Cecilia [email protected]
Luciana Milagros Rodríguez (3) fue velada ayer en la casa de su abuela materna. La familia no tuvo consuelo ante la prueba implacable de lo que la niña vivió.
Luciana Milagros Rodríguez (3) fue velada ayer en la casa de su abuela materna. La familia no tuvo consuelo ante la prueba implacable de lo que la niña vivió.
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El cuerpo de Luciana Milagros Rodríguez (3) fue una prueba irrefutable. Ahí estaba, con el vestido y las medias blancas que sus vecinos ayudaron a costear, enrostrándoles a todos los golpes letales que recibió, las quemaduras, los rasguños, las agresiones muy anteriores al día de su muerte: el abandono.
La muerte hablaEl esfuerzo comunitario pagó también el impuesto para abrir la parcela del parque de descanso Los Apóstoles, en el que será enterrada la niña, espacio que de todos modos no sabían cómo terminarían de costear. Los contactó “alguien del Gobierno para facilitar algo material”, según comentaron los familiares, pero luego explicaron que no consiguieron volver a comunicarse.
A media mañana llegó el cadáver de la pequeña. Cada grupo social y cultural viste el rito del velatorio a su manera. Pero en todos los casos se revelan allí las historias y las esencias del contexto. A su arribo, adultos y menores buscaban en las piernas, las manos y el rostro de la víctima la prueba, un rastro de lo inexplicable. “Esto es una quemada de cigarrillo”, les describía la abuela a sus consanguíneos. Una tía reiteraba: “Esas uñas marcadas son de mi hermana, son de mi hermana. Estaba ahí cuando la mataron”. Inocente El momento de la muerte fue un tema que encontró en ese conjunto familiar distintas versiones que después de unas horas desembocaron en una común. Ese martes 7 de enero, la abuela había pasado cerca de las 22 por la edificación que Evelyn y Jorge usurpaban en la calle Entre Ríos. Con la primera noticia del fallecimiento, Claudia Rivas pensó que la golpiza había surgido a raíz de su insistencia en que le dejaran verla. Pero cuando el informe del Cuerpo Médico Forense confirmó que el deceso se produjo cuatro horas antes de ese instante, esta mujer entendió que en el momento en que ella tocó la puerta la niña ya estaba sin vida. “Estaban pensando en deshacerse y, como sabían que yo andaba merodeando, la dejaron después en el hospital”, aseveró. Claudia, su esposo, Alberto Sánchez (no es progenitor de Evelyn, pero sí quien la crió); su hija Romina y parte de sus hermanos lloraron en la casa de la calle Congreso a todos sus muertos. Rivas tuvo diez hijos, de los cuales tres fallecieron y por eso los lleva tatuados como ángeles en su espalda. Dos de ellos murieron en la cárcel en situaciones extrañas. Evelyn (mamá de Luciana) y uno de ellos, el Pelado Rubén Alberto Rodríguez (asesinado en el 2007 de un tiro en una revuelta callejera), nacieron en Córdoba con otro padre. Braian, otro hijo que sí es “Sánchez Rivas”, está en el módulo 8 del penal San Felipe. En todos los casos, las tías y las consuegras hablaron de ingresos por “robos”. ¿Qué consuelo quedaba allí, donde la muerte era el punto final de una historia que reporta varios golpes? “Los van a hacer mierda en el penal”, comentaron las acompañantes apostadas con sus sillas en la vereda. Y no era una forma de expresar sus ganas de una justicia por mano propia. Ellas no tuvieron miedo de contar que Luciana tiene entre las rejas a varios defensores, convencidas de lo que es ley en ese contexto carcelario: “Con los inocentes no hay que meterse”.