Libros

Ricardo Forster ante la infinita experiencia de leer a Borges: "Sentí la necesidad de romper prejuicios"

Ricardo Forster es autor de "La biblioteca infinita" libro con el que busca demoler prejuicios de su antagonismo con Jorge Luis Borges

Jorge Luis Borges y Ricardo Forster (Buenos Aires, 1957) habitan mundos diferentes; en algún sentido, antagónicos. Así lo dicta, al menos, el cliché.

Borges representa el modelo de escritor difícil, aristocrático y anacrónico. Para pocos. Antiperonista medular. Un gorila de paladar negro.

A Forster, la rectora del mundo, es decir, la inteligencia artificial, lo define coincidentemente con claridad meridiana.

Por ejemplo, ChatGPT: "Es un filósofo comprometido con el análisis y la crítica de los problemas políticos y éticos de su tiempo".

Gemini: "Es un filósofo argentino que destaca por su compromiso social, su capacidad para conectar la filosofía con la realidad, y su interés por la historia de las ideas".

Perplexity: "Es un filósofo argentino destacado por su análisis crítico de la política y la cultura contemporánea, así como por su compromiso con el pensamiento nacional y su influencia en el kirchnerismo".

Borges y Forster. Boca y River.

¿Cómo se salva esta grieta, que, en apariencia, parece insalvable?

Para eso se escribió, precisamente, La biblioteca infinita. Para servir de puente. Para demoler prejuicios. Para abrir ventanas y que ingresen nuevos aires.

Para que Ricardo Forster, su autor, dé testimonio de su agudeza como lector, alimentada por su asombro de niño que no cesa.

Como nunca cesó el de Borges. Ni el de su homónimo, E.M. Forster. Los soñadores de aventuras. Y de mundos posibles e imposibles.

►TE PUEDE INTERESAR: "Los amigos míos se viven muriendo", la fábula colombiana de Miguel Rivas sobre el desamparo juvenil

La Biblioteca Infinita Jorge Luis Borges.jpg
La Biblioteca Infinita, de Jorge Luis Borges.

La Biblioteca Infinita, de Jorge Luis Borges.

Desde su domicilio en Buenos Aires, en un barrio con reminiscencias míticas, el cofundador de Carta Abierta y poseedor de una vasta obra ensayística, dialoga con el programa La Conversación de Radio Nihuil.

-¿Estás en tu barrio de Saavedra, Ricardo?

-Estoy en mi casa, sí.

-Que no es un ámbito menor. En el tramo final de tu libro, en la página 313, empezás un capítulo diciendo: "Escribo estas líneas en mi casa de Saavedra -uno de aquellos barrios que guardan las señales secretas de una ciudad que se va desvaneciendo al ponerse de espaldas su propia historia-".

-Sí, bueno, ahí está ese fragmento extraordinario del Adán Buenosayres de Marechal, donde Adán y sus amigos hacen su caminata mítica nocturna por Saavedra.

-Por eso mismo, al borde de la leyenda.

-Y, efectivamente, este es el barrio, también, de Goyeneche, entre otras cosas. Así que el cruce de Adán Buenosayres y Goyeneche puede desembocar perfectamente, por qué no, en una milonga borgiana. Así que Saavedra tiene algo de mítico. Y la Buenos Aires de Borges tiene mucho que ver con eso.

-El título de tu libro, La biblioteca infinita, es un gran acierto. Sirve para “leer y desleer a Borges”, como decís; pero a uno, como simple lector, también le permite leer y desleer a Forster. Has hecho una interpretación muy fina de nuestro gran autor.

-Te agradezco. Para mí, Borges es un autor absolutamente decisivo, pero en muchos aspectos.

-¿Cómo cuáles?

-Con Borges tengo una relación de mucho tiempo; una empatía, sobre todo, con el Borges que se ha detenido muchas veces en sus lecturas de infancia.

-Esto mismo es una de las ideas fuerza de tu trabajo.

