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Sara Mesa pinta el alma y el tedio de la burocracia, "algo que nos rodea a todos en multitud de aspectos de nuestra vida"

La escritora española Sara Mesa sostiene que "la empresa privada también está cada vez más burocratizada"

La burocracia, principalmente en países como el nuestro, es una densa telaraña que nos abruma a todos.

Pero, como dice Sara Mesa (Madrid, 1976), magnífica autora sobre el tema, digna descendiente de Kafka en su novela Oposición, la burocracia y sus trabajos inútiles no son un vicio exclusivo de la función pública. "La empresa privada también está cada vez más burocratizada", advierte, de entrada, en el diálogo que sigue.

En este libro, la protagonista se llama Sara. Igual que la propia autora. Y mucho de lo que aquí adquiere carácter literario ha sido experimentado por ella misma en la realidad. Precisamente en la administración pública de Sevilla, donde trabajó un tiempo. Y donde padeció el sinsentido del papeleo infinito, el enrevesado lenguaje burocrático que se distancia de la gente común, la pesada maquinaria que nos cuesta tan caro.

“Este no es un ataque contra lo público”, nos aclara desde Huelva, en diálogo con el programa La Conversación de Radio Nihuil, sino contra “el desbarajuste procedimental y la organización tan nefasta” que pesan sobre los hombros de la sociedad.

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Sara Mesa aclaró que su obra "no es un ataque contra lo público".

Sara Mesa aclaró que su obra "no es un ataque contra lo público".

Hola, Sara. Contanos cómo es Huelva.

-Esto es un pueblo de la provincia, en la sierra. Yo, en realidad, he vivido casi toda mi vida en Sevilla, pero últimamente estoy pasando aquí bastante tiempo. Ahora mismo, de hecho, estoy en plena naturaleza.

-Envidiable, por cierto. Pasando a tu nuevo libro, decíamos entre nosotros que podría convertirse en la biblia del ministro argentino de Desregulación y Transformación del Estado, Federico Sturzennegger, porque en Oposición has hecho un brillante retrato de la burocracia y de lo que significa habitar las entrañas de la función pública. ¿Cómo se te ocurrió?

-Muchas gracias. Todo parte de experiencias previas y de la observación del entorno. Yo creo que la burocracia es algo que nos rodea a todo el mundo en multitud de aspectos de nuestra vida.

-Sí, una telaraña difícil de evadir.

-El problema es vincular solamente la burocracia o estos trabajos redundantes, inútiles, al sector público. Porque no es exclusivamente propio de ahí. De hecho, la empresa privada también está cada vez más burocratizada.

-De acuerdo. Es el peligro de generalizar.

-Es que hay gran parte del sector público, del empleo público, que, desde mi punto de vista, resulta totalmente necesario e imprescindible. No sé... todo lo que son profesores, médicos, policías, la gente que se dedica al cuidado de terceros, etcétera.

-Sí, apuntás para otro lado.

-Yo estoy hablando más bien de los trabajos de oficina: los papeleos, los expedientes, los procedimientos, todo esto. Es verdad que está muy vinculado al sector público, pero no es exclusivo de allí.

-Tenemos otro matiz a considerar. Da la impresión de que hay países que, por idiosincrasia, son más burocráticos. Por ejemplo, Italia, que es una de nuestras madres patrias. Argentina es un país burocrático. ¿Cómo es España en ese sentido?

-España es un país muy burocrático y, en ese sentido, muy parecido a Italia. Me llamaba la atención de que el primer país donde se ha traducido este libro, muy rápido, precisamente fuese Italia, porque veían ahí conexiones muy fuertes.

-Era cantado.

-Pero igual hay muchos países hermanos en esto como podría ser Grecia o, si me lo comentas, Argentina también. Es sorprendente, por otra parte, cómo sociedades, países en principio tan racionalistas en su funcionamiento, como Alemania, también tienen una burocracia bastante diabólica.

