La irrupción de la pandemia sacudió al mundo llevándolo hacia su extremo digital y virtual. Fue la consecuencia del aislamiento y del encierro.
La irrupción de la pandemia sacudió al mundo llevándolo hacia su extremo digital y virtual. Fue la consecuencia del aislamiento y del encierro.
También aumentaron, positivamente, otras tendencias, como la predisposición a montarse a una bicicleta, a comer más sano o a cocinar.
Los programas en la pantalla chica, con las series a la cabeza, y su pariente, la lectura, fueron un buen refugio para la mente y el ánimo.
Se leyó más durante la cuarentena. Así lo ratifica una experta en esta materia, Pilar Reyes, una colombiana emigrada a Madrid donde, como directora editorial de Alfaguara, integra la primera línea del grupo Penguin Random House, uno de los colosos de la industria del libro.
“Consumimos historias”, nos explica. “La emoción humana y la cabeza quieren oír historias”, es lo que cuenta Reyes, quien “forma parte de las 50 personas más influyentes del mundo editorial”, según la valoración de la escritora y periodista venezolana Karina Sainz Borgo.
La actualidad del libro y su problemática están analizados en esta entrevista con el programa La Conversación de Radio Nihuil.
-¿Cómo ha sido su experiencia con la pandemia, Pilar? ¿Cómo está ese Madrid que está tratando de llegar, aun con dificultades, lo mejor posible a las Navidades?
-Sí, Madrid ha sido fuertemente golpeada por el coronavirus, desde la primera ola a esta segunda. Esta es una ciudad muy de calle y ha tenido que replegarse a las casas. No es la Madrid que conocemos siempre, pero está intentando sobreponerse a la situación.
-Y en lo personal, ¿qué ha perdido y qué ha ganado, en este más de medio año de combate al covid?
-He perdido eso, la calle. Vivo aquí hace once años, pero soy colombiana. Y para una bogotana como yo la calle de Madrid es algo muy apasionante. Mi ciudad de origen es muy hacia adentro, muy poco dada al espacio público. Madrid es una ciudad muy fácil de vivir por eso: por ser muy callejera. He ganado, supongo, concentración en el trabajo. Para un editor, estar recluido en su mesa de trabajo, pues es bueno. Creo, en resumen, que he ganado en profundidad de reflexión en estos meses.
-Tenemos entendido que durante la pandemia se ha leído más. ¿Es así?
-Sí. En estos meses la lectura ha sido una compañía para la reclusión. Incluso un mercado como el norteamericano, que es muy maduro en términos de consumo de libros, ha crecido este año. En el caso español, ha decrecido un 5% a fecha de hoy, lo cual es prácticamente nada teniendo en cuenta las semanas que tuvimos cierres totales de la actividad. Pensamos que a final de 2020 podríamos terminar como el año pasado. En el fondo, esto quiere decir que ha crecido el mercado pues este año no ha habido grandes fechas de ventas de libros como Sant Jordi, las ferias regionales o la Feria del Libro de Madrid, que son momentos muy importantes.
-Y en este proceso de mayor venta de libros, ¿la gente siguió leyendo más o menos como antes, o cambió la tendencia? ¿Se vendieron, por ejemplo, más ejemplares de La peste de Camus o de otros títulos relacionados con las epidemias?
-Se ha ido moviendo un poco la preferencia de los lectores. Hubo un momento, durante las semanas en que estuvimos más concentrados en hablar de la pandemia u oyendo sobre las muertes y las medidas públicas de restricciones de movimientos, etcétera, durante la etapa inicial del desconcierto, en que tuvimos mucha lectura de este tipo de libros: La peste de Camus, Ensayo sobre la ceguera de José Saramago, Diario del año de la peste de Defoe… Eso fue variando a lo largo de los meses. Sí hubo algo llamativo en el mercado español y fue un volver a los clásicos. Eso fue una constante que hemos visto en otros mercados: la gente volviendo a libros que no había leído, que tenía pendientes en su vida lectora o que estaban allí, para releer. Esto también habla muy bien de la relación con el entorno, con lo que estaba sucediendo.
-¿Cuándo habla de la vuelta a los clásicos, se refiere al Quijote, a Quevedo, a El Libro del Buen Amor o, un poco más acá, a Pérez Galdós o Unamuno?
-Hablo de Ana Karenina, del Quijote, de La Ilíada y La Odisea, de Madame Bovary, de Guerra y paz, novelas canónicas del género. Hay una plataforma que une a las librerías independientes donde seguíamos el ritmo de ventas. Fue curioso, porque durante tres meses no salió ninguna novedad en el mercado español y la industria del libro en general se mueve con novedades. Eso hizo, también, que la búsqueda de libros anteriores fuera más protagonista.