-Los autores de Borges, Stevenson, Mark Twain, Dickens, son los autores de mi propia infancia también. Pero su modo de concebir la ciudad, de amar esas caminatas nocturnas por esa Buenos Aires un tanto fantasmagórica, a mí siempre me atrajo. Y después está la sensación de que cada vez que uno elige un texto de Borges, ya sea un cuento, un ensayo, incluso un poema, cada lectura renueva la posibilidad de otra interpretación.

-Por eso es tan fascinante seguir sus huellas.

-Borges es, en ese sentido, un autor que hace que el lector sienta lo que implica la infinitud en términos de interpretación, en términos de lectura. Y también tiene que ver con una discusión respecto a lo que Borges llamó la tradición argentina, el idioma de los argentinos.

-Una discusión no menor.

-Se trata de romper algunos mitos, también, como que Borges es exclusivamente un autor para pocos, muy difícil de leer; y mostrar que hay un Borges que sumergió su escritura en vastos campos de lo que llamaríamos la tradición popular y que incluso publicó una parte importante de lo que escribió en revistas y diarios de circulación masiva.

-¿Cómo cuáles?

-Como El Hogar, que era para señoras de los años 20 o 30; o el diario Crítica de Natalio Botana, que era considerado en aquellos años incluso una especie de bastión del amarillismo.

-Pero que atesoraba importantes plumas.

-Allí también escribían Borges y Roberto Arlt, entre otros.

-En este punto apelás con acierto a Alan Pauls cuando este dice que Borges se mueve con comodidad "dentro de los límites de un concepto Readers' Digest de la cultura".

-Sí, porque yo creo que es importante romper ciertos prejuicios. Es más, el libro nació en un momento en que, como decía, yo sentí la necesidad de romper prejuicios.

-¿Qué tipo de prejuicios?

-Prejuicios que suponen que la visión del mundo siempre es unilateral, binaria; que es blanco o negro, que a Borges se lo puede leer solo y exclusivamente desde su condición, por ejemplo, de antiperonista o de conservador; o que a Borges solamente lo puede leer alguien que tenga una erudición adecuada para entenderlo.

Ricardo Forster.jpg
Forster trató de romper mitos como que

Forster trató de romper mitos como que "a Borges se lo puede leer solo y exclusivamente desde su condición, por ejemplo, de antiperonista o de conservador".

-¿Por dónde apuntaste, entonces?

-Entonces me interesaba mucho, para romper esos prejuicios, mostrar primero mi relación de lector con Borges, porque eso es lo que está en juego ahí. Y Borges lo destacó más de una vez: él se veía a sí mismo mucho más como un lector que como alguien que escribía. En todo caso, la escritura para él siempre fue el resultado de sus infinitas lecturas.

-Forster, el lector. Eso está clarísimo desde el título.

-El libro juega un poco con todo eso y por eso también va por distintos lugares. Se mete en la ciudad, pero también se mete en la infancia, se mete en la memoria, se mete en la cuestión teológica, en los judíos, en la cuestión del nacionalismo y del cosmopolitismo, en la dualidad y dialéctica de civilización y barbarie... qué sé yo.

-Con un gran aporte de referencias y de entendimiento.

-A mí me parecía que no tenía que ser un libro de crítica o un libro académico, sino un libro placenteramente escrito por alguien que tiene mucho para agradecerle a Borges; y que puede, incluso, discutir con Borges sin prejuicios y sin problemas.

-Ese es uno de los principales méritos de tu trabajo. Y hasta te ponés en escritor, retratando vos mismo a Borges en los capítulos en letra cursiva.

-(Ríe) ¡Sí!

-Por eso es muy valioso el interés por desmontar prejuicios y salir de esa dicotomía torpe, que te afecta a vos también. A Foster se lo etiqueta como filósofo del campo nacional y popular, por lo cual muchos no entienden que te dediqués a la exégesis de Borges, el gorila máximo entre los escritores.

