La gente está ofuscada. Mira de reojo con angustia, ansiedad y nerviosismo. Después de un par de minutos se resigna, suspira y se relaja. El mismo síntoma se generaliza, están todos del mismo modo: espera.
Al entrar al Banco Nación, en Paraná, advierten que viene para largo, pero mantienen la expectativa de tener suerte. Los frecuentes saben de la historia, pero nunca pierden la esperanza. El policía les otorga un número en la puerta principal y detrás de un biombo, a unos 15 metros, otro uniformado tiene la difícil tarea de anunciar el número.
"Tengo el 140 y va por el 30", dice un muchacho. Otro que sabe de la movida le contesta con precisión de años de experiencia "tenés para una hora".
Después están los "tiempistas". Entran, sacan número, preguntan por cuál va y vuelven a la calle a seguir con los trámites de rutina calculando en cuánto les llegará su turno. Y no fallan. Otros repiten la estrategia, pero van por un café en la zona.
Nueve cajas de las cuales siempre hay alguna que no funciona. En el hall central los asientos dan a un televisor de 32 pulgadas que en cualquier hogar suele ser apropiado, pero allí parece un cuadro en movimiento a no ser por algún que otro zócalo grandilocuente que despierta la atención. Empiezan los murmullos hacia el más cercano de la hilera para que cuente de qué se trata la noticia. Todo deriva en una serie de diálogos con desconocidos que se terminan haciendo amenos o reiterativos. La noticia pasa inadvertida en general y si despierta interés en alguien lo evidencia estirando deliberadamente el cuello para ver si no hay un lugar vacío más adelante, pero no despega la cola del banco por temor a perderlo.
Mientras tanto abunda la queja. El policía que entrega los números, casi sin fuerzas y evidentemente agobiado y con gestos compresibles, invita con amabilidad a los presentes a dejar de usar el celular. Otra postal que se repite. Los presentes asienten con la cabeza, levantan la mirada y se las rebuscan para seguir "violando" la prohibición del uso de teléfonos en las entidades financieras.
La espera ya lleva más de una hora y si uno congela la imagen del lugar va a advertir que en cuestión de minutos la foto no será la misma. Los "impacientes", con razón, van rotando como si fuera el baile de la silla. Algunos salen a contestar mensajes, otros a hacer llamadas cansados hasta el hartazgo de estar en la misma posición. Como la "levantada" es numerosa siempre queda un asiento vacío y por tal motivo la escena se modifica cada tanto.
Los "amigos del Banco" se quedan sin temas y se genera otro dilema. Quedarse callado con gesto adusto y cierto grado de incomodidad o forzar un diálogo cayendo en lugares comunes como el tiempo, el tránsito o insistir con el "esto no puede ser" o "no da para más".
Una de las soluciones para este inconveniente es la "ronda" de charlas en las cuales uno siempre toma protagonismo y le soluciona el conflicto al resto. Ojo, a veces pueden resultar interesantes y quién dice que no haya nacido un amor en la cola del Nación.
También están los "preparados". En este grupo están los lectores que se llevan un libro, una revista o un diario y se sumergen en sus páginas ignorando el entorno. Tampoco falta el ocurrente, que cada tanto se adueña de la situación cual si fuera un escena de stand up y se roba un par de sonrisas que terminan siendo contagiosas. O al menos resultan ser un brisa de aire fresco entre la atmósfera de mala onda. Porque la mala onda de perder una mañana entera en el banco no hace discriminación. O sea, la situación no es menos tediosa de acuerdo al trámite. Desde el que va a pagar una autorización de 129 pesos para el carné de conducir o el que va a cobrar una deuda de años, la cara es la misma. Y es lógico. Uno se siente vulnerable. Por más que tenga las herramientas o determinados lugares para hacer el reclamo, la situación es completamente desigual. Es un monstruo que, en el mejor de los casos, se queda con tu tiempo.