Este miércoles, cuando el reloj marcó las 8 en punto, un grupo de hombres de 62 y 63 años volvió a pararse frente al mástil de la Escuela Arístides Villanueva de Ciudad. Pero esta vez no fueron las manos pequeñas de los niños que alguna vez fueron, sino manos marcadas por el trabajo, la vida y el paso del tiempo las que tomaron la soga para izar la bandera argentina, medio siglo después de haber egresado.
La escena tuvo la fuerza de lo inolvidable: allí estaban otra vez, como en 1975, reunidos para honrar lo que los unió para siempre. Muchos hoy son abuelos. Algunos viven fuera del país. Otros ya partieron, pero siguen presentes en cada recuerdo, en cada anécdota y en cada foto que atesoran. Y como cada año, más de 20 se hicieron presentes, fieles a ese pacto no escrito que nació en los pasillos de la primaria y que nunca se rompió.
Tras el izamiento de la bandera, los abrazos de reencuentro y las primeras lágrimas discretas, se fueron a desayunar juntos, como lo hacen cada vez que se juntan. Esta mañana de miércoles, sin embargo, tuvo otro peso: marcó las cinco décadas de una amistad que no sabe de distancias ni de calendarios.
Volver a la escuela: una emoción que no envejece
Pedro Andrade, uno de los impulsores de estos encuentros, no puede hablar de la escuela sin que se le humedezcan los ojos. “Haciendo un poquito de reseña, tengo los mejores recuerdos. Hice muchos amigos. De hecho, al día de hoy tenemos un grupo que se llama Arístides 75 y nos juntamos una vez por mes”, cuenta con orgullo. Son alrededor de 23 los que se ven siempre, aunque en el grupo son cerca de 37. “Tuve una infancia muy feliz. Hice los siete años en ese colegio. Recuerdos muy gratos”, dice.
Uno de los momentos que más atesora ocurrió el año pasado, cuando se reunieron con Lita, una maestra muy querida que ya tiene más de 90 años. La invitaron a tomar un té y la emoción fue compartida: ella los reconoció uno por uno y ellos volvieron a sentirse los niños de aquellas aulas. “Era un colegio de varones y fue muy emotivo. Para mí significa volver al pasado y traer los recuerdos al día de hoy”, expresa.
La promoción de la escuela Arístides Villanueva en 6to grado. Chicos felices, sonrientes, a punto de egresar.
Lo que más lo conmueve, sin embargo, es el contacto con la patria. “El lanzamiento de la bandera, la insignia patria, me emociona. Cada vez que siento el Himno Nacional, me pongo de pie. Me encantan las marchas militares. Tengo muchas cosas para contar”, asegura, dejando ver que sus raíces siguen bien ancladas a esos primeros años de formación.
Aunque hoy muchos de sus compañeros viven en otras provincias o en el extranjero, y muchos ya no están físicamente, él siente que “siempre están presentes”.
Lo que permanece para siempre: la escuela, los recreos, la bandera
Entre todos los testimonios, uno sobresalió por su tono poético y profundo. Fue el de Alberto Depaz, quien preparó un pergamino con palabras que estremecieron a sus compañeros. En su escrito, plasmó lo que todos sentían:
“Hoy, medio siglo después, ya no con manos pequeñas izamos la bandera. Es el mismo paño de aquellos años, solo que ahora lleva la marca de las experiencias, las amistades y tantos recuerdos”.
En unas pocas líneas, condensa la fuerza de los años compartidos y el paso del tiempo. Recuerda a aquellos compañeros cuya memoria sigue viva: “En el medio de todo ello, el altar en cielo de esa bandera que algunos de nuestra generación honraron con su vida”.
Alberto también evocó el espíritu de la escuela como espacio de encuentro donde las diferencias desaparecían:
“Esta escuela nos marcó en el compartir: el hijo del gobernador y el lustrador de la esquina, mezclados en juegos en el recreo. La diversión como lenguaje, la esperanza como horizonte”.