-¡Pero totalmente! Cuando uno se involucra políticamente, es parte de la pasión de la vida, de la vida democrática; es parte de los valores que se mueven dentro de uno y está muy bien ponerlos en juego. Pero lo que muchas veces sucede es que cada vez más, en estas épocas muy despiadadas, se tiende al reduccionismo, a la simplificación, al dogmatismo, al totalitarismo interpretativo: va por acá o va por allá.

-Cuesta salir de allí...

-Y se olvida la posible travesía, por ejemplo, de una persona que tiene un involucramiento político, que tiene convicciones y que, al mismo tiempo, recorre múltiples lecturas.

-Es importante que señales esto.

-En el caso particular mío, dediqué una parte importante, tanto de mi enseñanza como de lo que he escrito, a una figura como la de Walter Benjamin o a la Escuela de Frankfurt y la filosofía de entreguerra en el siglo XX; y a Hegel y a este y a lo de más allá. Y ves, de repente, que te reducen a un monolitismo absoluto.

-¿Cómo te pega, todo esto, en el fuero íntimo?

-La verdad, a mí me revela. Y por eso, explícitamente, aparte del placer de hacerlo, quise publicar ¡ahora! un libro sobre Borges, en este momento argentino y no en cualquier otro momento.

-¿A vos el apellido Forster te pesa o te alivianan la vida y la carrera intelectual?

-Es una buena pregunta (sonríe). A veces he tenido como una sensación de dualidad.

-¿Qué tipo de dualidad?

-Extrañaba a ese Forster que podía escribir un libro más de ensayo filosófico y que seguramente le podía interesar a un puñado de personas. El que les podía enseñar y siguió enseñando a lo largo de cuarenta años en la universidad.

-¿Y el otro cuál es?

-Y de repente apareció el otro que, vía la política, los medios de comunicación, la exposición pública, parecía que encerraba toda mi vida. Como si toda mi vida se pudiera reducir a mis opiniones y a mi participación política. Me daba bronca también.

-¿Por qué?

-Porque digo: ¿cómo es posible? Le dediqué el noventa por ciento de mi vida a la enseñanza, a la escritura más de ensayo filosófico literario, vamos a llamarlo así. Y de repente, tanto para bien como para mal, están los que te reivindican y piensan que lo único que hiciste en la vida fue involucrarte en política; y aquellos que, justamente, piensan todo lo contrario y te pueden insultar porque defendés tus ideas, tus valores, tus convicciones.

-¿Cuál sería la respuesta a esa dualidad?

-Creo que la vida siempre es un poco más interesante, más compleja, más diversa. Yo provengo de una generación que atravesó muchas Argentinas desde los años '70 en adelante. Entonces, incomoda ver el modo cómo se brutaliza la vida en común, cómo se la simplifica a un punto de anular lo más interesante, que es su complejidad.

-Una bronca comprensible, la tuya.

-Porque, finalmente, la vida democrática no deja de ser otra cosa que la expresión de las diversidades y de las diferencias que se conjugan dentro de una sociedad y también, muchas veces, dentro de una persona.

-Sobre todo, dentro de una persona.

-Una persona tampoco es alguien que solamente tiene una visión, una forma de ver el mundo, una convicción que la acompaña desde que nació hasta que se murió. También hay flujos en su trayectoria porque fluye la vida en general y uno no puede tener siempre la misma postura. Sí hay un núcleo de valores que nos acompañan a lo largo de la vida. Y eso es lo que uno reivindica.

Ricardo Forster1.jpg

"La vida democrática no deja de ser otra cosa que la expresión de las diversidades", define Forster.

-Vos me describís dos Forster, como si fueras un personaje de Stevenson, tipo Dr. Jekyll y Mr. Hyde.

-(Ríe) Sí, perdón.

-Pero hay, todavía, un tercer Forster. Uno que vos admirás y que Borges también admira: Edward Morgan Foster, el escritor inglés.

-¡Claro!

-Hay una página que es una delicia, la 108, en donde vos exponés tu alma compartiendo la pasión de ustedes tres, de Borges, de Edward Forster y de Ricardo Forster por los relatos infantiles, que nunca los abandonará.

-Te cuento una infidencia.

