Una finca en Barrancas, Maipú, y la existencia de un terreno muy particular en su familia se conjugaron para que Mellimaci creara un lugar especial: el restorán Cava de Cano, que este año cumple una década abierto al público."Desde que éramos jóvenes en las juntadas de amigos yo siempre era el cocinero o el encargado del evento. De hecho hice muchas reuniones previo a casarme y después de casarme pero por el simple hecho de entrar, de agradar. Eso que hace que hoy nos diferenciemos un poquito en Cava me diferenció siempre. Además, a partir de la comida se gana cualquier corazón". –¿Cómo iniciaste tu empresa?–Trabajé con mi padre hasta el año 2000. Paralelamente fui construyendo mi viñedo en Barrancas junto con mi suegro, en 1999, y ahí empezó el paralelismo. Dejé de trabajar con las indumentarias que hacíamos con mi padre y tuvimos otra actividad comercial hasta 2001, pero se vino la debacle y tuvimos que dejar todos esos trabajos. Antagónicamente con la malaria de 2001 empezaron a llegar los turistas en el 2002. Como todos los proyectos de esta característica, todos crecimos en base al turismo inicialmente. En el Este tenemos viñedos de Malbec con los que elaboramos el vino de la casa que se llama Cava de Cano, no es de distribución. El vino fue el disparador del proyecto. En 2001 hice mi primera cosecha con una elaboración piloto en la Facultad de Agronomía con dos ingenieros agrónomos amigos. Ya en 2002 nos animamos a hacer una tanda importante de vinos. De esos vinos una parte se exportó pero fue el disparador porque en 2002 empecé a construir esto. Nunca imaginé que fuera a tener este final, simplemente era una gran estiba para nuestro vino y poder mostrarlo y venderlo. –¿Cómo es tu rutina?–Una cosa es el esfuerzo y otra es el sacrificio. El trabajo aquí está entre medio porque vivís al revés: cuando todos están disfrutando vos trabajás y viceversa. Pero esto se puede llevar perfectamente con algún criterio de pacificación personal porque es bastante difícil, más estando solo porque yo no tengo socios, sino pocos colaboradores, y si tuviera muchos no sería rentable el negocio. Este es un negocio muy dedicado, de mucho tiempo, de muchos detalles y de ir escuchando a los clientes. Nunca te vas a aburrir porque todos los días sale algo distinto. –¿Qué buscabas cuando reutilizaste este lugar manteniendo su historia?–Más allá de buscar el vil metal uno busca el reconocimiento y el desafío. En general creo que cuando ya lograste un nivel no buscás el dinero propiamente dicho sino que son desafíos que uno se impone. Creo que es parte de buscar la sorpresa. Hay dos cosas que movilizan al género humano: el morbo y la sorpresa. Una de las fortalezas de este negocio es la sorpresa. Cuando la gente llega y ve toda la mesa lista es como un cariñito y esa buena sorpresa predispone muy bien. Hay que aprovechar esas cosas que sorprenden. Y en esta búsqueda me encontré con un lugar lleno de historia. Busqué y tuve la posibilidad de estar en contacto con familiares de Guillermo Cano. De hecho viene normalmente uno de sus bisnietos. Creo que Mendoza empieza a ser rica en historia porque empezamos a descubrir. Esto fue desempolvar algo que estaba y levantarlo un poquito y ha tenido mucha más meta personal que comercial. No muestro la imagen de Guillermo Cano para decir “este es el fuerte de mi negocio, tengo el circo armado en base a una imagen”. Tengo muchas mañanas metidas en el Centro de Estudios Históricos de Mendoza buscando datos. –El entorno es muy acogedor. ¿Vos has hecho la decoración?