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Juan Tallón, escritor: "No solo el amor, sino también la toxicidad empuja a las sociedades en alguna dirección"

Juan Tallón es escritor y periodista español. En su novela El mejor del mundo cuenta el odio de un hijo a su padre, un empresario funebrero

Juan Tallón (Vilardevós, Ourense, 1975) es oriundo de Galicia, una región que, “todos los años, arde por los cuatro costados”, según él mismo nos cuenta.

Su pueblo queda en la provincia de Ourense, “una potencia europea en la fabricación de ataúdes”.

Todas estas marcas de fábrica sirven para entender el ambiente donde se desarrolla El mejor del mundo, una novela que empieza narrando el íntimo odio que carcome a Antonio hacia su padre Amancio, próspero empresario de servicios funerarios.

El posterior éxito de Antonio en el rubro lo convierte en un hombre voraz, que se siente en la cima del mundo.

Y avanza en consecuencia. Aunque su apellido sea Hitler.

La marcha adquiere otro rumbo, sorpresivo, cuando su realidad circundante se convierta en otra cosa. En un lugar raro donde reinan otras pasiones y otros fuegos.

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El mejor del mundo, del español Juan Tallón.

El mejor del mundo, del español Juan Tallón.

La entrevista, de gran amenidad como han de comprobar, con Tallón para el programa La Conversación de Radio está introducida por “Soy gitano”, canción de Camarón de la Isla que Amancio se empeña en hacerle escuchar a su hijo, en un tramo decisivo de la historia.

-Hola Juan.

-Hola, qué tal, ¿cómo estáis? Veinte años estuve escuchando a Camarón de la Isla cada vez que entraba en el coche de mi padre.

-(Risas) ¡Uy! ¿Y aborrecías el flamenco con la misma intensidad que Antonio?

-Bueno, no. Yo creo que acabé amándolo, pero a la fuerza (risas).

-¿Cómo preferís que te traten, de Juan o de Xoan, porque vos en las redes escribís tu nombre en gallego?

-Sí, yo pongo mi nombre gallego, pero en realidad todo el mundo me llama Juan. Yo me llamo a mí mismo Juan. El problema es que cuando llegué a las redes sociales, Juan Tallón ya estaba tomado; entonces tuve que traducir mi nombre.

-Ya que estamos bajo un clima vaticanista, hay que decir que tenés un nombre de papas como Juan XXIII o Juan Pablo II, pontífices muy populares. ¿Cómo te llevás con la religión?

-No tengo relación con la religión, creo que desde que me fui a estudiar a la universidad. Estudié Filosofía y me sentí cómodo en la negación de Dios (risas).

-Mirando la raíz de tu nombre, Juan viene del hebreo y evoca la protección divina y la bondad. Por lo tanto, se supone que debés ser un tipo bueno.

-Está feo que yo lo diga, pero creo que no soy mal tipo. Por supuesto, como todos los buenos tipos cometo errores y a veces, en fin, tengo cosas de qué arrepentirme.

-Te lo decía porque El mejor del mundo está llena de villanos. Tipos buenos, hay pocos en tu novela.

-Sí. Eso es muy extraño porque en todas mis novelas anteriores los personajes encuentran siempre la forma de redimirse y de tener siempre un comportamiento casi bondadoso.

-¿Qué pasó, entonces?

-Me parecía que había llegado el momento de introducir realmente a malas personas.

-Convengamos que las personas malas y los villanos siempre son los que aportan el condimento en cada historia, incluso en las películas.

-Creo que sí. Es difícil construir una novela donde los personajes no tengan contradicciones, no sean en algún momento dado deshonestos consigo mismo, no recurran a la mentira. ¿Sabes?, siempre hay una mezquindad que se nos filtra por algún resquicio.

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"Es difícil construir una novela donde los personajes no tengan contradicciones", señala Juan.

"Es difícil construir una novela donde los personajes no tengan contradicciones", señala Juan.

-Por lo que hemos venido charlando últimamente con diversos autores se nota como un escenario complicado de las mujeres con sus madres y de los hombres con sus padres respectivos. ¿Lo ves más o menos así?

-Generacionalmente siempre hay un choque. Es inevitable que lo haya porque lo nuevo no quiere apartarse y exige su espacio. Y nunca uno cree estar tan cargado de razón como en la juventud. ¡Cuando eres joven lo sabes todo! Es evidente y nadie puede convencerte de lo contrario.

-¿Y después?

-A medida que te vas volviendo adulto y haciéndote mayor, te das cuenta de lo absurda que es esa posición y empiezas a ignorar cosas. Entonces, el choque está servido entre padres e hijos, madres e hijas, madres e hijos e hijos y madres.

-¿También hijos y madres?

-Yo también tendría mucho que decir del choque que he tenido con mi madre y sigo teniendo (sonríe).

-Fijate vos las coincidencias, porque hace poco hablábamos con el peruano Santiago Roncagliolo, que está viviendo en tu tierra, en España.

-Sí, he estado con él hace un par de días.

-Pues bien, cuando analizábamos su reciente novela, Santiago aludía a varios narradores que han escrito sobre sus padres. Y dos sábados atrás, entrevistamos a Jorge Fernández Díaz, que viene de ganar el Premio Nadal con una novela basada, justamente, en la difícil relación que tuvo con su padre, un inmigrante asturiano. Y en tu libro, el eje central es la disputa padre-hijo. Están como un bucle.