-Soy todo oídos.

-Acabo de recibir, ayer a la noche, un largo correo de un queridísimo amigo chileno, que hace muchos años que vive y enseña en Estados Unidos, al que le había enviado el libro sobre Borges. Y entre su devolución, cita lo mismo que vos, la página 108.

-¡Qué bárbaro! ¿Adónde se detiene?

-En esa frase maravillosa del Forster de verdad cuando dice que sus años de vejez piensa dedicárselos a lo más importante, que es a volver una y otra vez a Walter Scott y a ese libro maravilloso que es Los Robinsones suizos.

-Vos destacás ahí una frase clave de E.M. Forster al respecto: "Cuando mi inteligencia decaiga".

-Es maravillosa esa frase. Es increíble. Y hay un punto que en el libro está presente: la cuestión de la nostalgia. Para mí leer a Borges es también una forma de reivindicar activamente la nostalgia, en una época en donde se supone que solo hay que estar dentro de la generación del presente y mirar hacia adelante.

-Hacer un alto, en medio del torbellino.

-Ahí a mí me interesó marcar la diferencia entre nostalgia y melancolía. La melancolía está más ligada a alguien que quedó pegado irreversiblemente a un pasado que ya nunca más va a volver y eso le genera, en muchas ocasiones, una profunda depresión y una profunda tristeza.

-¿Y la nostalgia?

-La nostalgia, mientras tanto, es una manera de persistentemente interrogar al presente trayendo momentos, lecturas y experiencias del pasado que vitalizan tanto al pasado como al presente. Borges genera eso también cuando se lo lee. Uno se siente viajero de los temas por los que Borges va andando, que son muchísimos. Y eso es un regalo fantástico.

-El anclaje en "otro tiempo"...

-Por eso yo también cito a otro autor, que fue un autor de mi infancia y que me emocionó mucho en los momentos en que leía a Borges hablando de él, que es Guillermo Enrique Hudson.

-Un rescate fundamental.

-Es un autor quizás más olvidado porque ya no se lo enseña como se lo enseñaba a un chiquito de diez años que iba a una escuela primaria en un distrito de la provincia de Buenos Aires. Entonces, Allá lejos y hace tiempo, de Hudson, era un libro que todo niño de esa edad leía en la escuela y que le devolvía una relación con la llanura, con la pampa, que sigue siendo la que está guardada en mi memoria.

-De ahí la devoción por las lecturas infantiles.

-Un libro es la memoria que tenemos y que se activa cuando volvemos a confrontarnos con algo de lo que leímos alguna vez, o sea, cuando vamos a una ciudad que nunca visitamos, pero que ya la conocíamos a través de las lecturas.

-Retornemos a la página 108. Al final, en una nota al pie y a través de una tipografía muy chiquita, decís: "Confieso que escribir, a estas alturas de mi vida, sobre Borges dejándome llevar por los mil senderos de su imaginación creadora constituye una experiencia que casi que se aproxima al proyecto de dedicar la vejez a los libros leídos en la infancia". Aquí está encerrado todo tu libro.

-¿Vos sabés que exactamente mi amigo de Chile, Marcelo Rioseco, gran poeta, me mandó esa misma nota al pie de página? Por eso me causa asombro. Fijate que ya son dos lectores que dicen: la clave del libro es esto.

-¿Y cómo lo tomás?

-Yo me quedé pensando porque, la verdad, no lo imaginaba porque, para otro amigo, que es el que escribe el prólogo, Alberto Sucasas, filósofo de España, de Galicia, la clave tiene que ver con mi relación con Walter Benjamin, con los judíos, con la memoria.

-Hay otro punto clave para los que amamos los libros. Vos decís, en la página 116, asentándote en el Borges lector: "Nuestra época se va desprendiendo casi sin sobresaltos ni pesares de la centralidad del libro; la antigua sacralidad de su condición se ha vuelto desconocida, y un aquelarre de imágenes fantasmagóricas pueblan endemoniadamente nuestra cotidianidad". Es una pintura de época. ¿Qué nos agarra aquí, la nostalgia o la melancolía?