-¿Cómo ha funcionado la lectura por Internet? ¿Ha aumentado, por ejemplo, el consumo del ebook, teniendo en cuenta que hubo cierre temporario de librerías?
-Los países que tenían un comercio electrónico más o menos desarrollado fueron los mercados que menos sufrieron en estos meses. En España, que tenía ese mercado relativamente fuerte para otros insumos, hizo que los libros pudieran venderse por ese canal. Me parece que eso es una de las cosas que van a quedar. Ha transformado un poco el consumo de libros. No creo que la gente haya migrado exactamente al libro electrónico, que ha crecido muchísimo. Lo que pasa es que era un segmento muy pequeño en el mundo en español, comparativamente con el anglosajón. En el mercado norteamericano supone el 25% de la venta. Pero sí supuso un aumento de la venta del libro físico a través de la compra online.
-¿Cuál sería, entonces, el dato más positivo?
-La noticia buena de todo esto es que no solo supuso el crecimiento de grandes plataformas sino que han entrado también cadenas de establecimientos locales como una red de librerías independientes llamada Todos tus libros que, de alguna manera, unió una cantidad de librerías de barrio que tienen mucha actividad en sus localidades. Pues bien, han generado una plataforma común que les permitió a esas librerías crecer por encima de su anclaje físico. Esta transformación importante en el consumo de libros es una de las cosas que van a quedar.
-Hay algoritmos de inteligencia artificial que ya están escribiendo libros. En este programa hemos dado cuenta de una reciente experiencia entre Mercedes Ezquiaga y Esteban Tablón. ¿Cómo va a reaccionar la industria editorial frente a la irrupción de estos nuevos “autores”?
-Yo desconfío mucho en términos de creatividad. El análisis de datos sirve para descomponer un problema en múltiples partes, pero no para recomponerlo en una solución innovadora. Ninguna máquina ha demostrado todavía capacidad para sustituir la intuición humana. La escritura, por lo menos la escritura literaria, que pretende evocar un mundo entero, no veo que pueda ser sustituida por una máquina. Ahora bien, sí creo que la industria editorial tiene que acercarse al análisis de datos. Entender las tendencias, entender a los lectores, hoy en día es posible. A través de las compras y las búsquedas digitales, hoy nosotros podemos saber muchas más cosas acerca de quién lee los libros que publicamos, de cómo se informa, cómo interactúa con la difusión. Eso ha cambiado bastante nuestro oficio, que era más bien intermediado y, en muchos sentidos, ciego, como muy bien decía Gabriel Zaid sobre los libreros. Eso podría ser extrapolado a los editores. Hablamos de adivinos o editores, ¿no? El mundo de hoy nos obliga a otro universo de análisis y a otras competencias.
-Usted, Pilar, vive en España donde, luego de atravesar la dictadura de Franco, se valora especialmente la libertad. En Argentina nos pasa otro tanto. Por eso llama la atención la corriente censora que recorre el mundo, buscando, en nombre de lo políticamente correcto, suprimir voces, censurar, impedir la edición de libros. Casos, como los de Woody Allen o J.K. Rowling aparecen a diario. ¿Cómo lo ve desde su tarea editorial?
-Pienso que debemos ser un territorio de libertad. Y defenderla. La cultura de la cancelación es aterradora. Es contraria a uno de los lugares que hemos ganado para la libertad y para la convivencia. Y los libros tienen que ser reflejo de ello. Yo no comparto, ni en aras de nada ni en nombre de lo políticamente correcto, la censura. Me parece que es incluso más peligrosa la autocensura. Que llegue a ser tal el temor a que haya algún tipo de reacción del entorno que nos lleve a tomar decisiones en contrario. Que el temor reduzca la libertad de expresión. Y yo creo en la libertad de expresión como un mandato. En el grupo en el que yo trabajo es una visión compartida. Estoy totalmente de acuerdo con tu preocupación. Es una preocupación legítima pues, en realidad, están sucediendo casos que obligan a tener conversaciones muy hondas sobre cuál es nuestro oficio y, sobre todo, nuestra responsabilidad, porque la industria editorial tiene mucha sensibilidad, ya que hablamos de mercado y de lectores, pero finalmente hablamos de construir el menú cultural de un ciudadano. Y eso implica, como decíamos, defender la libertad de expresión, profundamente.
-Hay un círculo virtuoso entre el cine o la televisión y los libros, que se retroalimenta. En España hay casos muy reveladores, como fue El tiempo entre costuras o, en estos días, la novela Patria, de Aramburu. ¿Cómo se relacionan, ustedes, desde la industria editorial con la industria audiovisual?
