Tanatopraxia

Tanatopraxia: "Mi principal objetivo es que los muertos parezcan dormidos" en los velatorios

Eduardo Croce es uno de los pocos mendocinos que se dedica a la tanatopraxia, el arte de embalsamar. Preparara los cuerpos para borrar las huellas de la muerte

Quedarse solo con los muertos a Eduardo Croce no lo impresiona. No lo asusta, no lo inmoviliza. Más bien todo lo contrario. Porque los muertos, de alguna manera, le hablan.

Y Eduardo no es ningún médium, sino uno de los pocos mendocinos que se dedica a un oficio cuyo único fin es borrar los rastros que la muerte deja en los cuerpos de los que ya no están: la tanatopraxia.

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Su trabajo es una combinación de profesiones: desde cirujano, hasta estilista, inclusive maquillador de efectos especiales, tanto como reconstruir un cráneo con una base de Telgopor y utilizar el látex de los guantes para simular piel puede serlo.

De verdad, borra las huellas de la muerte y las personas parecen flotar en un limbo entre el sueño y la eternidad.

Además, le apasiona lo que hace, dice que nació para dedicarse a esta profesión a la que accedió casi por casualidad, con la posibilidad de abrir una sala velatoria a comienzos del 2000.

Pero fue en el 2012 que se interesó por saber más sobre la tanatopraxia, o el arte del embalsamamiento.

Se fue a estudiar a Guatemala y allí aprendió muchas de las cosas que hacen que su trabajo tenga resultados sorprendentes. “Las personas parecen dormidas, incluso se ven mejores que en el hospital, o en sus últimos días en un geriátrico”, contó.

Porque todo el proceso minucioso de reemplazar la sangre por un líquido a base de formol, y reconstruir las facciones de la persona fallecida –incluso después de las terribles secuelas de accidentes- parece devolverles a los muertos una expresión de calma.

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Un trabajo en solitario

Eduardo espera en la puerta de su cochería, ubicada en Palmira, en el departamento de San Martín. “Vamos en frente”, indica. Cruzando la calle, descorre un portón negro muy pesado, que deja ver un patio y un depósito en el fondo. Desde afuera, podría ser un taller mecánico, porque lo que se ve son varios autos y furgones. Pero a medida que el patio desemboca en el galpón, eso de taller mecánico no tiene nada: hay unos cuantos ataúdes apilados, y con algo de tierra. Los furgones son para trasladar cuerpos y lo demás, son carrozas, algunas ya no se usan.

“Pasen, este es el laboratorio”, indica señalando una pequeña puerta blanca en un costado. Lo que se ve es similar a un quirófano pequeño: una mesa de acero inoxidable, repisas con productos químicos, unas máquinas con manqueras, y lo más extraño es una polea en el techo, de la cuelga una cuerda que termina en un gancho.

Podría ser un quirófano, pero el contexto lo enrarece: hay cajas con maquillajes, un secador de pelo, peines, esmalte de uñas. Claramente, tampoco es un quirófano.

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Procesos químicos, físicos y estéticos para la tanatopraxia

Es una sala de tanatopraxia y tanatoestética: donde el trabajo es que un cuerpo fallecido, parezca que no lo está.

A Eduardo le gusta trabajar solo. Ha tenido aprendices, pero según cuenta, no lo soportan lo suficiente.

Sin embargo, para él un cuerpo muerto es una tabula rasa donde trabajar.

Generalmente los cadáveres llegan ya en un ataúd que él coloca al lado de la mesa de trabajo. Para levantarlos, les pasa una cinta por debajo de los hombros y en los pies, acomoda un gancho entre ambas cintas y la polea hace el resto. Ahí es donde Eduardo empieza a trabajar.

“Esto es sencillo, si se trata de un caso estándar, solamente tengo que hacer una incisión en una arteria, puede ser la carótida, o la arteria femoral”

Entonces, comienza el proceso químico, similar al que se utiliza para realizar una diálisis, Eduardo lo cuenta mejor:

“Lo que se hace es la extracción de toda la sangre del cuerpo y se reemplaza por un líquido conservante. Para eso usamos una bomba que introduce el líquido por las arterias principales, mientras la sangre se va drenando por las venas. El proceso dura entre una y dos horas, y permite que los tejidos se conserven mejor”.

También se realiza un procedimiento de conservación de las vísceras, para que no entren en descomposición.

Entonces, el cuerpo muerto se convierte en un cuerpo embalsamado, que puede conservarse hasta un mes y medio para una ceremonia final.

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El cuerpo dormido

¿Cuándo Eduardo Croce siente que su trabajo está bien hecho? Él se autoevalúa. Tiene una clave para estar seguro que su misión está cumplida.

“Mi principal satisfacción es cuando los familiares me dicen, Eduardo, parece que estuviera dormido”.

La intención es borrar los rastros de la muerte y a veces no es fácil.

“Yo tengo que tratarlo para que quede lo mejor posible, pero que mantenga un aspecto similar al que tuvo es su vida”, explica, detallando que no siempre es posible modificar daños severos, como deformaciones o heridas causadas por accidentes o enfermedades.

En casos complejos -víctimas de accidentes o autopsias- el proceso puede durar hasta 6 u 8 horas y requiere técnicas muy artesanales y creativas.

Se refirió al caso de una chica que había muerto en un accidente de moto. Su tarea se complicó.