-Bueno, ahí puede ser un cruce. A veces me agarra la melancolía, a veces la nostalgia, porque somos anfibios, ¿no? Vivimos otro tiempo, otra vida, en otro planeta y ahora estamos en otra situación, en otra realidad, en otra historia. En parte, en el libro, en más de una ocasión, también hago un poco de Borges; de alguien que me permite hacer la crítica de la cultura contemporánea, del dispositivo de la virtualización del mundo, etcétera, etcétera, etcétera.

-Sí, lo lectura del presente. Se impone.

-Yo creo que también es un punto central a poner en debate, en discusión. Aquellos que amamos el libro, obviamente, amamos el libro en papel.

-Definitivamente.

-No es lo mismo leer un libro y pasar las páginas tocándolas, saboreándolas, que leerlo en un dispositivo. Yo, en un texto que escribí hace años sobre las lecturas de infancia, decía que mi recuerdo del libro me lo hacía asociar a un aroma. Era el aroma que sentía de las páginas humedecidas cuando las leía en veranos de mi infancia en un pueblito de Misiones.

-¿Por qué ese lugar?

-Unos tíos vivían ahí y tenían un galpón donde se amontonaban los libros. Y la humedad ambiente les daba a esas páginas un aroma especial que los libros siempre tuvieron hasta hace no tantos años en que cambió la forma de fabricarse el papel. Ya no tienen más ese aroma.

-Describinos esa sensación.

-Cada vez que abro un libro que tenga por lo menos treinta o cuarenta años de antigüedad es como Ratatouille: un viaje directo a una especie de remembranza proustiana también. Y los libros tienen mucho de eso. Por lo tanto, cuando uno mira su biblioteca o cualquier biblioteca, ¡está viendo mucho más que los libros que están expuestos! Está entrando al universo en su diversidad.

-Fascinante. Borgeano.

-Cada vez que tomás un libro es una puerta que te abre a veces azarosamente hacia un paisaje que nunca hubieras imaginado. ¡Y eso es Borges, también! Porque Borges juega con eso.

-Vas siguiendo ese rastro paso por paso.

-Yo me detengo un ratito en el tema de las enciclopedias porque Borges, que se definió siempre a sí mismo y gozosamente como lector de enciclopedias, aclaraba que también eso significaba jugar con el azar porque él no sabía qué tomo de la enciclopedia iba a tomar, qué entrada lo iba a cautivar y qué otra entrada iba a estar al lado de la entrada que estaba leyendo y que quizás iba a motivar otra lectura.

-La biblioteca infinita...

-Eso siempre me interesó y tiene que ver con la figura del laberinto; con cómo están presentes también en Borges el laberinto, el azar, lo inesperado, etcétera, etcétera.

-A propósito de esto, contás una anécdota reveladora. Es cuando Borges va a la biblioteca y abre al azar un tomo de la enciclopedia con la letra D y empieza a instruirse sobre los druidas.

-Sí. Él dice que fue por su timidez. Se trata del recuerdo de una visita a la Biblioteca Nacional de la calle México, el viejo edificio maravilloso, con una sala de lectura increíble, que ya fue recuperado y va a estar de vuelta para el público.

-Era uno de sus itinerarios habituales.

-Borges dice algo así: ¡Yo era muy tímido!, por lo que no me animaba a pedir un libro; entonces, como tenía las enciclopedias ahí, en los estantes cercanos, agarraba un tomo y me podía sumergir en la lectura.

-Hay algo asociado a toda esta cuestión, que vos exponés más adelante. Hablando de "la antigua fisonomía de Buenos Aires" que va siendo reemplazada por la ciudad moderna, te preocupa "la supervivencia de sus librerías que tienen la cualidad de, al entrar en ellas, transportarnos a otra época y a otras historias, cuando existía un vínculo directo entre esos templos del libro y los lectores-ciudadanos".

