A 29 años de la sanción de la Ley N° 23.592 de Penalización de actos discriminatorios; a 22 años de la puesta en vigencia de la Ley N° 24.515 de creación del Instituto Nacional contra la Discriminación, la Xenofobia y el Racismo (Inadi), y a cinco años de la aprobación de la Ley N° 26.743 de Identidad de Género, queda mucho camino por recorrer por los derechos del colectivo LGTBI.

Si bien ya se entregaron alrededor de 6.000 DNI con la identidad requerida según la imagen autopercibida, todavía se discrimina no solo en sociedad, sino también desde el mismo Estado.

La semana pasada un joven sanjuanino denunció que no lo dejaron donar sangre en el Instituto Provincial de Hemoterapia de San Juan porque manifestó abiertamente su condición homosexual.

Ante el Inadi, el discriminado argumentó que la exclusión de las personas gays, lesbianas, travestis, transexuales, bisexuales e intersexuales como posibles donantes no solo era absurda sino también ilegal. Además de contravenir las normas, la disposición se basaba en el erróneo y hasta casi medieval preconcepto de que toda persona fuera del canon heterosexual conlleva un riesgo sanitario, como si la condición de heterosexualidad -per se- fuese garantía de una sangre "sana" o "pura". Aclararlo parece "una verdad de Perogrullo" pero aún hay personas que, con o sin ley, no lo entienden así.

Hace poco tiempo otro caso abrió el debate sobre la necesidad de un tratamiento maduro del tema de la diversidad sexual en la aulas y en contra del bullying que se genera.

La directora de una escuela de Tigre quiso habilitar un sanitario mixto para que alumnos gays y trans pudiesen evitar los malos ratos que les hacía pasar el 75% de la población masculina del establecimiento, pero una inspección del Ministerio de Educación lo clausuró argumentando que "algunos padres se habían quejado".

En esa y en otras escuelas, los chicos gays prefieren pasar seis u ocho horas sin hacer sus necesidades con tal de no soportar las burlas, el acoso y hasta los insultos que les propinan algunos compañeros.

En tanto, la educación sexual en las escuelas -Iglesia Católica Apostólica Romana mediante- sigue pendiente o, cuando se imparte, es deficiente; apuntada hacia lo estrictamente biológico (los órganos reproductivos) o lo sanitario (cómo evitar enfermedades de transmisión sexual o embarazos) pero nunca hacia lo emocional y soslayando las identidades autopercibidas.

El 28 de junio de celebró el Día Internacional del Orgullo LGTBI y, como cada año, hubo marchas arco iris en las grandes ciudades del mundo. En España, por ejemplo, marcharon dos millones de personas. Representantes de organizaciones sociales, culturales, sindicatos y partidos políticos, aún los más conservadores, confluyeron junto al colectivo LGTBI, en un ejemplo de madurez ciudadana.

En Argentina, el colorido y las reivindicaciones del colectivo LGTBI siguen ofendiendo a muchos. Estamos muy lejos, como sociedad y como Estado, de esa clase de tolerancia.

Falta, en la práctica, alinear los estamentos al nuevo Código Civil y Comercial para que se termine con la violencia institucional hacia personas trans, para desterrar el lenguaje descalificador, el bullying, los estigmas y la criminalización. Falta entender que cuanto más diversos son los individuos más enriquecida es la sociedad y cuanto más tolerantes y responsables, más libres los ciudadanos.

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Foto: Internet ilustrativa
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