Gustavo De [email protected]
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“Nos fuimos encontrando con madres, familiares y amigos en las comisarías, en la jefatura de Policía, en los cuarteles del ejército, en las iglesias, en el Arzobispado, en los pasillos de los juzgados y empezamos a imitar los trámites en la búsqueda de nuestros seres queridos, de algún dato, alguna respuesta...”. El relato es de María Rosario Carrera, quien el lunes dio su testimonio en el megajuicio por delitos de lesa humanidad.
María Rosario Carrera es Mariú, reconocida y querida actriz, y directora de teatro mendocina. En octubre de 1976, quien fue su primer esposo, Rubén Bravo, fue secuestrado y la misma suerte corrieron después su hermano, Marcelo Carrera, y su cuñada, Adriana Bonoldi, quien estaba embarazada y dio a luz en el hospital Emilio Civit, a donde fue trasladada desde su cautiverio. Los tres están desaparecidos y al hijo del matrimonio Carrera-Bonoldi se lo sigue buscando.
Mariú recordó a los actores de teatro que sufrieron la represión ilegal que para algunos significó la desaparición y para otros cárcel y exilio, además de las torturas atroces a las que fueron sometidos.
La mayoría pertenecía al PRT (Partido Revolucionario de los Trabajadores) y su militancia consistía en llevar su mensaje a través de las obras de teatro, sobre todo, en el entonces carenciado barrio San Martín, invitados por el padre Macuca LLorens, a quien Carrera describió como “un hombre comprometido con la Iglesia. Sabiendo la pobreza extrema con que se vivía, dejó el convento jesuita y se fue a vivir allí. Ayudó a construir casas, trabajó a la par de la gente, hizo una gran labor en la escuela...”.
El mensaje que transmitía el grupo La Pulga en sus obras estaba relacionado con la igualdad social. Por eso, los persiguieron, los secuestraron, los torturaron y a algunos los asesinaron (como a Juan Bernal y Raquel Herrera) o los desaparecieron (como a Rubén Bravo).
“La búsqueda de los seres queridos, de algún dato, alguna respuesta”, que decía Mariú, sólo tuvo negativas, mentiras, frases tristemente célebres como las del arzobispo Olimpo Maresma (“no gasten pólvora en chimangios”) o rechazos a los hábeas corpus colgados en un gancho de carnicería en los juzgados federales que funcionaban en calle Las Heras. Ni un secretario –mucho menos un fiscal o un juez– daba la cara para entregar esa notificación negativa.
Hoy todo aquello se está reconstruyendo. La perseverancia y la paciencia de cientos de Mariú, con el respaldo de profesionales comprometidos, están reparando la historia y la memoria de la mejor manera, sin rencor, sin venganza, con todas las garantías para los imputados.
Nuevos testimonios servirán para acercarse cada vez más a la verdad.