-¿A qué lo atribuís?

-A que, a veces, la burocracia sirve también como forma de exclusión y o de consolidación de un sistema que, de partida, también es bastante injusto, desigualitario, a la hora de acceder a derechos, etcétera. Entonces, hay veces que la burocracia la vinculamos al desastre, al caos; pero hay otras veces que ese desastre, ese caos, en realidad está dirigido para consolidar sistemas sociales rígidos donde, si no cumples con determinados requisitos, te van a dejar afuera.

-El lugar donde ocurre la historia de tu libro es un edificio básicamente de orden administrativo. Pero si nos metemos, por ejemplo, en un palacio de justicia, debe ser algo muy parecido, una cosa bastante endemoniada también.

-Sí. Me temo que sí. De hecho, en mi novela hay también un procedimiento, es decir, como un juicio que se le hace a una persona. Y, en ese sentido, está esa sensación que viene muy de Kafka, de estar inmerso en un proceso en el cual, porque la burocracia muchas veces es así, tú tienes que demostrar cosas que no puedes porque no hay ningún papel que lo haga, pero que son obvias.

-El absurdo kafkiano.

-Imagínate, tienes que demostrar, por ejemplo, que eres pobre. Y para eso tienes que entregar multitud de papeles que digan que tú no recibes un sueldo, que no recibes ayuda, etcétera. Pero todos esos papeles son imposibles de obtener muchas veces. Entonces, al final son mecanismos muy parecidos.

-Una telaraña, como decíamos.

-El ciudadano, frente al sistema administrativo burocrático, muchas veces está siendo juzgado ante un tribunal que ni siquiera sabes quién lo forma, cuándo toma las decisiones, bajo qué criterios. Así que hay mucho mucho de correlación con lo judicial.

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"El ciudadano, frente al sistema administrativo burocrático, muchas veces está siendo juzgado ante un tribunal que ni siquiera sabes quién lo forma", reflexiona Sara.

"El ciudadano, frente al sistema administrativo burocrático, muchas veces está siendo juzgado ante un tribunal que ni siquiera sabes quién lo forma", reflexiona Sara.

-Nombraste a Kafka y, precisamente, en esta novela, te has consagrado como una descendiente directa de él. Leyendo Oposición a uno le parece estar respirando el ambiente de El Proceso o cuando describís ese enorme edificio burocrático de tu historia es como estar adentro de El castillo. Has hecho una relectura formidable del mundo kafkiano.

-Muchas gracias. A ver, Kafka, obviamente, siempre que vamos a hablar de estos temas, está presente. Incluso, lo hayamos leído o no, es una referencia popular mayoritaria sobre este asunto. Sí. Pero siento que yo estoy aportando un granito de arena en una tradición que es mucho mayor y que no solamente está en Kafka. También está en grandísimos novelistas como Robert Walser o Dickens o Galdós, en España. Yo que sé, hay un montón de autores que han planteado este tema.

-Es innegable, de acuerdo.

-Lo que sí que notaba yo era que no hay tanto de esto en la narrativa contemporánea. Es decir, parece que la burocracia es un tema del siglo XIX o de la primera mitad del siglo XX. Desde entonces hasta acá se ha hablado del trabajo desde otras perspectivas como los trabajos precarios, los trabajos mal pagados, la explotación; pero no se ha hablado tanto del tedio, la vergüenza, el aburrimiento y la inutilidad de este tipo de trabajos, que están, y cómo impactan en la sociedad.

-Buen punto de vista, poco analizado.

-O sea, siendo un tema que afecta a tantísima gente, me llama la atención de que no está tan presente en los relatos. Sí que hay muchos ensayos, es verdad, pero no hay tantas novelas o libros de cuentos que aborden estos asuntos.