-Sí. Hay cosas que son difíciles de explicar. Yo puedo conversar con alguien que ha sido lector desde la infancia y tenemos un código en común, tenemos esa experiencia de haber sentido quizás emociones muy parecidas, porque las emociones que se sienten a los diez u once años leyendo un libro de aventuras de Julio Verne, de Emilio Salgari o de Horacio Quiroga es un momento único, es una magia increíble, es esa idea de meterte en el libro. El niño se mete en el libro.

-Por eso, como decías antes, ustedes siguen siendo lectores-niños.

-Entonces, explicarle a alguien que nunca leyó en su infancia esa sensación es muy difícil; de la misma manera que explicarle a alguien que entrar a una librería es siempre una experiencia como la del río de Heráclito: uno no entra nunca dos veces a la misma librería.

Ricardo Forster2.jpg

"Es dificíl explicarle a alguien que entrar a una librería es siempre una experiencia como la del río de Heráclito: uno no entra nunca dos veces a la misma librería". Otro definición de Ricardo.

-Contanos cómo entrás vos a una librería.

-Vos podés ir pensando en que querés un libro. Tenés un autor que querías comprar, lo leíste en el suplemento de un diario, lo escuchaste o sabías que salió tal título. Y vas a esa librería a comprar específicamente ese libro. Sin embargo, alguien que ama las librerías, que está acostumbrado a entrar ahí, lo que hace es dejarse llevar por el flanerismo de recorrer la librería, de ver qué ejemplares tiene.

-El placer de mirar y descubrir.

-Y seguramente la mejor experiencia es cuando uno se va de la librería con un libro que no imaginaba que iba a comprar.

-Nos pasaba también con las disquerías, ¿te acordás?

-¡Bueno, por supuesto! Libros y discos ahí se mezclan gozosamente.

-Estas semblanzas te llevan a hacer foco en el consumo masivo y globalizado, en la americanización de la cultura. Se te viene encima "la imagen de una repetición infinita plena de estaciones de servicio, shopping centers, hamburgueserías, autopistas en las que reina su majestad el automóvil"... Cómo te jode el paisaje urbano contemporáneo, Ricardo, ¿no?

-Absolutamente. Yo tengo un rincón en el mundo que es una casita en las sierras cordobesas. Me queda más cerca que Mendoza. Amo la montaña.

-Pero también te gusta donde vivís. Se nota en tu contrariedad.

-Yo amo la ciudad. Amo Buenos Aires. Es mi ciudad, aquí nací, aquí pasé los momentos más significativos de mi vida. Aquí nacieron mis hijos, nació mi nieto, viví emociones únicas, sufrimientos únicos. Me tuve que ir del país en su momento, volví a la Argentina. O sea, para mí Buenos Aires y la Argentina son mi lugar en el mundo. Acá están enterrados mis padres. Amigos queridos. Digamos, uno es de donde nació y es la lengua. Uno es la lengua. La lengua de la madre. Somos la lengua de nuestra madre.

-¿Y cómo es que te abrís, también, a otros paisajes?

-Yo tengo un amor profundo por Buenos Aires, pero, a su vez, tengo una relación y una necesidad imperiosa de salirme de esta urbe, de esta megalópolis, de estos tiempos de excitación extrema, de ninguneo, de violencias cotidianas, de una masificación perversa, de una injuria a lo común, a lo compartido. Y también, en algún otro lugar, hablé de un goce de la ignorancia.

-¿Cómo es esto del goce de la ignorancia?

-Vivimos en una época muy dominada por eso, donde el goce significa que se pone por delante la ignorancia del que efectivamente no sabe, pero que cree que su punto de vista es tan valioso y tiene la misma importancia que aquel que dedicó la vida a estudiar un tema; pero se le ocurre que puede tener el mismo nivel y que puede refutarlo porque tiene la verdad revelada.

-¿Qué hacemos al respecto?

-En ese ámbito, que se juega mucho en las ciudades, me parece que uno tiene que tratar de correrse de esa lógica de brutalización, de aplanamiento.

-Para eso está, en parte, la literatura, ¿no?

