Ojo al piojo
Suarez vio pronto cómo el peronismo -que lo había apoyado en la aprobación de la ley- se echaba para atrás como diciendo yo no fui. Temió que más disturbios pudieran ennegrecer las Fiestas de fin de año y prefirió no defender la ley que reabría la minería. La derogó. Para algunos fue una prudencia oportuna. Para otros, un gran papelón político.
En una larga entrevista con Jorge Fontevecchia, del grupo Perfil, el mendocino dijo que "la prédica ambientalista había metido miedo en la gente. Muchos creyeron que el cianuro iba a salir por las canillas y que no podríamos tomar más agua corriente, cuando en realidad lo que fijaba la nueva ley era hacer las cosas bien, generar riqueza y puestos de trabajo sin afectar el ambiente".
Suarez reconoció meses después que se trató de una discusión que perdieron con la opinión pública ya que fue muy difícil combatir el miedo con razones. Según las previsiones oficiales, con las regalías que hubiera dejado la apertura minera se podría haber modernizado todo el riego en la provincia, expandiendo el goteo sin tener que largar el agua para inundar los surcos, método con el que se pierde mucho líquido. "La tecnología es el único medio para cuidar el agua", fue la explicación.
En ese reportaje, el gobernador y el periodista hicieron mención a la fuerte interacción entre mendocinos y chilenos y de cómo esa ida y vuelta ha generado una singularidad especial. Y ahí es donde Suarez cuela el comentario de que las manifestaciones antimineras de diciembre pudieron estar alimentadas por los vientos reformistas chilenos.
Sin bombos
Suarez dice que hay tal cantidad de problemas inéditos a raíz de la pandemia y de la crisis económica, que el espíritu confrontativo es el menos indicado hoy para el político que está en la gestión. "Intento no hacer declaraciones con críticas rimbombantes", explica al hablar de su trato con la Casa Rosada. Sus puntos divergentes sobre las cambios de fases que fijó el Presidente para el Gran Mendoza lo obligaron a apagar fuegos y a manejar las diferencias con más tacto. "Reclamar es un trabajo perseverante", dice.
Por eso, curado de espanto, cuando vio que el proyecto de nueva ley de Educación que propone su administración estaba siendo petardeado por kirchneristas y gremios, paró la bocha y abrió el juego a la discusión.
Cuando Fontevecchia le inquirió en qué cosas hace la diferencia Mendoza, Suarez las abrochó así: "aquí hay alternancia de gobiernos radicales y peronistas; vivimos en un desierto y todo cuesta esfuerzo; hay institucionalidad, no hay caudillos; hay coincidencias de que necesitamos un Estado moderno y eficiente; y al igual que en otras administraciones del centro del país, aquí la actividad privada genera riqueza, en cambio otras provincias viven de la coparticipación y del clientelismo".
Pactar y negociar no tendría que ser la excepción sino la norma, máxime si se quiere llegar a buen puerto con el proyecto para reformar la Constitución de Mendoza.