-Mencionabas, como antecedente, el tratamiento de las atmósferas al estilo de Robert Walser, por ejemplo. Sin embargo, el sábado pasado hablamos aquí con Matías Battistón, traductor de Samuel Beckett. Y hay personajes tuyos, notables, que tienen un aire muy beckettiano o algo del Bartleby, el escribiente, de Melville. También se transmite un sentido del absurdo en la línea de Camus.

-Humm...

-Un ejemplo fascinante de algunos de esos seres que deambulan por el gran edificio es el hombre mayor con cuerpo de pera, una especie de fantasma que no hace nada. Es un reflejo muy profundo de la condición humana.

-Esto que dices es un gran elogio porque el objetivo final de casi cualquier persona que escribe historias es conseguir que sus personajes trasciendan de alguna manera el lugar que se les asigna. Y sí creo, en una lectura más general de este libro, que la oficina se convierte en una metáfora del mundo, de la manera en que funcionamos como sociedad; y cómo muchas veces estamos sujetos a normas, a procedimientos y a pasos que nos vienen dados y que no elegimos libremente.

-De eso se trata, justamente.

-Entonces, en ese sentido, sí es verdad que los personajes adquieren casi una cualidad existencialista, que es esto que me estás comentando. Por ejemplo, los personajes de Beckett han sido arrojados al mundo y no lo entienden muy bien. En cierto modo son casi como fantoches intentando dilucidar un sentido de la vida. Y esto tiene un reflejo lingüístico también.

-Lo concentra la descripción que hacés del hombre con cuerpo de pera, al que habían jubilado hacía ocho meses y todavía seguía yendo a diario a la oficina. “El señor, se había pasado toda la vida en el mismo puesto, desde que era un chaval", ¡y nadie sabía cómo decirle que no fuera más! Aquí está concentrado todo su patetismo.

-Sí, porque el sentido de su vida ha sido trabajar en ese sitio, aunque su trabajo haya sido bastante inútil, difícil de describir y de entender. Pero es toda una vida. Entonces, cuando ese trabajo acaba, ¿qué es de tu vida?

-Tal cual. La gran pregunta.

-De todas maneras, tengo que decir que la gran mayoría de los personajes de esta novela están inspirados en gente real.

-¿Sí? ¿Buena parte de ellos?

-El hombre con cuerpo de pera existía allá donde yo trabajaba. Y hay historias realmente curiosas que yo creo que bordean también el aniquilamiento.

-¿De qué tipo?

-Voy a ser un poco dramática en la expresión, pero creo que se entenderá. Se trata del aniquilamiento de la individualidad y la creatividad de una persona, que al final termina siendo como el ratón que han metido en un laberinto, que siempre recorre el mismo camino y que, a fuerza de costumbre y de comodidad, tengo que decirlo, porque al final son trabajos que tienen una estabilidad y un sueldo aceptable; pues ese ratón, esa persona, va a terminar adoptando esos comportamientos totalmente rutinarios y, en cierto modo, pudriéndose un poco por dentro.

-Ya que hablaste de gente real a la que conociste, ¿cuál fue tu experiencia personal de la administración o de la burocracia?

-Cualquiera que lea el libro va a acceder a ella. Yo empecé a trabajar en un edificio como el que aparece ahí, siendo muy joven; muy muy joven y sin tener ni idea, no solamente de ese tipo de trabajo, sino prácticamente sin tener ni idea de cómo iba el mundo. Entonces, la mirada, la voz un poco cándida, inocente, ingenua, de la protagonista, es la mía.

-Entendido. La Sara con la que empieza la novela sos vos.

-Cuando empecé a entrar en un sitio así, me di cuenta de que no sabía qué tenía que hacer. Nadie me decía lo que tenía que hacer. Y un buen día descubrí que no me lo decían porque nadie lo sabía. Nadie sabía exactamente qué tenía yo allí que hacer.

-Algo que impacta desde que arranca la historia, por eso mismo.

-Eso fue una etapa de mi vida. Luego me fui de allí y estuve haciendo otras cosas. Y finalmente, mucho más tarde, yo ya con una mirada mucho más crítica, más ácida, más experimentada, entré en otro lugar de la administración. Quiero decir que me nutro de esos dos momentos, de esas dos experiencias.

