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A pesar del paso de los siglos, el perro sigue enterrando huesos y otros objetos como instinto de supervivencia.
El perro es una de las especies que, sin duda, supo sobrevivir a lo largo de los siglos. Descendiente del lobo, este animal conoció al ser humano en el paleolítico medio, hace al menos 40.000 años. A partir de allí fue adaptándose con total plasticidad a la vida en el planeta y quedó para siempre como el compañero más fiel.
Pero, en esa adaptación y cambio de hábitos, el perro también trajo consigo acciones que en su momento eran útiles para la supervivencia, pero que hoy carecen de sentido.
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Esconder sus presas: un instinto ancestral
Se trata de una acción meramente instintiva que ha perdido su utilidad. El estado salvaje del perro sigue inscrito en sus genes y lo demuestra cuando entierra huesos en tu jardín.
En estado salvaje, muchos depredadores matan presas mayores de lo que pueden consumir en una comida. Pero donde hay depredadores, también hay animales ladrones que se alimentan de la carroña, que incluso a veces no esperan siquiera que la presa quede abandonada y se aproximan para tratar de arrebatarla. Por eso los depredadores esconden sus presas en un lugar más seguro para comérsela más tarde.
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El perro entierra su presa para comérsela más tarde.
Un ejemplo son los leopardos, que suelen arrastrar su presa hasta lo alto de un árbol donde luego la comen tranquilamente.
Al perro, como no tiene estas habilidades, no le queda otro remedio que enterrar sus presas. De ahí su comportamiento: una herencia de sus ancestros salvajes que escondían la comida para protegerla de la rapiña de otros animales.
El perro entierra el hueso en el jardín de la propia casa donde vive, aunque no exista el menor peligro de que su presa desaparezca o que algún rival se la arrebate.