-La Argentina tiene muchos problemas, tiene pocas virtudes. Pero una de las grandes virtudes de la Argentina es que, por esas casualidades de la vida, Borges nació en el país. Eligió morir en Ginebra, que no es casual tampoco. Pero nació acá, entre nosotros, en un barrio de Buenos Aires. ¡Y la verdad que eso es un milagro! Pensado en un cierto sentido, es un milagro.

-¿Cómo le sacamos provecho a ese milagro?

-Si podemos hacer de la lectura de Borges una experiencia de lectura abierta, compleja, crítica y gozosa, mucho mejor; y sacarlo de cualquier dogmatismo o interpretación cerrada, sin abandonar la necesidad de discutir algunas opiniones horribles que Borges también tuvo en su vida. Eso también hay que ponerlo sobre la mesa.

-Vos lo ponés sobre la mesa cada vez que hace falta. De paso, nosotros también tuvimos la rara ventura de que Antonio Di Benedetto naciera aquí en Mendoza.

-¡Ah, bueno! ¡Nada más ni nada menos!

-Y también Quino.

-¡Qué dos personajes, qué dos personajes! Quino creo que es lo más próximo a Borges que uno se puede imaginar, encerrado en un arte extraordinario como ha sido el de dibujante, la historia vinculada al cómic y a algo que define a parte de la Argentina como es Mafalda y todo lo que él narró de nuestra cotidianeidad.

Ricardo Forster4.jpg
Forster elogió a nuestro Quino.

Forster elogió a nuestro Quino.

-Te aprovecho, como docente, para nuestra cotidianeidad. Hoy el mundo está desorientado respecto de qué hacer con la educación y con los chicos en el entorno digital. Por ejemplo, en Suecia vuelven al libro de papel en la escuela. En España, los filósofos están que trinan porque van a dejar de impartir filosofía en el aula. ¿Cómo se arregla esto? ¿Tiene arreglo esto?

-¡Qué pregunta! (sonríe). Hay días en que me levanto muy pesimista, muy agotado de ver tanta maldad en una parte importante de la humanidad contemporánea.

-¿Por qué lo decís?

-Porque estamos atravesando un momento de espanto en muchos aspectos con guerras infames, con matanzas que uno nunca hubiera imaginado, con soberbia, con una ultraderecha que crece de una manera impresionante. Y, al mismo tiempo, con un sistema económico, tecnológico, cultural, que apunta a la lógica del algoritmo, que es la lógica de lo binario, que hipnotiza, que produce adicción.

-¿Adónde hacés foco, específicamente?

-Veamos. Yo te estoy hablando ahora a través de un teléfono celular que se ha convertido, no simplemente en un instrumento de comunicación como podría haberlo sido exclusivamente, sino en una especie de multiplicación de mi propio narcisismo, de mi encerramiento en un universo que creo que es propio, que es absoluto; y, a través de este celular, yo le voy entregando toda mi intimidad; lo cual, a su vez, se convierte en algo monetizable por las cuatro o cinco grandes compañías que dominan el mundo digital.

-Nos guste o no nos guste, así es el mundo actual.

-A eso se le agregan infancias que hoy están bombardeadas. Se acaba de discutir en el Congreso de la Nación y se aprobó una ley para enfrentar la peste de la ludopatía, sobre todo en los niños y adolescentes. A ver, es una peste que está vinculada directamente a los dispositivos que hoy en gran medida articulan nuestra vida, porque un chico con un celular se puede meter en cualquier lado; y recibe todo el tiempo estímulos.

-Ininterrumpidamente. Sin pausa.

-Vivimos en una sociedad profundamente cínica, hipócrita, que te hace de la publicidad de los juegos una especie de gran aventura extraordinaria. Los clubes de fútbol, los más populares, llevan en sus camisetas propaganda de los juegos, lo que a su vez implica la idea de que la vida se juega en una cosa artificial, de que es fácil hacer dinero, de que el dinero se reproduce a sí mismo, etcétera, etcétera, etcétera.

-Por eso, en este asunto, arranqué preguntándote sobre la desorientación general que nos embarga.