-Estamos siendo una cantera muy grande, sobre todo para las series. Hay muchísimos productores de cine viendo qué historias se producen en la literatura, siendo una inmensa fuente de inspiración para las versiones cinematográficas. También está ayudando el cine a hacer un viaje en contrario. Nosotros, por ejemplo, acabamos de reeditar y está saliendo en los diversos países en este momento una novela que había sido traducida al español y que había pasado un poco desapercibida, Gambito de dama. La serie ha servido también para poner el libro nuevamente en la conversación y para dinamizar la industria editorial. Está siendo, por lo tanto, una relación amigable, que abre puertas para el contenido literario, en uno y otro sentido.
-Otro tema que preocupa hoy es la relación de los chicos con los libros y las pantallas. ¿Cómo se hace para que ellos se interesen por la lectura?
-Yo tengo una idea un poco distinta respecto de ese planteo. Hay un dato: en muchos de los mercados en los cuales trabajamos, como el inglés, el norteamericano o, incluso, el español, uno de los segmentos que más crece es el infantil-juvenil. Fenómenos como Harry Potter muestran que consumimos historias; que la emoción humana y la cabeza quieren oír historias. Por lo tanto, no creo que haya una dificultad esencial de acceso sino que es algo connatural a nuestra manera de ver y pensar el mundo. En muchos sentidos el problema pasa por hacer ver la lectura como algo difícil.
-¿Cómo lo corregimos?
-Para que eso no pase, y sin demeritar el enorme trabajo que hacen los maestros, la formación de lectores sucede incluso antes de que un niño aprenda a leer y escribir. El acercarse a un libro, leer en imágenes, que le lean en voz alta. Esa relación de la emoción y del afecto en la casa con los padres para generar lectores es fundamental. Y muchas veces se deja la relación lectora recién para cuando un niño está aprendiendo a decodificar símbolos, a leer estrictamente, pero antes no ha habido una cercanía ni con los libros ni con la lectura. Maurice Sendak decía algo bellísimo: que él aprendió así, mucho antes de saber leer. Y cada vez que alguien le leía en voz alta o se acercaba a un libro, recordaba a su madre leyéndole, como el abrazo de todas las noches.
-Para que quede claro, entonces: la relación familiar es fundamental en este proceso.
-Si la lectura pasa por ahí, por el afecto familiar, por ese rito de paso del irse a dormir en la noche, estoy segura de que será mucho más fácil que la relación con la lectura sea más natural, digamos, que no esté solo mediada por la prescripción escolar. No demerito a esta última, por supuesto, como dije. Hay allí un esfuerzo inmenso. Pero la lectura no es solo eso. Es conocimiento, pero también afecto.
-Ustedes, en Penguin Random House, concentran una gran cantidad de sellos editoriales. En el grueso del catálogo, ¿qué es lo que más se vende? ¿La literatura, la autoayuda, los libros políticos como el reciente de Barak Obama o qué otro género?
-Hay allí una diferencia grande entre América Latina y España. El mundo en español no es homogéneo en ese sentido.
-¿Qué caracteriza a España, entonces?
-Es un mercado más de ficción. La narrativa es el género que más se vende. Y allí la novela negra es el género reina. Tiene muchísimo, muchísimo peso. Y eso en todas sus variables, en formatos distintos. El libro de bolsillo es enorme en el mercado español. Pero el mercado va variando, siempre.
-¿Y América Latina?
-Es un mercado de no ficción y mucho de libro periodístico, político. Es el gran género de latinoamericanos porque nuestras realidades dan muchísimo juego, muchísimo de qué hablar. De ahí el protagonismo del libro periodístico de investigación. También la autoayuda. Estas son las diferencias. Por ejemplo, aquí en España, Patria es un libro que está en la conversación de todo un país y alcanza unas cuotas de venta enormes. Es difícil que un libro de no-ficción genere ese impacto. En América Latina pasa lo contrario. Un ejemplo puede ser en la Argentina el libro de Cristina Kirchner.
-Hablando de novela negra, justamente nuestra primera entrevista de este año en La Conversación fue con Rosa Ribas y hace poco hemos vuelto a charlar con Rosa Montero, entre otras. Hay muchas y muy buenas escritoras españolas cultivando el género policial, ¿no?
-Exacto. Ese es un fenómeno. Además, son novelas que tienen una localización muy clara, que pasa por describir un entorno, una zona geográfica, una ciudad; o sea, nacen de la descripción de un lugar físico que puedes referenciar claramente. La novela negra es muy difícil de hacer porque no admite demasiada trampa, pues si no el lector no le cree a la trama. Y la trama pesa mucho, ciertamente, pero, también, el juego literario enriquecido por el lenguaje puede convertir a este género en un gran género.