Así es Quiñihual, el pueblo fantasma de Buenos Aires donde vive solo una persona y sus perros
En declaraciones al sitio “Viajando por los pueblos de Buenos Aires”, Pedro Meier contó las sensaciones de ser el único habitante de Quiñihual, récord que ostenta desde hace 30 años. Fue en 1994, cuando cerró el ramal del ferrocarril de pasajeros y de carga que pasaba por el pueblito, cuando se fue el penúltimo habitante del lugar y quien, justamente, era el jefe de la estación de ferrocarril.
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Fundado en 1910, su nombre proviene de la lengua mapuche y significa Roble Único. Era, además, el nombre de un cacique que habitó la zona hace en la época de la Conquista del Desierto. En la década de 1970 llegaron a vivir en el lugar 730 personas, pero con el ocaso del tren, en 20 años disminuyó la población también.
Embed - El último habitante de QUIÑIHUAL
Así fue como, luego de 1994, solamente quedó en el lugar Pedro Meier. El comerciante nació y ha vivido toda su vida a 5 kilómetros del almacén donde trabaja todos los días y que, por nada en el mundo, deja de abrir. De hecho, es el único sitio de este pueblo fantasma donde hay electricidad, y gracias a que el vendedor tiene su propio generador de energía.
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No tan solo: el negocio y los compañeros que mantienen vivo a este pueblo fantasma
Hace 60 años que los Meier (primero sus abuelos y padres, y ahora Pedro) son los dueños de una pulpería y almacén de ramos generales en Quiñihual. La particularidad es que, desde 1994, es el único sitio que evidencia algún movimiento en el pueblo. De hecho, Pedro hoy es su único habitante.
Pero Pedro no está tan solo. Porque todos los días, en su almacén, el comerciante cuenta con la incondicional compañía de sus perros. Estos peludos compañeros no lo dejan solo en ningún momento e, incluso, fueron los encargados de compartir con Meier la alegría y emoción del día en que la Selección Argentina de fútbol se consagró campeona del Mundo en Qatar 2022.
“Terminó el partido y salí a la calle y todo seguía igual acá, salvo algún baqueano que pasaba en su chata cada una hora”, contó Pedro al sitio web. "Lo más gracioso es que, cuando gritaba los goles, los perros ladraban sin entender qué pasaba”, agregó.