El mismo impulso la llevó a indagar en el cuadro “maldito”, quizá el más doloroso de una artista inclasificable como Frida Khalo, La mesa herida, que le pone nombre a su nuevo libro.
La compleja historia de esta obra, que se perdió misteriosamente en Polonia, en los años cincuenta, después de haber sido donada a la URSS de Stalin, ofrece un apasionante marco general de época, en el que abundan, también, la intriga detectivesca, los claroscuros del espionaje y las sinrazones -o razones duras- de la política.
Pero el corazón de todo es Frida, latiendo en su México amado. Sus infinitos dolores, sus padecimientos atroces en cuerpo y alma, están ahí, al descubierto, sobre todo después de haber sorprendido en situación íntima a su querida hermana Cristina y a Diego Rivera, su esposo eterno, su panzón, su ángel opaco.
De esa traición nació La mesa herida.
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Laura Martínez Belli, con La mesa herida.
Desde Madrid, donde vive en estos días, Martínez-Belli se entusiasma desentrañando su novela en el programa La Conversación de Radio Nihuil.
-Hola, Laura.
-Hola, ¿qué tal? Mucho gusto, muy contenta de estar con ustedes.
-Nos atenaza una duda. ¿Con quién estamos hablando? ¿Con una española o una mexicana? Los dos mundos te tiran casi por igual, ¿no?
-Sí. Una vez un argentino me dijo: tu acento es un quilombo (risas). Y sí, es un quilombo. Depende de dónde esté, soy muy española o muy mexicana también.
-¿Nunca termina de ganar una sobre la otra?
-Esa es una pregunta que intento responderme siempre cuando escribo. Siempre, claro.
-Nos hiciste acordar a un escritor que entrevistamos no hace mucho, Fabio Morábito, un italiano que viajó a México siendo chico y ya nunca se fue.
-Es que México se te mete en la piel. Yo llegué a allí con veinte años, pero también había vivido en Panamá ocho años. Mi mamá es nicaragüense. Entonces soy una española muy atípica.
-¿Y cómo es tu relación con Nicaragua?
- Suelo a pasar vacaciones allí.
-Un país curioso, Nicaragua. Años atrás, nuestro sueño de juventud era voltear la dictadura de los Somoza. Hoy ocupa su lugar Daniel Ortega. Parece un personaje salido de La mesa herida.
-Exactamente, sí. Son muy stalinistas.
-¿Por qué te atrapó la historia del cuadro de Frida Khalo que le da título a tu novela?
-Pues fíjate que yo, antes de ser escritora, trabajé durante mucho tiempo en el mundo del arte. Estuve en México, en el Museo del Palacio de Bellas Artes, y también luego aquí, en Madrid.
-¿Cuál era tu tarea?
-Estaba en una compañía de seguros de obras de arte. Entonces trabajábamos mucho con arte robado, con arte falsificado. Íbamos a las casas particulares a ver qué tenían en sus colecciones, en fin. Estuve siempre muy vinculada a este ambiente.
-¿Y qué te llevó a esta trama en particular?
-Cuando estábamos en pandemia, de pronto salió la noticia de que había reaparecido La mesa herida, este cuadro de Frida Kahlo desaparecido en 1955, en Varsovia. Pero decían que era falso, que era una copia. Y eso ya me llamó la atención, porque tenía todos los elementos que a mí me atraparon.
-Sí, una intriga detectivesca, además de los personajes que la protagonizaban.
-Estaba Frida Kahlo, estaba un cuadro perdido, además de unas dimensiones extrañas para lo que ella pintaba. Luego, un cuadro que se había perdido en Varsovia, que si lo iban a falsificar, que si lo vendían. Total, que me puse a investigar, porque la verdad es que yo nunca había oído hablar de esta obra. Creo que aquí hay una historia que sería una buena novela, me dije.
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Laura contó la investigación que hizo para su último libro.
-Te pusiste a investigar porque, claro, ustedes los escritores de novela histórica tienen que rastrear fuentes y documentos a la par de los historiadores.
-Desde luego que aprendemos mucho a la hora de estar buscando información, pues tendemos a leer mucha fuente primaria, qué han escrito los historiadores sobre ese tema. Y nosotros tenemos una labor divulgativa, diría yo, donde leemos lo que los historiadores han hecho y lo transformamos en ficción para que sea más digerible, más comprensible al lector.