Sus palabras fueron un puente directo hacia la niñez:
Alberto Depaz dejó plasmadas sus palabras en un pergamino que hizo emocionar a todos.
“No podemos dejar de pensar que aquellos niños de ayer están hoy, y que al imaginar la carita de cada uno es como si renaciéramos para crecer y prolongarnos en la eternidad”.
Y dejó una reflexión que todos asentaron en silencio:
“Lo que nos marcó, por sobre todo, fue un sentimiento profundo de compartir y entender al otro. Hoy, 50 años después, nos damos cuenta de que nunca estuvimos solos, porque simplemente siguen ellos”.
El orgullo de una amistad que nació en la escuela y que desafía al tiempo
José Alejandro Gibbs, otro de los egresados, contó emocionado lo que significan estas cinco décadas de compañerismo: “Son unos gratos momentos para recordar, ya que pasamos siete años hermosos ahí, donde crecimos, aprendimos y nos hicimos muchas amistades que duran hasta hoy. La gente se sorprende cuando comentamos que nos juntamos los de la primaria y que somos unas 25 personas siempre”, detalla.
Pero lo que más destaca es el valor de los primeros vínculos y las enseñanzas que recibieron de maestras y profesores inolvidables: “Esos años fueron fundamentales, nos inculcaron valores como la amistad, el respeto, la perseverancia, la solidaridad. Recordamos a muchos docentes que con dedicación y paciencia nos guiaron”.
La nostalgia, dice, es inevitable: “Tuvimos muchos recuerdos de la escuela donde nos divertíamos muchísimo en el patio. Juegos de infancia, nuestras primeras amistades. Con el pasar de los años, esos recuerdos son los que importan”.
También valoró la posibilidad de mirar atrás sin tristeza, sino con la satisfacción de lo construido: “Después de 50 años, podemos sentirnos orgullosos de lo que hemos hecho en nuestras vidas y de lo que nos llevó a ser quienes somos hoy”.
Además, dedicó unas palabras a quienes ya no caminan junto a ellos: “No nos podemos olvidar de nuestros compañeros que ya no están, que seguramente nos mirarán desde el cielo. Espero que sigamos compartiendo momentos inolvidables y manteniendo viva la llama de la amistad”.
El abanderado que todos recuerdan
Alejandro Pérez Naves, otro de los presentes, quiso destacar a quienes hacen posible que estos encuentros continúen año tras año. “Quiero destacar la labor de Pedro Andrade, quien siempre trabajó para juntarnos y celebrar”, señaló.
El momento más emotivo: izando la bandera de la inolvidable escuela Arístides Villanueva.
Y sumó un recuerdo imborrable: “Recuerdo patente al abanderado, Pedro Gibbs”, evocando aquellos años en los que portar la bandera era un honor inmenso, tal vez el primero de sus vidas.
La escuela, un hogar que nunca se abandona
Todos coincidieron en lo mismo: entrar hoy a la Arístides Villanueva fue como cruzar un portal hacia la infancia. Las paredes, las escaleras, el mástil, el patio donde tantas veces corrieron, jugaron y soñaron. Nada de eso se olvida.
“Es como volver a nacer por un rato”, dijo uno de ellos cuando se iban, después del desayuno. Y tenía razón. Porque cada reencuentro no solo revive el pasado, sino que reafirma que esos lazos no se disuelven con el tiempo.
La primaria, esa etapa fundante de la vida, dejó en este grupo una huella profunda. Los unió cuando apenas sabían leer y escribir, los acompañó durante la adolescencia y logró que, aun medio siglo después, sigan eligiéndose. Sigan celebrando que crecieron juntos.
Cinco décadas después, los egresados de la Arístides Villanueva demostraron que la infancia no termina nunca y se guarda en el corazón, esperando el día en que volvamos a mirarla de frente, con la misma emoción que sintieron este miércoles al ver flamear la bandera que un día aprendieron a querer.






