Es conmovedor ver cómo dos hombres que vivieron y escribieron hace 400 años pueden seguir ejerciendo tanta influencia en la cultura actual.
Tanto el inglés William Shakespeare como el español Miguel de Cervantes Saavedra, de ellos hablamos, tuvieron el inmenso talento para traducir en palabras los sentimientos más profundos del ser humano.
No tiene ninguna importancia que hoy escribamos en computadoras portátiles o en tabletas y ellos hayan usado la pluma y la tinta.
Shakespeare y Cervantes no pierden modernidad porque en sus generosas obras, repetimos, han explorado las áreas más recónditas de las personas.
El autor de Romeo y Julieta, por ejemplo, tiene la extraordinaria virtud de haber dejado una especie de gran manual de todos los temas posibles. La mayoría de las obras de Shakespeare son un manantial de historias.
Tomemos, por caso, El mercader de Venecia, y veremos como todos los escritores, desde aquellos que escriben telenovelas y cómics hasta los grandes autores de literatura, han abrevado en esas aguas. Ni hablar de los guionistas de cine.
Asuntos que creemos que son más propios de estos momentos, como las elecciones sexuales no tradicionales o el travestismo, ya aparecen plasmadas en varias de las comedias del vate inglés. Y qué decir de la forma que en Hamlet o Macbeth disecciona el poder político.
En el caso del español, el genio complutense no sólo es una usina de situaciones sino que con su obra mayor sobre el ingenioso hidalgo dejó esbozadas todas las avenidas por donde iba a discurrir luego la novela de la modernidad.
El inglés y el español tomaron el lenguaje y, como si fuera una media, lo dieron vuelta, lo exploraron, lloraron y se divirtieron con las palabras y los temas. Y diseccionaron la psiquis humana mucho antes de que llegaran el psicoanálisis, los metalenguajes y los estructuralismos.
Fueron hombres completos, explotaron el drama y la tragedia con igual exigencia. Cervantes, por caso, tomó una tendencia popular, los relatos de caballería, y los elevó a un sitial de maravillosa excelencia.
Nos dejaron hace 400 años, pero todavía les queda mucho hilo en el carretel. Nada de lo
humano les fue ajeno.