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Las piedras que conforman el balasto sirven para fijar las piezas de madera o concreto que sostienen los rieles al suelo. Al distribuir el peso del tren sobre una mayor superficie, el balasto evita que las traviesas se deslicen o se desajusten, manteniendo las vías en su lugar y evitando deformaciones que podrían comprometer el paso adecuado del tren.
El balasto ferroviario también cumple una función importante en el drenaje. Las piedras se colocan de forma tal que permiten que el agua de lluvia se filtre por medio de las vías, evitando la acumulación de humedad en las traviesas y los rieles. Esto es esencial para prevenir daños estructurales, ya que si hay un buen drenaje se reduce el riesgo de deslizamientos de tierra en terrenos inestables.
Así mismo, en algunos casos la capa de piedras sirve para dificultar el crecimiento de vegetación cerca de las vías. Las plantas podrían interferir en su estabilidad, ya que sus raíces pueden penetrar y alterar su alineación. Esta piedra es resistente al desgaste y, con el tiempo, se acomoda de forma más estable con el uso constante.
Otra de sus funciones primordiales sirven para controlar la temperatura y poder aislar las vías del suelo, protegiéndolas del frío extremo o del calor excesivo.
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Aunque puede ser necesario reemplazarlo parcialmente debido a su desgaste, en general, es un material duradero que no requiere grandes intervenciones para mantener su efectividad. Su presencia garantiza la integridad estructural de las vías del tren durante años, incluso con el paso constante de trenes.
Gracias al balasto, las vías del tren tienen la capacidad de permanecer estables, seguras y resistentes, permitiendo que los trenes operen de manera continua y sin interrupciones. Así, detrás de las vías de tren que recorren algunas ciudades y campos, se esconde un sistema ingenioso y eficaz de ingeniería que, en gran parte, depende de esas piedras en el camino.