-¿Qué pasó entre uno y otro momento?

-Fue un poco terrorífico darme cuenta, años después, de que el segundo sitio donde yo aterricé funcionaba igual de mal que el primero. Es decir, que no había sido una mala experiencia mía, no era una cosa casual, sino que era bastante extendido.

-¿Cómo lo digeriste?

-Luego, ya cuando me interesé sobre esto a un nivel mayor, empecé a hablar con gente, a observar y a recabar historias, me di cuenta de que es algo muy generalizado. Y, de hecho, a día de hoy, una vez escrito el libro, cuando he estado, a lo mejor, en algún sitio público o firmando o lo que sea, me sigue ocurriendo que la gente me viene a contar sus propias historias sobre la administración pública y la burocracia.

-¿Y cómo son?

-Son parecidas. Quiero decir, por desgracia, no era el relato de una realidad parcial o que yo hubiera tenido mala suerte de entrar en sitios particularmente extraños, sino que parece que hay una pauta y que, bueno, no se suele hablar de esto porque es un gran tabú; también porque, en momentos como el que estamos viviendo, en que lo público está siendo muy cuestionado y hay políticas muy salvajes de ataque a lo público, pues, claro, parece poco procedente hablarlo.

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Sara Mesa hace notables descripciones de la burocracia.

Sara Mesa hace notables descripciones de la burocracia.

-De todos modos, parece inevitable, ¿no?

-Lo que siempre pienso es que, si esto no lo corregimos, entonces sí se están dando realmente argumentos para que se destruya todo, porque, al final, la gente se da cuenta de que las cosas no funcionan y de que pagamos muchos impuestos para una administración que está hipertrofiada. Por lo tanto, es mejor que reconozcamos que la cosa está funcionando mal, en vez de continuar haciendo como que no pasa nada. Ese es mi punto de vista.

-Sara, en la novela, llega al edificio, a un pasillo que da a oficinas vacías, nadie le presta atención ni le dice qué tiene que hacer. En el organigrama del personal, dentro del departamento, había ramas obsoletas de hacía años, que quedan como vestigios del pasado, etcétera. ¿A vos te tocó ver ese panorama fantasmal en persona?

-Sí, claro. Hay una cosa que define los trabajos burocráticos y lo que yo vi, que era el absoluto inmovilismo. Es decir, la curiosidad acaba matándose y el inmovilismo es tremendo.

-¿Y en qué se traduce eso?

-Que muchas cosas se hacen del modo en que se han hecho toda la vida. Hay una cosa curiosa, bastante antigua. Puede haber a lo mejor algún avance en la forma, como incluir las nuevas tecnologías para hacer algo que se hacía antes de manera manual. Pero al final es el mismo procedimiento (risas).

-La esencia, en definitiva, es quedarse siempre en el mismo lugar.

-Es decir, en ningún momento se plantea que un procedimiento que tenga veinte pasos lo podamos reducir a dos y dejar de pedir tanto papeleo que es innecesario, que está en otros lados, que no sé. En fin, reducir, no se plantea.

-Un bloque granítico.

-Al final se están manteniendo inercias, o sea, muchas veces se recaban, se solicitan, se auditan, se valoran documentos que no valen para nada.

-¿Cómo era tu inercia?

-Yo estuve durante mucho tiempo metiendo datos en bases de datos que jamás consultaba nadie. Entonces, todos los cambios que suceden son cambios formales. No son cambios de raíz, no son cambios de planteamiento.

-Pero suponemos que no te inventaste expedientes como Sara, la protagonista de tu novela.

-Sí.

-¿Sí!!

-(Ríe) Sí que me los inventé. Tengo que decir que sí (más risas).

-O sea, hiciste tu travesura también.

-Claro. Me di trabajo a mí misma. Quizá no debería contarlo, pero, bueno, al día de hoy no sé qué puede pasar con eso.

-No te pillaron, entonces.

-No, no me pillaron. Pero es que, al final, con estas cosas no pasa nada.

-¿Cuál sería el problema, pues?

-Por ejemplo, si tú haces una cosa como esta, que teóricamente es expedientable, te puede meter en un lío, efectivamente. Pero si en realidad tú vas a tu trabajo y no haces nada, no porque no quieras trabajar, sino porque no se te asignan tareas y tú te limitas a hacer lo que te dicen, que es nada, no pasa nada, quiero decir (risas).

-Esto mismo es el corazón de tu libro.

-En este caso, como decíamos, es una travesura. Pero pongamos que, si fuera una iniciativa de cambio, de mejora, se va a castigar.

-Pero ¿por qué?

-Porque te conviertes en una persona incómoda si empiezas a cuestionar la raíz de estas cosas; mientras que, si simplemente te adaptas, aunque en tu interior sepas que no está bien, que estás trabajando para nada y que no estás aportando nada a la sociedad; digamos, si tú te adaptas porque es lo que hay, al final, pues no te pasa nada.

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Otra definición de Sara: "En un sistema tan grande las responsabilidades quedan diluidas".

Otra definición de Sara: "En un sistema tan grande las responsabilidades quedan diluidas".

-Entendido. Hacer la plancha es lo mejor.

-El gran problema es que se trata de un sistema tan grande que las responsabilidades quedan diluidas y tú terminas pensando, bueno, yo no soy responsable, no tengo la culpa de esto.

-¿Tu mamá a qué se ha dedicado?

-¿Mi madre? ¿Por qué ella? ¿Con respecto a qué? (ríe).

-Porque tu protagonista, que se llama Sara, como vos; y que trabaja en la administración pública, como vos, tiene una mamá que es recepcionista en una clínica dental y que la reta todo el tiempo cuando ella no se adapta a las reglas del juego de la administración pública. Es para saber si aquí también hay un rasgo autobiográfico.

-No. Es verdad que el libro está basado en experiencias mías y por eso el personaje se llama como yo, porque quería recalcar que no estoy hablando de oídas ni partiendo de la cantidad de prejuicios que hay sobre esto, sino que yo lo conozco.

-Hasta aquí estamos de acuerdo.

-El personaje se llama como yo, pero no se apellida como yo. Vive cosas y ve cosas que yo he visto, pero hay cosas que le pasan que a mí no me han pasado. Entonces, en el caso de mi madre, no es el personaje que aparece ahí.

-Aclarado.

-Pero sí es un sentir general, por lo menos en mi generación, y creo que, en generaciones anteriores y posteriores también, de que los padres lo que quieren para sus hijos, visto cómo están las cosas, es que tengan un trabajo estable.

-Lo mismo por estos lados.

-Que les guste o no les guste, es lo de menos. Que ese trabajo sea útil a la sociedad o no lo sea, también es lo de menos. Lo importante es la tranquilidad que te da tener ese sueldo todos los meses. Eso es una aspiración que durante mucho tiempo se ha instalado como normal. Y a mí me parece que parte de una anomalía. Es decir, la anomalía de que es difícil vivir de otra manera.

-¿Cuál anomalía?

-Que, por ejemplo, es muy difícil vivir de los trabajos creativos. O que otro tipo de trabajos productivos, que sirven para hacer cosas, están mal pagados, son muy precarios. Entonces, finalmente, esa es la solución, la magia es ser funcionarios. Y eso es lo que nos han dicho también muchas madres y muchos padres.

-Dentro del mundo gris de tu novela, hay una compañera de trabajo, Beni, que se le acerca a Sara para compartir su amor por la poesía. Hasta le pasa un texto de Huidobro. Sara comparte ese gusto, aunque escribe unos poemas muy malos. ¿Esto también tiene que ver con vos o no?