-Esto les da un plus.
-Tenemos la ventaja, contra el historiador, de jugar con la emoción. La novela nos permite contar una historia de una manera mucho más, a veces, no diría atractiva, pero sí más emotiva, porque los novelistas tenemos el privilegio de poder inventar, de llenar las lagunas donde la historia no llega.
-Resulta muy motivador también para ustedes, se ve.
-De hecho, cuando estoy detrás de la información, siempre que hay una laguna digo "aquí me puedo meter". Es decir, estoy tras esos huecos que me permiten contar lo que no se puede, realmente (ríe). Así vas buscando dónde está esa trama, dónde está esa novela escondida dentro del histórico. Y es bonito.
-Pero igual tendrás que hacer esfuerzos considerables.
-A veces también es muy complicado, porque la propia Historia, con mayúsculas, te da un marco teórico y hay una serie de acontecimientos que no te permiten imaginar quizá todo lo que tú quisieras.
-Además, debe ser difícil para vos armar un cuadro general y mover fluidamente a todos tus personajes cuando tenés en el centro de la escena una figura tan magnética, tan fuerte, como Frida Kahlo.
-Sí. Frida es un personaje que, o bien te horroriza o bien te encanta. Como que desata muchas pasiones y no permite el término medio. Hay quien la conoce y la ama hasta el tuétano, y a quien directamente no le interesa.
-Aun así, asumiste el riesgo.
-Lo malo de utilizar un personaje histórico como Frida es que el lector ya está posicionado desde el origen. Entonces, la dificultad, frente a otro anónimo u otro menos conocido, es que ya hay una postura respecto del personaje. Pero también eso era el reto.
-¿De qué manera lo asumiste?
-En mi caso, lo que yo quería era mostrar una faceta de Frida que quizá no fuera tan conocida. Porque lo que me di cuenta al escribir esta novela fue que la gente conoce, digamos, la leyenda, pero no conoce al ser humano. Y eso fue lo que me propuse, mostrarla como una mujer más allá del nombre.
-Veamos. Ella te puede gustar o no, como persona o como artista. Pero lo que termina siendo la respiración, el hálito de la novela, es el tremendo dolor de Frida, que lo impregna todo. Dolor físico hasta los huesos, dolor afectivo por la infidelidad de Diego y su hermana, dolor por la maternidad frustrada. Impresiona ese trance humano.
-Sí. Es que además el nombre del cuadro, La mesa herida, me permitía a mí abordar el tema de las heridas. O sea, las distintas heridas que una persona atraviesa, en este caso en particular, Frida. Ella lo pasó muy mal y era una mujer muy herida también.
-Desde diversos ángulos.
-Por todo esto que tú dices. No solo físicamente, que es como la herida más evidente, sino las heridas emocionales que también cargó. Y, realmente, la novela muestra eso. Cómo cicatrizar, de alguna manera, si es que se puede, no solo las heridas emocionales sino también las corporales.
-Sobrelleva eso y además tiene ganas de vivir, ¿no? Uno se pregunta, ¿cómo hace para seguir? Porque vos vas describiendo, con gran minuciosidad, todos sus padecimientos, hasta el final. Es muy duro.
-Es muy duro porque la Frida que se nos vende comercialmente es la Frida joven y la Frida que todavía no empezaba a padecer tanto.
-Claro, vos saltás por encima de ese estereotipo.
-La Frida que se encuentra el lector en mi libro es la de los cinco últimos años. Porque ella murió en 1954 y donó este cuadro a la URSS en 1945. Entonces son casi estos últimos años de su vida que es cuando va realmente en picada.
-Ese último tramo es muy angustiante.
-Ella ya había sobrevivido al accidente del tranvía con quince años y había padecido mucho. Pero caminaba, tenía sus dos piernas, se casó. Luego vinieron todos los intentos de embarazo, que no prosperaron.
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"La Frida que se nos vende comercialmente es la Frida joven y la Frida que todavía no empezaba a padecer tanto". Reflexión de Laura.
-Está claramente registrado este proceso en tu libro.
-Es que ella sí se quedaba embarazada, pero su cuerpo no retenía a los bebés. Están ese dolor, los engaños de Diego, etcétera. Y luego, por supuesto, la enfermedad. Cómo le amputan la pierna. Y ella entra en picada.
-Un tobogán imparable.
-Las fotos que uno ve de la Frida de los últimos años es la de una mujer completamente demacrada. Pero esa no es la mujer que nuestra cabeza reproduce cuando pensamos en Frida Kahlo, sino a la hermosa que retrató Nickolas Murray para Vogue. Esa imagen de la Frida sobre fondo verde, esa mujer echada para adelante. Y yo me preguntaba, ¿cómo se puede ser tan echada para adelante con todo lo que le estaba pasando?
-Eso mismo se pregunta uno a medida que avanza en la lectura de tu libro.
-Y ese intento de búsqueda es lo que me llevó, en un principio, a conocerla un poco mejor y a reconciliarme con ella, porque yo también tenía muchos prejuicios contra Frida Kahlo. Pero, bueno, ella se muere pronto en la novela porque el cuadro desaparece en el '55 y ella muere en el '54.
-¿Cuáles eran tus prejuicios, tus prevenciones, respecto de Frida Kahlo?
-Pues es que yo no la podía entender. Primero, fíjate mi ignorancia, siempre pensé que Diego Rivera era el artista de esa relación. Después ya fui entendiendo más qué hacía ella con su arte y aprendí a valorar la belleza dentro de esos cuadros tan raros, tan extraños y tan dolorosos. Y también porque, como mujer, no entendía cómo alguien como ella podía estar con un hombre como Diego Rivera.
-¿Qué pasó? ¿La entendiste?
-Al conocer todas esas facetas en cuanto a ser alguien tan necesitado de cariño y no ser, justamente, el mito, sino otra cosa, ahí me di cuenta de que realmente Frida era una mujer que estaba pidiendo a gritos que la amaran. Pero, claro, eso lo fui descubriendo poco a poco.
-Frida, como decías, a uno le puede caer bien o no. Pero su manera de amar a Diego Rivera era muy particular. Veamos, a Rivera lo condenás de entrada. No bien arranca la novela el tipo se la manda con la hermana y ya después no la remonta nunca.
-(Ríe) Eso siempre pasa con mis hombres en las novelas.
-¡Dios mío!
-No les va bien, no les va bien. En mis últimas novelas me he dado cuenta de que les va a todos, como dicen en México, como en feria, ¿no? O sea, les va bastante mal.
-Por favor, nunca escribas algo sobre nosotros, por aquí.
-(Ríe) Voy a tener que ir a terapia, porque hay algo ahí que… no sé qué está pasando. Pero sí, le va mal a Diego.
-A Diego lo colmás de adjetivos todo el tiempo. Por ejemplo, esto dice Frida desde el más allá: "Diego siempre es caótico y oscuro, tramposo y mutable. Es grotesco, omnímodo. Te lleno de cohetes a punto de explotar".
-¡Qué barbaridad! Sí, ¿eh? No me había fijado (ríe). Claro, eso es cuando lo retrata como jíbaro, sí.
-Además ella le decía a Diego que era un sapo, algo así como el príncipe sapo.
-Sí. Sí. Es que era un hombre feo, realmente. Y lo interesante es que le parecía atractivo no solo a Frida, sino a muchas mujeres. Alguien como María Félix, que era un bellezón de mujer, también cayó en esas redes.
-¿Cómo se entiende?
-Como dicen, "labia mata carita". Me imagino que algo así sucedería, porque era un hombre también con sus inseguridades. Pero, vamos, ¡que no dejaba títere con cabeza! Era impresionante.
-Era un gran conquistador, un Don Juan con todas las letras. Ahora bien, metete en la piel de María Félix, que era una diva del mundo. ¿Por dónde se enganchó con el panzón, como le llamaba Frida?
-Esa es la pregunta que todos mis lectores me hacen: ¿qué le veía Frida a Diego? Esa es la pregunta que todos nos hacemos.
-Pasaron muchas mujeres por su vida, incluyendo Emma Hurtado, en los últimos años.
-A Emma Hurtado, fíjate, la podemos entender quizá un poco mejor, en el sentido de que eso era una relación comercial. Ahí estaba el interés económico de por medio, porque ella era como su marchante. Pero las otras, realmente, no necesitaban eso. María Félix, desde luego, no necesitaba de Diego Rivera. Yo creo que ahí hay algo relacionado con el poder. Porque Diego era un hombre muy poderoso en el mundo de la cultura. Era un hombre que se codeaba con el ministro de Educación. Es curioso, sí, desde luego.
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Martínez Belli contó por qué en sus novelas a los hombres les va mal.
-Fuera de estos dos personajes centrales, hay un nombre fundamental en toda esta historia: Cristina, la hermana que cuida siempre de Frida con enorme cariño. Y que haya sido pescada infraganti teniendo sexo con Rivera fue un golpe de escena muy duro. Este momento es el que inspira el cuadro La mesa herida, según contás.
-Eso fue una gran deslealtad. Yo creo que fue más deslealtad que infidelidad. Porque la traicionan tanto su marido como su hermana del alma.
-Su base existencial.
-Cristina era realmente el apoyo, la mujer que estaba siempre ahí con ella. Todo esto tiene que ver también con la manera de entender las relaciones en los años cincuenta, en el México de los años cincuenta, en donde había muy mala educación sentimental en este sentido. Y había mucho machismo. Mucho machismo.
-Lo cual no exculpa a Cristina, ¿no?
-Creo que va más por ahí que por el hecho de que sintieran realmente una atracción. O sea, quizá, para ella era no poder decir no, ahora que se habla tanto lo del consentimiento. No es no. Y, según creo, en ese momento no se podía decir no.
-Menos ante semejante personaje.
-Si un hombre como Diego Rivera te tiraba los tejos o te acorralaba, ellas no sabían decir no. Creo que está un poco por ahí la cosa. Y, en el caso de Cristina, también de terapia.
-¿Por qué de terapia? ¿Qué le impulsaba hacia ahí?
-El querer ocupar el lugar de su hermana. Una cosa así. Y lo interesante es que Frida los perdonó a los dos. Pero tampoco podía no perdonarlos.
-¿Por?
-Tampoco podía no perdonarlos porque los necesitaba. A una, físicamente. La mujer que la empujaba en la silla de ruedas al final era Cristina.
-Y con Diego tenía dependencia emocional.
-Realmente, es terrible, si lo vemos desde una perspectiva poco poética, si quieres llamarla, y más fría y más calculadora, la manera en la que se sometieron todos a esos perversos juegos de poder que había ahí.
-Convengamos que el de ellos no era un matrimonio convencional. Vivían en cuartos separados, Rivera tenía sus aventuras sexuales, pero Frida también hacía lo propio. Era consentida esta situación, ¿no?
-Sí, porque también había amistad, que es una cosa curiosa. Creo que ellos valoraban mucho su mutua compañía. Debían tener unas conversaciones muy interesantes, porque ambos eran muy inteligentes. Y debía haber esa complicidad intelectual que pesaba más que otro tipo de cosas.
-Esa puede ser la clave.
-Quizá ahora estamos condicionados a estar atados en cuanto a las relaciones sexuales y hemos echado a perder la conexión que debe haber a nivel espiritual e intelectual con la otra persona. Yo por una buena conversación mataría. Y a veces ya no tienes con quién. Afortunadamente yo sí tengo con quién.
-A propósito de esto, en alguna entrevista dijiste que te seduce más una buena conversación que un polvo.
-Sí, sí, sí, totalmente. Ya estoy en esa edad (risas).
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Laura asegura que la seduce más una buena conversación "que un polvo".
-Debemos deducir, entonces, que tenés una muy buena comunicación con tu pareja.
-Sí, la verdad que sí. Tengo esa suerte.
-Toda una postura en la vida.
-Llega una edad en donde sí, empiezas a valorar otro tipo de compañía, otro tipo de relación y pasas a otro nivel. Y en un cuerpo herido como el de Frida Kahlo, que por mucho que se dice que tenía muchas relaciones sexuales, yo me pregunto, ¿serían placenteras o dolorosas esas relaciones? Porque también, a nivel cuerpo, con un cuerpo roto, pues no sabemos qué tipo de relaciones sexuales serían esas. Incluso puedo llegar a entender las relaciones lésbicas, porque quizá eran menos dolorosas, no lo sé.
-Y en esa relación no tradicional, vos rescatás una imagen, de la que ellos mismos se reían: la del elefante y la paloma.
-Es que ella era tan menudita y él tan grandote. Pero en el libro digo: "La elefanta siempre fui yo" (risas).
-La historia de tu libro se mueve entre dos mundos, el México de Frida Kahlo y Diego Rivera, que vos has conocido desde adentro, y la URSS de Stalin, la Alemania de posguerra, etcétera. Este último te era más bien ajeno y difícil. ¿Cómo lo reconstruiste?
-Sí, la verdad que fue mucho más difícil y fue un reto. Pero también me apetecía salirme de México un poco, justamente por lo que has dicho, porque ya lo conocía y lo he narrado tanto en mis libros anteriores. Pero llegó un momento en donde yo misma me decía, pero ¿quién me manda a mí a meterme en la República Democrática Alemana?
-¿Cómo salvaste esa distancia?
-Pues leyendo muchos libros. Afortunadamente hay muchos documentales ahora, maravillosos. Y llegó otro momento en donde dije me voy a Alemania, porque yo no puedo estar escribiendo esta novela sin conocer Berlín, por ejemplo. Entonces me subí en un avión, estuve un fin de semana, recorrí todos los lugares que más o menos sabía que salían en mi novela para respirar el aire de ahí, el olor, sentir algo, para poderlo transmitir.
-¿Y el otro gran país?
-Rusia me costó mucho más porque, por la guerra, no pude ir a Moscú. Y no conozco Moscú. Entonces ahí tuve que hacer un esfuerzo de imaginación como el de Julio Verne cuando fue a la luna.
-¿Cómo hiciste?
-Tuve que tirar un poco de la educación que tenemos a través de las películas, de los libros, de los rusos y tratar de santiguar todos los días para no caer en muchos estereotipos, porque claro, también corres ese riesgo.
-Valen esas prevenciones porque, en un momento, la trama adquiere características de una novela de espías, casi típica.
-Sí, se transforma en una novela de espías. Y fue, desde luego, un reto, porque te dices ¿seré capaz de hacerlo? Pero también es verdad que cada novela te pide a veces, aunque a los editores eso los ponga muy nerviosos, hacer algo diferente a lo que has hecho antes, ¿no? Y esta historia navega en esas aguas tan turbias de una novela que es medio histórica, medio thriller policíaco.
-Queda claro, que además de pintar muy mal a los hombres, has retratado, a su vez, a mujeres muy potentes como la emperatriz Carlota de Bélgica, Isabel Moctezuma o Frida Kahlo. De todas ellas, ¿cuál es tu preferida?
-¡Eh! ¡Qué buena pregunta! Mi preferida, en este caso, sería Isabel Moctezuma.
-¿Por qué ella?
-Ahora que estoy pensando, entre Frida e Isabel se parecen. Son mujeres que intentaron, a pesar de las condiciones y sus circunstancias, no agachar la cabeza. Y quizá la Isabel Moctezuma que yo escribo en el libro, al no haber tanta documentación sobre ella, me la pude inventar un poco más a mi imagen y semejanza. O yo quiero creer eso.
-¿Y Frida, en comparación?
-Frida no. Frida obviamente tenía una historia y me tenía que ceñir a ella, porque, claro, si hubiera podido, a lo mejor le hacía tomar otras decisiones, ¿no?
-Igual, quedan los símbolos de cada una.
-De todas ellas hay una lección que aprender, porque es verdad que son mujeres todas muy sufridas. La Carlota fue considerada loca y, ¡puf!, estuvo presa en un castillo un montón de años hasta que murió. Isabel Moctezuma también fue una mujer que se tuvo que someter a muchas leyes de los hombres que la gobernaban. Y Frida Kahlo fue una mujer que sufrió mucho física y emocionalmente. Entonces tampoco me cambiaría por ninguna de ellas. Pero todas son grandes mujeres al final.
-Teniendo en cuenta que sos muy productiva y que te gusta escribir, suponemos que ya tendrás elegida a la mujer descollante de tu próxima historia.
-Sí. Nada más les dejo una pista, porque no les voy a decir quién es. Pero es una mujer que estuvo en Buenos Aires. Creció, pasó muchos años allí y después ya se fue. En el fondo, busco excusas para poder ir a visitar esos lugares (ríe).
-Sos española. Te gustará el vino, entonces.
-¡Por supuesto! Y los de Mendoza, que son buenísimos.