Simple, prolija. Un guión teatral y una sucesión de cuadros musicales para contar la tradicional historia, sin grandes despliegues tecnológicos y sin innovaciones que sorprendan pero con la calidad artística acostumbrada. También podría calificarse como modesta o austera, sin quitarle valor.

Esta vez, en “Sinfonía azul para el vino nuevo”, la música fue la exclusiva protagonista, a veces en fusas y corcheas y otras en el texto.

La historia que sirvió para atar los clásicos cuadros vendimiales, fue la de un director de orquesta en la búsqueda obsesionada de la “nota azul”, aquella perfecta cuya búsqueda desveló al compositor polaco Fryderyk Franciszek Chopin.

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Ese personaje fue encarnado por el primer actor Aníbal Villa, aquel de “Aeroplano” y el magistral mudo de “Rotos de Amor”.

Mientras cae en un sueño profundo siete ancianas, que representan a la memoria mendocina, se le aparecen en él y lo van guiando para que consiga lo que busca, una sinfonía perfecta.

Todo el resto, casi todo, fue música y danza.

Todo en un escenario modesto, comparado con las anteriores vendimias y pese a sus 5 planos. Sin innovaciones tecnológicas ni efectos que sorprendan. Fueron suficientes varias y grandes pantallas en los fondos y como parte del escenario, para ayudar a completar los cuadros.

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La música, los músicos, ya sin discusiones del valor que tiene que toquen en vivo, en la parte más alta, en el centro, bien visibles.

Fueron 10 actos, posiblemente muchos o muy extensos, pero de buena factura.

Así pasaron, como siempre, los huarpes, la conquista, el Libertador, la llegada de los inmigrantes.. y el agua, las tormentas, la cosecha, los vinos…

Fue suficiente para que el director Golondrina Ruiz, que ya había concursado con su libreto en las anteriores sin éxito, se sacara el gusto e hiciera un Acto Central prolijo, sin estridencias.

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Algunos de los momentos más aplaudidos fueron, como siempre, el acto de la Virgen de la Carrodilla, un par de apariciones de Granaderos, y los de malambo.

También algunos acordes de ópera fueron el deleite del público.

Quizás lo mejor, lo más innovador, fue la participación de la murga El Remolino. Ya era tiempo de que la murga, de estilo uruguayo pero con su impronta mendocina, tuviera su espacio en Vendimia.

Dirigida por Quique Öesche, justamente quien trajo la murga a Mendoza allá por los '90, El Remolino se lució y generó cerrados aplausos.

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Incluso ese número fue el preludio del cuadro final que, como siempre, fue el malambo. Una carta segura para levantar al público en el cierre.

El mensaje fuera del guión

Cuando el espectáculo terminaba y estaban todos los artistas arriba del escenario, desplegaron una bandera en contra del fracking, arrancando aplausos de una buena parte del Frank Romero Day.

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Este fue el segundo mensaje en contra de la actividad minera. El primero de ellos lo habían dado las reinas salientes cuando se declararon en defensa del agua en su mensaje previo al show vendimial.

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