-No tanto, exactamente. Aunque supongo que sí. Creo que todas las personas tenemos una vida creativa, que se manifiesta más o menos explícitamente, o no, de manera más íntima.

-¿Cómo ves esa veta?

-Es decir, no todo el mundo va a ser escritor o pintor o cineasta. No me refiero a eso, pero sí que hay algo que podemos aportar al mundo de manera propia e individual, aunque sean unos poemas malos; así sean unos dibujos o cocinar, coser, digamos, hacer algo que sea realmente importante y valioso y único.

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Para Sara Mesa, "todas las personas somos creativas".

Para Sara Mesa, "todas las personas somos creativas".

-Sí, poner algo de uno.

-Ahí sí que veo un contraste con los trabajos de oficina, de este tipo de papeleo, en los que precisamente se aniquila o se machaca cualquier individualidad. Precisamente de lo que se parte es de una uniformización de todo, del lenguaje; hasta los ambientes de trabajo se vuelven bastante uniformes.

-Es la monotonía que destila tu historia, precisamente.

-Luego, hay un contraste curioso, porque siempre dicen espacios grises, personajes grises. Y no. Los espacios son grises, pero los personajes tienen toda la gama de colores, porque los seres humanos somos complejos allá donde estemos.

-¿Qué tipo de complejidad intuías en esos ambientes?

-Si te pones a mirar a la gente que trabaja ahí, ves que hay todo tipo de personas diferentes, con inquietudes diferentes, deseos diferentes y personalidades diferentes. Pero tienen ocultas esas diferencias. La mayoría de las veces las tienen ocultas.

-Entonces, ¿cómo detectarlas?

-Veamos. Al personaje de Beni que acabas de nombrar le pasa eso. Ella es como una funcionaria de pro, le gusta la poesía, que lee en sus ratos libres, un poco a escondidas. Y yo he visto gente haciendo cosas de este tipo. Gente realmente con unas capacidades y unos talentos extraordinarios, perdiendo el tiempo, poniendo sellos en papeles que no valen para nada.

-Hablás de la uniformización del lenguaje y en la página 93, en un largo párrafo, hacés una recopilación notable como si fuera el manual de la jerga burocrática. Por ejemplo, realizar es mejor que hacer, recepcionar mejor que recibir, los problemas son problemáticas; las palabras esdrújulas son muy apreciadas como diagnósticos, estándares o parámetros. Etcétera. Una preciosura.

-Y lo resumimos así: todo lo que se pueda decir de modo simple, lo ponemos de manera totalmente incomprensible para marcar la distancia entre el lenguaje útil y el lenguaje excluyente.

-Es tal cual. ¿Y por qué enredarse de esa manera?

-Porque el lenguaje burocrático parte de una complejización, como él mismo diría, voluntaria; o sea, para marcar distancias, además, de manera autojustificativa.

-¿Cómo se instrumenta?

-Si a ti, por ejemplo, te piden un informe sobre tal cosa, ¿tenemos posibilidad de actuar o no? Y si tú dices que no, porque esto no entra dentro de nuestras competencias, no puedes contestar un informe diciendo no, simplemente.

-¿Cómo se dice que no, entonces, de manera efectiva?

-Tienes que poner un antecedente, tal hecho, tal petición, tal día, de acuerdo al departamento tal y cual, procede según la ley tal y cual, el artículo equis… Es decir, a todo, todo, todo hay que darle ese rodeo y muchas veces no tiene ni siquiera justificación, porque se cogen informes anteriores y se sobreescribe sobre ellos; están todos llenos de errores, se llenan de palabras que no tienen ningún sentido, que no llevan a ningún sitio. Se trata de algo que también tiene un componente que a mí me parece cómico. Hay algo muy divertido en todo esto, sí.

-Además de los personajes de carne y hueso que animan Oposición, debemos sumar dos protagonistas. Uno es el edificio gigantesco, ese castillo kafkiano donde habita la burocracia, lleno de oficinas vacías. Y el otro es la OMPA, la Oficina de Mediación y Protección Administrativa, que elabora todo un programa para nada.