-Estamos en el interior de una crisis educativa importante. Nos tenemos que hacer cargo, porque los cambios tecnológicos requieren también que uno empiece a calibrar cómo hace para no quedar tan lejos de las nuevas generaciones.

-Una distancia que parecería insalvable...

-Leía, el otro día, que en Australia se estaba debatiendo a nivel parlamentario prohibir a los menores de dieciséis años estar en redes sociales.

-Ya lo aprobó el Senado australiano. Se transformó en ley. Igual, parece una utopía, ¿no?

-No sé cómo se hace eso y no sé si no se puede parecer a la famosa ley seca de los Estados Unidos de la década del veinte, que terminó magnificando a las mafias, generando todo lo contrario de lo que los puritanos de aquellos tiempos pensaban que iban a lograr prohibiendo el consumo de alcohol.

-Exacto. Les salió el tiro por la culata. O como a los puritanos nuestros que hoy atacan el libro Cometierra y lo terminan transformando en un best seller.

-Por ejemplo. Ese es otro elemento interesante para reflexionar un minuto. Pero creo que estamos en un momento donde hay que tomar decisiones también.

-¿De qué tipo?

-Hemos perdido la capacidad de hacernos cargo de que hay decisiones que se pueden tomar como colectivos o en lo individual, de que uno no se puede quedar sentado aceptando que las cosas son inexorables, que esto ya está listo, que ya es así, que ya es un paquete que no se puede desarmar más.

-¿Es factible esta reacción?

-Va habiendo también distintos modos de revelarse contra esta idea de que te llevan hacia la univocidad absoluta y de que finalmente uno esté graciosamente dispuesto a que no tengamos ninguna posibilidad de ser dueños de nuestra intimidad.

-Una terrible situación.

-Vos fijate que lo que hablamos ahora está alimentando a una serie de algoritmos. ¡Es tremendo!

-(Risas) Y casi no nos damos cuenta de esto.

-Sucede cada vez que vos hacés una mínima búsqueda. O ni siquiera, porque ahora, mediante los celulares con cámara, te focalizan el iris, tu gestualidad. Vos sabés que la gestualidad es inconsciente, prerracional. Entonces te van construyendo un montón de lógicas de sí mismo…

-Bajo una mirada insomne.

-Uno se ríe de sí mismo, pero hay un dispositivo de vigilancia tremendo ¡que no sabemos dónde puede terminar!

-¿Entonces? ¿Para qué sirve todo lo que hablábamos al principio?

-La literatura es lo que salva, en un punto. Hay un maravilloso capítulo de un libro de Claudio Magris, el autor de El Danubio, un triestino increíble. Él discute, justamente, la diferencia entre el filósofo y el literato.

-¡Qué tema! Te atañe directamente.

-Magris habla de Platón y de la prohibición en la República de los poetas. ¡Los poetas que tienen que ser expulsados!

-¿Por qué? ¡Pobres poetas!

-Porque Platón tenía una idea ordenada, lineal, de lo que debía ser la República. Y el poeta, en este caso también el literato, en general se mueve en el territorio del lenguaje; y el territorio del lenguaje es la ambigüedad, la contradicción, el doble sentido, el azar, lo impensado. ¡Y todo eso es la vida también!

-¿Qué concluimos de ahí?

-Nosotros tenemos que recuperar la vida desde esa perspectiva y no creer que una maquinita, con una tecnología, nos va a resolver todos los problemas y ya no va a haber más posibilidad de equivocarse, de cometer errores. ¡El error es la sal de la vida!

-Ricardo, esta charla podría ser infinita, pero, como vos muy bien sabés, el tiempo de radio no es infinito. Nos quedaron multiplicidad de cosas en el tintero.

-Cuando quieras. Estoy muy gratamente sorprendido por esta conversación. No es común. Te agradezco infinitamente.

►TE PUEDE INTERESAR: Las memorias de Laura Alcoba para exorcizar el fantasma de una casa asolada, la dictadura, el exilio...

Temas relacionados: