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Andrea Calamari: "La historia literaria del viaje empezó con Homero quien, según Borges, es una invención de los griegos"

Doctora en Comunicación por la Universidad Nacional de Rosario, docente e investigadora. Es Andrea Calamari autora de Volver para Contarlo, obra considerada un vehículo de ensueños

Hay viajes y viajes.

En un mundo que no para de multiplicar y agilizar las conexiones, el viaje literario es una de las herramientas más fecundas para guardar la memoria de la humanidad. Un alfabético resguardo de nuestras huellas exploradoras.

Aquí radica uno de los grandes aciertos de Volver para contarlo, el peculiar trabajo de Andrea Calamari subtitulado, escrupulosamente, Una historia literaria del viaje. De Ulises y Marco Polo a la carrera espacial.

La cantidad de nombres reales o mitológicos, de referencias geográficas o históricas y de anécdotas tan deliciosas como divagar por un prado en flor, lo transforman en un vehículo de ensueños.

Se disfruta de punta a punta. Se aprende. Nos lleva a indagar en otras rutas y en otros libros, muchos de los cuales no hemos leído. Aún.

La siguiente charla, desde su patria santafesina de siempre, su Ítaca, Andrea nos lleva de la mano por su arbitrario periplo en el programa La Conversación de Radio Nihuil.

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Volver para Contarlo, de Andrea Calamari.

Volver para Contarlo, de Andrea Calamari.

-Hola, Andrea. Contanos de dónde sos.

-Yo nací en un pueblo del sur de Santa Fe que se llama Santa Isabel, en plena llanura sojera, cerca de Venado Tuerto; cerca del límite entre Córdoba y Buenos Aires, también.

-¿Hasta cuándo estuviste ahí?

-A los dieciocho años me vine a vivir a Rosario. Ahora estoy a las afueras de la ciudad. Digamos, en Rosario y zonas de influencia.

-Los que no somos de allá y vemos las cosas desde lejos, imaginamos Rosario como si fuera Sinaloa, en México, por el tema de los narcos, la violencia, etcétera. ¿Cómo lo vivís vos, que sos de la zona?

-Justo ayer hablábamos con unos amigos y decíamos que, obviamente, en las noticias se ve Rosario como un lugar casi de película violenta.

-Película mexicana o colombiana.

-Exacto. Pero lo cierto es que, por suerte, la vida cotidiana acá transcurre como siempre, podríamos decir. Es cierto que hay zonas en que es más conflictivo. Es muy complejo lo que pasa en términos de pobreza, marginalidad y narcotráfico. Creo que en todo el país.

-Apuntando al carácter de tu trabajo, ¿vos sos viajera, una persona inquieta, o tendés más a la pasividad como algunos de los personajes que has rescatado?

-Quisiera tener mucho dinero para viajar mucho, realmente. Hay gente a la que no, pero a mí me encanta viajar; soy curiosa y a cada lugar que voy me gusta conocer, probar, ver cosas nuevas, caminar las ciudades.

-Una cuenta que te queda pendiente, está clarísimo.

-Lo cierto es que no he viajado todo lo que me hubiera gustado. ¡Qué se le va a hacer! Pero, bueno, por eso escribí un libro.

-Afortunadamente, la gente que escribe y lee, viaja con la imaginación. Eso también es un regalo, porque no todo el mundo lo puede hacer.

-Creo que en algún momento pongo esto: decir que viajamos con los libros es un lugar común. Pero, porque sea común, no quiere decir que no sea cierto.

-Pero, más allá de saldar una deuda, ¿adónde apuntaste?

-Más allá de los viajes, lo que me interesaba hacer en este libro era pensar cómo se habían contado esos viajes a lo largo de la historia de la humanidad. Por eso está tan presente la literatura.

-Viendo todos los datos y las fuentes de tu libro, está claro que te enfrentabas a un material enorme y sumamente atractivo. ¿Cómo hiciste la selección final? ¿Cuál fue el criterio?

-Lo que nunca tuve fue una idea totalizadora. O sea, yo no tenía ganas de hacer “la” historia de los viajes, sino contar una historia mía, que no era más que una historia de lectora.

-¿Qué lectora?

-Yo soy una persona mayor, ya, y es el primer libro que encaro por fuera de mi tarea como profesora en la universidad (Universidad Nacional de Rosario). Digamos, es la primera escritura que encaro completamente por fuera del ámbito académico.

-Pablo Maurette nos decía, hace poco, que uno, para entretener al lector, primero tiene que divertirse uno mismo como autor. ¿Con qué espíritu lo encaraste?

-Lo que siento con este libro es algo que vos dijiste. Tiene que ver con el disfrute. Yo disfruté muchísimo haciéndolo.

-¿Por qué, puntualmente?

-Disfruté haciéndolo porque fui relacionando cosas que he leído a lo largo de toda mi vida, en distintos momentos, haciendo conexiones propias y sin un ánimo totalizador. Yo no quería dar cuenta de todo.

-Algo imposible, por otro lado.

-Hay gente que me dice ¿cómo no está este libro o aquel otro? Y, bueno, no está porque no me inspiró o no tuve ganas o no quería poner todo, sino, más que nada, se trata de un recorrido, como uno hace con los viajes.

-Lo cual también es una elección muy personal.

-Si vos te vas de viaje, hay gente que dice ¿cómo no vas a ir a París y no vas a pasar por el Pompidou? Y la verdad es que no. Elegí otro camino y fui por otro lado. Eso sería. En todo viaje hay una deriva que es propia y está bueno, a veces, dejarte llevar.

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Andrea en uno de sus viajes.

Andrea en uno de sus viajes.

-En este punto, coincidís bastante con Julián Varsavsky, que tiene magníficos libros de viaje, en cuanto a que, hoy, con el turismo masivo, andar por el mundo ha perdido la sorpresa, la emoción del descubrimiento, incluso el miedo.

-Sí, porque, de hecho, el viaje ha tenido y sigue teniendo muchas formas a lo largo de los tiempos. El turismo es una cosa relativamente nueva. Muy nueva, de mediados del siglo XIX.

-Exacto. Es un fenómeno de los tiempos modernos.

-Antes, a nadie se le ocurría andar por ahí solo para gastar dinero. La gente salía para conquistar un territorio, para explorar, para conocer el mundo, para ver qué había del otro lado, para comerciar, para hacer dinero; para ir a buscar un lugar más cómodo donde vivir. Hay gente que se ha tenido que exiliar, que ha tenido que huir. Un montón de cosas. Son todas formas del viaje distintas.

-Lo que pasa es que el mundo mismo cambió hasta de ritmo.

-Es cierto que en el siglo XX se avanzó muchísimo. Todas las guerras, además de dolor y muerte, producen grandes avances. Primero, los cruceros; y después de la Segunda Guerra Mundial, los jets y demás, empezaron a generar posibilidades de tener el mundo al alcance de la mano y la oferta turística fue siendo cada vez mayor.

-Sí, el concepto fue cambiando radicalmente.

-Ahora hay como una especie de “bueno… ¿y qué más puedo hacer?”. Entonces el turismo empieza a ofrecer esas experiencias de viaje parecidas a las anteriores. Por tanto, hago cruceros para ir a la Antártida con un grupo de científicos o un viaje al centro de África a cazar, recreando la experiencia de los cazadores primitivos. No un safari con cámaras fotográficas; lo que te venden es la experiencia extrema.

-Experiencia. Esa es una palabra clave en esta industria.

-Hay una que descubrí, precisamente, en este libro. En la frontera entre México y Estados Unidos hay un programa turístico que te ofrece revivir la experiencia del inmigrante indocumentado; o, en Colombia, recorrer los lugares donde ha estado Pablo Escobar; o ir a las villas miserias, a las favelas, en Brasil; o gente que viene a la Argentina y que quiere conocer la experiencia de ir a la cancha de Boca con la barra brava. ¡Y paga por eso!

-Sí, se paga por experiencias extremas de las cuales, a veces, nosotros huimos. Es bastante loco.

-Y, sí. Exactamente.

-Antes, como vos decías, se viajaba para descubrir. Pero ahora cada vez te sorprende un poco menos ir a otro lugar. Google te anticipa casi todo. ¿Entonces?

-Obviamente, hay experiencias individuales que pueden salir de esto. Pero, también, la gente quiere ir a lugares seguros. Dice: si estoy un día en Buenos Aires o un día en París o un día Nápoles, ¿qué no me puedo perder?

-También tenemos TikTok, que te dice qué está de moda mirar, qué hacer, qué comer.

-Exactamente. Entonces, quizá, la pregunta podría ser: ¿por qué no nos interesa más la sorpresa? O sea, qué especie de tara tenemos ahí, que queremos todo asegurado, con un itinerario fijo y saber exactamente qué nos vamos a encontrar. Porque, de última, si va alguien va a Caminito, en La Boca, ya lo ha visto. Y puede verlo, no solo en fotos; en videos inmersivos y demás, lo podría recorrer.

-¿Cómo se trasciende todo eso?

-¿Qué pasa si salís, no sé, a dar la vuelta del perro en un pueblo cualquiera de la provincia de Buenos Aires o de Santa Fe o en Francia? Pero, claro, uno dice “voy a Francia, no puedo no ir a París”.

-No puedo perderme la Torre Eiffel. Elemental. Ahora bien, ¿toda la historia literaria del viaje empieza con Homero?

-Podríamos decir que empieza con Homero y con la Ilíada y la Odisea.

-Clásico entre los clásicos.

-Homero, como dice Borges, es una invención de los griegos. Es un hombre que no existió. Es eso que los griegos decidieron llamar Homero porque son historias que se han contado oralmente y en algún momento se pusieron por escrito.

-Un legado de la tradición.

-Pero también es cierto que, en el mismo momento que en Grecia se estaban contando estas historias, se contaban también en el Medio Oriente y en Egipto. Se contaban algunas de las historias que están en la Biblia.

-Un patrimonio común de buena parte de la humanidad.

-En estas especies de historias, algunas tienen que ver con gente que salió hacia otro lado a buscar algo. También es cierto que, a mediados del siglo XIX, se descubrió lo que, hasta ahora, se conoce como el relato más antiguo puesto por escrito, que es la Epopeya de Gilgamesh.

-¿De dónde viene la Epopeya?

-Se escribió en la zona de Babilonia, lo que ahora sería Irak, más o menos. Y es la historia de un viaje de alguien que sale a buscar el sentido de la vida y la fórmula de la inmortalidad. Es el relato más antiguo que se conoce hasta ahora, pero también podemos decir que las pinturas rupestres son una forma de relato.

-Lo que pasa es que, como vos decís, literariamente, la Ilíada y la Odisea son muy superiores a la historia de Gilgamesh.

-Completamente. Eso es lo máximo en términos literarios. Pero hay gente que dice que eso es aburridísimo.

-¿Qué le contestamos?

-Es que depende. Cuando uno lo empieza a leer descubre que en la Ilíada y la Odisea están un montón de historias que nosotros conocemos por el cine o por otras historias contadas otra vez. Y tiene abertura y tiene personajes fabulosos. Tiene cosas que conocemos como la manta de Penélope, tejiendo y destejiendo. O el talón de Aquiles.

-Por qué no las sirenas.

-¡El canto de sirenas! Cosas que conocemos de oídas y que quizás no sabemos que son de esos libros.

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Andrea Calamari es investigadora y docente en la Universidad Nacional de Rosario.

Andrea Calamari es investigadora y docente en la Universidad Nacional de Rosario.

-Un detalle. Vos ponés en la tapa del libro, junto a Marco Polo, no al héroe original, Odiseo, sino a Ulises, que fue la versión degradada de los latinos en boca de Virgilio. Debe ser por una cuestión de marketing, de mayor conocimiento popular, ¿no?

-Sí. En realidad, está presente. En el libro cuando hablo de la Odisea, hablo de Odiseo, que es el personaje en griego. Pero es verdad que el nombre con el que se lo conoce más es el latino, Ulises. Y es cierto también que, en la Odisea, Odiseo era un héroe.

-Un héroe de película.

-Un héroe de la guerra de Troya, que era genial y que estaba pensando en volver con su hijo y con su esposa y matar a los pretendientes y no veía la hora de llegar y todo eso. Pero después, en la cultura latina, en Roma, Ulises no es tan querido.

-¡No! Ahí lo transforman en un pillo.

-Claro. Sobre todo, porque, en la cultura latina, en la historia que cuenta Virgilio, los que fundaron Roma descienden de los habitantes de Troya, que fue contra la cual a Odiseo se le ocurrió hacer el caballo y meter los soldados y derrotarlos y quemar la ciudad.

-Era el enemigo.

-Para Virgilio no era tan buena gente Odiseo. Y después lo mandó al muere Dante cuando escribe La Divina Comedia y lo ubica a Ulises en el Infierno.

-Obvio. El guía de Dante en el inframundo es Virgilio, justamente.

-(Ríe) Sí, exactamente. Pero, como La Divina Comedia es un libro escrito para hablar del cristianismo, Ulises está en el infierno, no tanto por haber hecho el caballo de Troya, sino, básicamente, porque representa el deseo de conocer más, que es el deseo de todo viajero: el de ir más allá, por fuera de lo que de los dioses dictaban.

-Sobre todo en el cristianismo.

-En este caso, el Dios cristiano, que es uno solo y que dice: los humanos no tienen por qué querer saber más de que lo que saben.

-Precisamente, es la historia, también, de Adán y Eva. El querer saber más nos condenó al pecado original.

-Exactamente. Entonces, sería: quedate en tu casa y quedate, además, dentro de los dominios concretos y reales de tu cabecita. No sueñes con nada más.

-Hablando de libros canónicos, destacás el valor de la Biblia como guía turística, a partir de la historia de Helena, esposa del emperador Constancio, para seguir con Egeria, la monja devota. Es espectacular.

-Una de las cosas que me interesaba, no era hacer un ensayo sobre el viaje, más allá de que hay algunas ideas sobre esto, sino rescatar historias y personajes. A algunos yo me los he encontrado mientras escribía.

-Enhorabuena, en beneficio de tu recopilación.

-Claro. Por ejemplo, la historia de esta monja Egeria fue descubierta hace poco, en el siglo XIX. Ese siglo nos descubrió muchas cosas.

-Pero ella es de mucho antes, ¿no?

-Es de los años trescientos y pico. La monja salió de lo que hoy es Galicia porque quería conocer Tierra Santa. Y como ella llevaba su Biblia, a mí me gustó imaginarla que la utilizaba como guía turística.

-¿Por qué se te ocurrió?

-Porque ella decía: quiero conocer todos los lugares de los que se habla en la Biblia.

-Todos lugares santos por donde estuvo Jesús.

-Claro. Y también esto va de la mano de la historia de esa reina, que es la madre de Constantino, Helena de Constantinopla, que se había obsesionado con las reliquias.

-Era un momento fundacional del cristianismo.

-Su hijo fue el que puso la religión católica como obligatoria en el Imperio. Y ella se obsesionó con las reliquias de Jesús. Entonces mandó a buscar la cruz de Jesús y como no la encontraron, bueno, le llevaron un pedacito de madera.

-Ahí arranca una larga cadena de “descubrimientos” santos.

-Después se empezó a generar una industria. Imaginemos esto hace mucho tiempo. Estábamos hablando de la industria turística, pero, ahí, había una industria de las reliquias. Entonces se vendía el himen de la Virgen María, el último suspiro de San José y limaduras de las cadenas con las que Jesús había sido atado.

-Una explosión feriante en torno a los objetos santos.

-Así Helena se convirtió como en una especie de groupie de Jesús y quería coleccionar cosas que tuvieran que ver con la vida real del personaje.

-Pero, además, había que justificar los milagros, inventar todo un relato para que eso funcionara.

-Exacto. Y efectivamente se generó una industria. Además, salieron los falsificadores de la cruz de Jesús, que debe pesar quinientos mil kilos, porque llegaban pedazos de madera de todos los que le vendían a ella y después a los fans, al igual que otro montón de reliquias. Incomprobable de dónde venía cada pedacito de madera, ¿no?

-Vos apuntás que, con todo esto, se estaba trazando el futuro recorrido a Tierra Santa. Y añadís, por otra parte, que una cosa es peregrinar y otra cosa es el turismo, para darle sentido al camino de Santiago de Compostela.

-De los tipos de viajes, hay dos que conservan la palabra itinerario, que son el turismo y la peregrinación.

-¿Por qué?

-Porque te dicen día por día qué vas a hacer. El resto de los viajes son un poco más libres. Pero, claro, el turismo ahora lo abarca todo.

-¿Y la peregrinación?

-La peregrinación también es un viaje de tipo muy cerrado. Y ahora, además, las peregrinaciones están igualmente muy atravesadas por el turismo. El Camino de Santiago son un montón de caminos.

-¿Cuál es el signo distintivo del Camino de Santiago?

-Lo recorrés y te dan un certificado de haber sido caminante. Algunos terminan en la misma Santiago y otros van hasta Finisterre. Al lado del camino hay lugares donde uno entierra su “Yo pecador” y hay unas tumbas, donde no hay cuerpos. Digamos, es algo simbólico lo que uno entierra. Hay algunos que lo hacen penitentemente y otros que lo hacen más turísticamente.

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-Nosotros entrevistamos, precisamente, el año pasado, a un escritor portugués, Alberto Santos, que en su libro El secreto de Compostela, tras analizar varias versiones, concluye que es imposible que sea el cuerpo de Santiago el que está enterrado ahí.

- Claro. Es esa historia de que había supuestamente un ermitaño, en un bosque y una iluminación; entonces dijeron: ahí están los huesos del apóstol. En medio de todo esto, España fue invadida por los moros y los lugares donde estaba se incendiaron más de una vez. Pero, bueno, la fe y el turismo tienen otras reglas (ríe).

-Nadie lo discute.

-Es que se trata de eso. De alguna manera, el relato turístico es literario, también el religioso. Y a la literatura no le importa la verdad.

-En tu libro abundan las anécdotas y las referencias atractivas, como la costumbre del paseo que impone Petrarca o la predilección de Baudelaire que, despreciando los viajes, deambulaba por París. Un caso muy llamativo es la experiencia de Chejov en el extremo norte de Rusia, donde casi muere.

- Sí. Obviamente que es conocido por sus obras de teatro y sus cuentos. Y ese libro de la isla de Sajalín lo había comprado hace mucho. No sé por qué me interesó. Porque decía Chejov, supongo.

-¿Y qué te atrapó de su lectura?

-Es increíble porque se trata del único libro de no ficción que escribió. Él era médico y estaba tuberculoso. En algún momento estaba un poco descreído de la vida, de la literatura y se autoimpuso un viaje a la isla Sajalín, que es del extremo más frío de Rusia, un lugar que antes había pertenecido a Japón.

-¿Qué lo llevó a dirigirse a un sitio tan áspero?

-La isla es una cárcel y él fue a hacer un relevamiento, a ver cuánta gente hay ahí, en qué condiciones viven y demás. Pero puso un riesgo su vida, como tuberculoso, yendo a ese lugar.

-No murió de milagro.

-Pero, de hecho, después dice que fue de donde mejor la pasó.

-También contás historias cercanas a nosotros, como todo lo que envuelve a Robinson Crusoe en la isla Juan Fernández, en Chile. Un amigo y oyente habitual del programa, Omar, nos dice: “Tengo la fantasía de viajar a Brooklyn con The Brooklyn Follies, de Paul Auster, en la mano y hacer el recorrido por esos sitios, esos barrios”.

-Me parece que es una gran idea: pensando que está todo armado, a veces tomar algún libro y hacer el itinerario. Por ejemplo, si uno se lo imagina, puede también tomar El spleen de París, de Baudelaire, y recorrer la ciudad de su mano, a ver adónde nos lleva la caminata. O al amigo, con Paul Auster.

-Infinitos recorridos tenemos a mano por esa vía.

-Así, uno podría hacer esos viajes que no están prescriptos por el turismo ni con un itinerario fijo, sino que es como un dejarse llevar.

-O seguir, como hacen varios, el circuito del Ulises, de Joyce.

-Claro, exactamente. O podríamos agarrar el libro que se llama El peor viaje del mundo (de Apsley Cherry-Garrard) e ir a la Antártida, intentando llegar al Polo Sur, a ver qué tal nos va.

-Es tanto el material disponible en tu libro, que tenemos que hacer un esfuerzo para terminar aquí la entrevista. Pero teniendo en cuenta todo lo que dejaste afuera, hay como un pedido a gritos para que venga un segundo tomo.

-¡Ay!, ¿vos decís? Pero yo tenía ganas de ponerme a viajar, en vez de escribir.

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