-Estas dos cosas que acabas de decir, tanto el edificio como esa oficina fantasma, por así decir, porque no tiene sentido, también son reales, también están basados en lo que yo viví. Parece que la vida te da símbolos todo el tiempo, ¿no?

-Ni que lo digas. Tu novela está llena de símbolos.

-Este edificio circular, enorme, que es casi inexpugnable como un castillo, es un edificio administrativo que está en Sevilla. Y el arquitecto que lo hizo se inspiró en el castillo de Sant’Angelo de Roma. Por eso, al final, lo referente a El castillo y, por extensión, a Kafka, está ahí.

-¿Cómo fue tu propia vivencia de esa ámbito?

-Es enrevesado. Un edificio bastante enorme y, al mismo tiempo, muy poco funcional. Por ahí pulula un montón de gente que no se sabe muy bien qué hace en gran medida.

-¿Y la oficina, la OMPA?

-También, a otro nivel, es una estructura similar. Una estructura mastodóntica que se crea con un montón de pasillos, de recovecos, de pasos que cumplir y que, realmente, no lleva a ningún lado. Pero lo paradójico es que en ese edificio hay gente real esperando.

-¿Esperando qué?

-Hay personas reales que hacen cola para conseguir cosas, sus derechos. Y cada día son atendidos muy pocos, que se quedan esperando fuera, que no se ven y que se terminan quitando del medio para poner la famosa cita previa telemática, etcétera.

-Claro, la cita telemática es lo que impulsa la novela hacia su final.

-Esto también es algo que con la pandemia se agudizó. Fue el hacer telemáticamente muchos procesos. Y no vino a ayudar, vino a perjudicar, sobre todo a la gente más vulnerable, a la gente mayor o a la gente que no tiene acceso a estos medios.

-Un proceso muy conocido. Se anuncia todo un despliegue y, en vez de marchar hacia adelante, vamos para atrás.

-Y como se iba reduciendo la atención directa hacia la gente, a cambio se instauraba todo este tipo de observatorios, de agencias o no sé qué, donde te podías dirigir para poner quejas. Quiero decir: vamos a atender las quejas, pero no vamos a ir al motivo que fundamenta estas quejas.

-Un limbo perfecto.

-A mí me pusieron un teléfono, igual que en el libro. Un teléfono de atención al que no llamaba nadie. Solamente llamaba gente que se había confundido, porque tenía un número con una sola diferencia respecto al del café de Nespresso (risas). O sea, solamente llamaba gente para pedir cápsulas de café o gente loca, pero nadie más. Mientras en la calle había gente esperando a ser atendida.

-Kafka no habría podido imaginar un sinsentido mayor.

-Ahí es donde digo que este no es un ataque contra lo público. Precisamente hace falta gente que atienda a todas esas personas que estaban en la calle. Sí es un ataque al desbarajuste procedimental y a la organización tan nefasta.

-Para ir cerrando, vos subrayás dos palabras, dos verbos, que son el motor que define la poética de la administración pública de tu relato. Una es “opositar”, que surge directamente del título del libro y se refiere al concurso para conseguir el trabajo. Y el otro “expedientar”, porque a Sara le elaboran un expediente.

-Sí, bueno, también están los dos sentidos de oposición, que puede venir efectivamente de opositar, pero también puede venir directamente de oponerse.

-Que hace foco en Sara, claro.

-Esa otra lectura está presente, porque la protagonista, de un modo casi intuitivo, porque, como digo, no es alguien que sepa mucho, va anotando cosas con las que no se siente bien.

-Se siente rara desde el inicio mismo.

-No se siente cómoda y está todo el tiempo oponiéndose a eso. Incluso, cuando pretende hacer bien su labor, la hace mal, porque no sabe hacer estas cosas, no ha entendido esos mecanismos.

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