempos de prohibición
La historia vitivinícola argentina no siempre estuvo distribuida como lo está en la actualidad. Según cuentan los registros históricos, hacia el año 1910, Entre Ríos ocupaba el cuarto puesto en el censo Nacional de Viñas, con una extensión que alcanzaba casi las 5000 hectáreas y con más de 60 bodegas en los departamentos de Colonia San José, Concordia, Victoria y Federación.
Sin embargo, todo cambió luego de la crisis del ’30 que azotó a casi todo el mundo y que Argentina no se mantuvo al margen, y tampoco el consumo de vino. Para contrarrestar esta caída, el por entonces gobierno de facto de Agustín Pedro Justo tomó una de las medidas que cambió para siempre la historia de los viñateros argentinos, sobre todo los de la provincia de Entre Ríos.
En 1934, el entonces presidente –de curioso origen entrerriano– sancionó la Ley Nacional Nº 12.137 en la que se desalentó la actividad en todo territorio que no fuera en las provincias cuyanas.
Su idea era que dicha zona potencie su producción y se transforme en el polo vitivinícola argentino, algo que sí ocurrió, pero que obligó a otras regiones a cambiar de actividad, sin pensar que era una de las principales de la provincia mesopotámica, por ejemplo.
“Los inspectores llegaban en compañía de las fuerzas armadas y, sin mediar palabra, arrancaban las vides de raíz, incendiaban plantaciones enteras y perforaban los toneles, derramando de esta forma, la producción y los sueños de cientos de entrerrianos”, cuenta Guillermo Tornatore, dueño de la actual bodega BordeRío (2014), ubicada en la localidad de Victoria. La prohibición de elaboración de vino en otras regiones fuera de cuyo se extendió hasta 1993.
En la actualidad, Entre Ríos cuenta con 56 ha. de viñedos y representan el 0,15% del total del país. La bodega pionera de esta segunda etapa entrerriana fue Vulliez Sermet, en el año 2003, y es un emprendimiento familiar liderado por Juliana Vulliez Sermet.
El 0,4% de los viñedos del país están repartidos en 10 provincias: Chubut, Córdoba, Buenos Aires, Tucumán, San Luis, Entre Ríos, Jujuy, Misiones, Santiago del Estero y Santa Fe. El 0,4% de los viñedos del país están repartidos en 10 provincias: Chubut, Córdoba, Buenos Aires, Tucumán, San Luis, Entre Ríos, Jujuy, Misiones, Santiago del Estero y Santa Fe.