Cuando le trajeron el cuerpo, le faltaban partes del rostro. Estaba a punto de rechazar ese trabajo, pero el familiar que se había hecho cargo de la situación lo conmovió. “Me dijo, Eduardo, la mamá la quiere ver. No puede aceptar la pérdida, no se la podemos llevar así” y ahí se puso a idear cómo restaurar sus facciones.

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“Agarré, ¿viste la tapita de la de los helados?... Con esa parte la iba cortando y le iba formando el hueso parietal para ver si le daba un poquito de forma. También le formé de nuevo la piel con guantes de látex. Fue un trabajo muy difícil”. Sin embargo, el resultado lo dejó conforme y el cometido se cumplió.

En otras oportunidades, debe borrar huellas de enfermedades que provocan cambios en la tonalidad de la piel, como las fallas hepáticas o infartos. Lo que él hace es utilizar distintos tintes para que la piel tome un color similar al de cuando estaban sanos.

De hecho, este es otro aspecto que le da la certeza de que trabajó bien.

“A veces la familia me dice que es como volver a verlo como era antes de la enfermedad, como lo recordaban, sin el sufrimiento en la cara. Es un alivio para ellos, porque se llevan esa última imagen."

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Trabajos rechazados

Como en toda profesión u oficio hay una franja de trabajos imposibles, y Eduardo ha tenido algunos de estos episodios.

“Una vez me trajeron los cuerpos de cuatro personas que fallecieron en un accidente de auto en la Ruta 7, eran de la misma familia. Dos de ellos se podían recomponer, los otros dos no. Era imposible. Les dije a los familiares, miren, el velatorio lo tienen que hacer con el cajón cerrado. Pongan la mejor foto que tengan de ellos arriba de la tapa del ataúd. Yo me perdí un gran trabajo, que me hubiera dejado buen dinero, pero no le puedo prometer algo al familiar que no voy a poder cumplir y menos en estas circunstancias”, relató.

En otra oportunidad, debió rechazar el pedido de un hombre que quería velarse vivo. Parece increíble, pero fue real.

“Vino y me pidió que le hiciera un servicio en su casa, con la capilla ardiente y todo, porque le habían hecho una brujería y la única forma de superarlo era velarse vivo. Por supuesto que le dije que no, me ofrecía mucha plata. Yo tengo una empresa velatoria, tengo un nombre, para aceptar un velatorio, tengo que tener un certificado de defunción. Lo mandé a la fábrica de ataúdes, a ver si le vendían uno”, contó.

El viaje final de los andinistas

En Mendoza, cada verano el cerro Aconcagua se convierte en el desafío de muchas personas que buscan alcanzar la cumbre. Muchas de ellas provienen de otros países y no todas lo logran. Algunos de ellos mueren.

Eduardo relata que por año, debe preparar varios de esos cuerpos para su viaje final.

“Es un requisito de las aerolíneas, los cuerpos de los fallecidos deben haber sido tratados con tanatopraxia antes de ser trasladados”.

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Claramente, tiene que ver con una cuestión sanitaria, pero también física: nadie puede saber qué sucedería con un cuerpo muerto a cierta presión y altura, y lo mejor es no averiguarlo durante el vuelo.

Él los prepara y lo garantiza: esa persona podrá ser recibida por sus familiares en su país de origen, aún muchos días después de haber fallecido.

El covid lo cambió todo: cada vez hay menos velorios

Sobre el cambio cultural en la despedida de los fallecidos, comenta que “después de la pandemia se puso muy de moda el velatorio corto y la cremación”, mientras que antes se acostumbraba a velar 24 horas o más. “La gente cambió de pensamiento”, observa, aunque aclara que para el sector funerario no es favorable porque “lo que nosotros vendemos es todo el ceremonial de despedida”.

Según datos de su propia cochería, contó que actualmente, se realizan la mitad de los velatorios que años antes del covid. “Nosotros hoy estamos haciendo alrededor de 12 servicios por mes, cuando antes hacíamos 30. Ha bajado muchísimo, y eso que hablo de antes de la pandemia, donde la demanda era muy superior. Ahora se nota que la gente busca alternativas más económicas, incluso aunque eso implique no velar o hacer algo muy breve”.

Un hombre que nació para un oficio raro

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Hay personas que tardan años en descubrir cuál es su propósito en la vida, y otras, ni siquiera lo descubren. Pero Eduardo Croce está seguro que nació para hacer lo que hace.

Es que su trabajo comienza muchísimo antes de la sala de tanatopraxia, cuando recibe a los familiares, algunos se pelean, otros ingresan en un estado de shock, él trata de contener la situación. Su tarea no es juzgarlos, sino aliviarlos.

Pese a la cercanía constante con la muerte, dice: “No, ya está, no le tengo miedo” y reconoce que su trabajo le apasiona. “Yo creo que nací para esto porque es algo que no me cuesta en absoluto... Me sale en joya”, afirma diferenciándose de quienes no logran dominar la técnica.

En cuanto a los tabúes que la muerte puede generar, dice no tener ninguno, salvo cuando tiene que realizar tanatopraxia a niños. “Cuando lo he tenido que hacer, esto esta sala se convierte en un velorio”, cuenta.

Finalmente, reflexiona sobre las creencias y el respeto hacia las distintas formas de afrontar la muerte. “Todos tienen razón, todos tienen un porqué. A ninguno le voy a decir, ‘No, no, no, eso no”. Sobre su raro oficio, Eduardo afirma que es su vocación: “Cada uno nace para algo… Yo nací para esto y creo que para esto no nace cualquiera”