–Sí, la fortaleza de esto es la intimidad, bien entendida. He restaurado varias cosas, o las he reutilizado, siempre me gustó. –¿Qué te gusta cocinar? –Estoy en toda la onda de los wok, todo más naturista. Estoy tratando de que mis hijos se acostumbren a comer todas las verduras, todas las frutas, pero me gusta mucho la parrilla. Hace 4 o 5 años me he puesto más puntilloso con los panificados. Es como la milanesa con papas: a todo el mundo le gustan, entonces hago en mi casa, en mi barrio. Cuando no trabajo el sábado a la noche me duermo a las 22. Entonces a las 7 ya estoy fenómeno, me despierto con toda la energía, no sé qué hacer, entonces hago tortitas y se las regalo a mis vecinos amigos. –Vos decís que el deporte es fundamental en tu vida ¿por qué? –Te limpia la cabeza. Hace diez años empecé de a poco con la bicicleta, esquivándoles al psicólogo, al psiquiatra y a las pastillas. Creo que una buena dosis de esfuerzo tres o cuatro veces por semana es una terapia que la recomiendo absolutamente. Tengo un grupo de amigos con los que salimos. Así no hay lugar para la depresión, que para mí es un mal moderno que se genera a partir del sedentarismo. Cuando te das una sesión de tres horas de actividad física extenuante, los problemas se achican. –¿Por qué es exitoso tu negocio?–Creo que el éxito de esto es el entusiasmo, haberlo defendido hasta que saliera. Pasé muy malas temporadas y momentos económicos hasta que empecé a ver la luz. Igual nunca tuve una caída fuerte que me matara anímicamente. Siempre estuve al pie del cañón y mi mujer y mi familia de apoyo que fue lo principal. Si estás solo… no te salen las cosas. Digo que no se puede vivir sin Dios y si perdiste la voluntad, se acabó tu vida. La voluntad es mi pilar fundamental. De hecho tengo una marca de vinos que se llama Voluntad, que todavía no sale a la venta. –¿Proyectos para más adelante? –El paso siguiente, comercialmente hablando, sería franquiciar. Sería un gran desafío. Por ahí pienso que se desvirtuaría la esencia inicial de este proyecto… que es todo "para callado". El que viene acá se sorprende, le gusta, lo comenta y a su vez trae más gente, no hacemos publicidad.
Perfil Nació un 17 de febrero en Godoy Cruz.
De profesión constructor y empresario.
Está casado con Bernarda Vásquez.
Sus hijos son Marina, Ivo, Catalina y Ana.
Su carrera Se formó en construcción en el colegio Pablo Nogués, trabajó en una empresa de indumentaria con su padre y comenzó a estudiar Administración de Empresas.
Un lugar íntimo, con mucha historia y bien proyectado El lugar donde funciona el restorán de Mellimaci, Cava de Cano, pertenecía al ex gobernador mendocino (1935-1938) Guillermo Cano. El suegro de Mellimaci, Efraín Vásquez, compró la otrora casa de fin de semana de la familia Cano en Mayor Drummond (Luján) en 1985. La propiedad está ubicada sobre calle San Martín de ese distrito lujanino, en un predio de 7 hectáreas. Dos inmensos plátanos dan sombra al jardín que fue proyectado por el arquitecto francés Carlos Thays, quien fue el responsable del diseño del parque General San Martín, entre otros conocidos predios. El inmueble –se terminó de edificar en 1938– fue delineado por un arquitecto que era alcalde de Varsovia. En la actualidad conserva los pisos y techos originales y la propiedad fue restaurada por completo por los arquitectos Eliana Bórmida y Mario Yanzón. Haciendo uso de sus conocimientos en construcción, Claudio Mellimaci acondicionó el antiguo circuito de piletas aclaratorias de agua, donde potabilizaban rudimentariamente el líquido que llegaba por el canal de riego, para que funcionaran a modo de salones en el restorán. También dejó lugar allí para una cava. La intimidad del lugar ha permitido que numerosos famosos hayan pasado por allí casi de incógnito. Artistas como Facundo Saravia, Abel Pintos y Adriana Varela, entre otros, se han sentado a la mesa y degustado el vino de la Cava. También lo han hecho las hijas del ex presidente de Estados Unidos George W. Bush, pero la discreción del lugar hizo que estos datos no trascendieran.