-Te diré, no obstante, que en el caso de mi novela es un ejercicio de pura ficción. Con mi padre, que, por supuesto vive, no he tenido apenas conflictos. Yo soy escritor porque mi padre creyó siempre en mí, porque me alentó desde el primer momento y es la persona a la que le paso mis manuscritos. No puedo decir, por lo tanto, que en mi vida personal haya una mala relación entre un padre y un hijo.

-¿Siempre fue así?

-Es cierto que, en la juventud, por supuesto, había desencuentros, pero eran inevitables, razonables y resueltos con sensatez, incluso.

-Esto, sin embargo, pareciera ser un tema de época. Hay series y películas que apuntan a las complicadas relaciones con un padre fuerte, en una línea muy parecida a la de tu libro, como Succession o El aprendiz, que se refiere a Donald Trump.

-Sí. Fíjate que en todos esos casos esa mala relación, ese aborrecimiento que se regalan unos a otros, tiene que ver con las tensiones del poder, que es también el origen de los conflictos entre el padre y el hijo de mi novela. El padre no quiere perder el control de su empresa y el hijo quiere hacerse con él por una cuestión ya de herencia natural.

-Lo cual resulta lógico.

-Es que siempre hay como la necesidad de controlar, de hacerse con el poder, en este caso, de una empresa. Imagínate en el caso del imperio económico, financiero, de la serie que acabas de citar y de la película sobre Donald Trump.

-Vos, por lo que se aprecia, no sos un tipo rencoroso, ¿no?

-Es así. Y a veces me da pena no ser capaz de sostener más de dos horas en el tiempo el rencor. Lo pierdo por evaporación (risas). Pero, sí, me cuesta tener cierto espíritu vengativo. A mí me falla eso.

-La pregunta viene a cuento, otra vez, porque a tus personajes los mueve el rencor. Antonio muy tempranamente se encontró odiando a su padre. Como decís en las primeras páginas, "desde esos días el chico empezó a adivinar lo que era el rencor y para qué servía: nada menos que para vivir". O sea, es el combustible de casi todos ellos.

-Sí. De eso estoy convencido, aunque yo no lo ejerzo personalmente. Estamos acostumbrados a oír hablar del amor como uno de los grandes motores de la vida, ¿sabes? El afán, el deseo, en fin, de alcanzar objetivos; de alcanzar también la aprobación de los amigos y de los seres queridos. Pero poco se habla de cómo a algunas personas, a veces incluso a las sociedades, las empuja también hacia adelante todo ese conjunto de sentimientos negativos como pueden ser la envidia, los celos, el aborrecimiento y el odio.

-¿Por qué?

-Porque las ayudan a mantenerse vivas, al acecho y tener una razón para seguir yendo hacia adelante. No solo el amor, sino también la toxicidad empuja a las sociedades y a las personas en alguna dirección.

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El escritor español Juan Tallón.

El escritor español Juan Tallón.

-Estás hablando del rencor y la toxicidad y, justamente, casi como una broma cruel, a tu personaje central le pusiste Hitler. No es Adolf Hitler, pero sí Antonio Hitler. Pegó en el palo. Contanos por qué.

-Verás, la novela crece sobre la experiencia de la extrañeza. Hay un momento, cuando todavía no has llegado a la mitad de la novela, más bien un tercio, en el que ocurre algo absolutamente extraño que escapa al entendimiento, que escapa a la lógica con la que nos manejamos los seres humanos. Hay algo que trasciende incluso el realismo para rozar lo fantástico.

-Lo cual intriga a todos, al protagonista de la historia y a los propios lectores.

-Entonces, esa extrañeza es el gran motor de la novela. Y yo lo que decidí fue proporcionarle una capa más de extrañeza a la historia a través de la elección del nombre del personaje.

-¿Pero qué te llevó hasta allí?

-Yo tenía ganas de llamar a mi personaje de origen gallego con un apellido extranjero, que significase, por lo tanto, que uno de los padres hubiese venido de afuera. Entonces, en esa búsqueda pensé: ¿cuál es el nombre más extemporáneo, más extraño que puede llevar un gallego en el siglo XX?

-Pregunta complicada, si las hay.

-Y ahí se me ocurrió que nada más extemporáneo, nada más disparatado, nada más provocador que Hitler. Porque, además, claro, el nombre convoca inmediatamente el misterio, la intriga. No puedes leer ese nombre por primera vez en la página del libro, lo que ocurre al final del primer episodio, y no sentirte profundamente extrañado, perturbado, intrigado. Necesitas seguir leyendo.

-Definitivamente. Damos fe.

-Pero, además, al llamar a tu personaje así, con ese apellido, parece que ya estuvieses perfilando cuál puede ser su carácter, como si fuese imposible no llamarse así y no tener ángulos y pliegues oscuros. Esa es un poco la razón.

-Por otra parte, todos en Europa tuvieron un trato muy particular con el Tercer Reich, con la Alemania de la Segunda Guerra Mundial. Los franceses porque fueron invadidos, los italianos porque fueron socios, etcétera. Pero ustedes, los españoles, tuvieron una relación mucho más ambigua que el resto con el hitlerismo.

-Claro, por supuesto. Tiene que ver con cómo ellos se posicionaron en la Guerra Civil Española y cómo después, cuando acaba la nuestra y comienza la Segunda Guerra Mundial, nosotros nos mantenemos en una posición bien conocida.

-De todos modos, eso no explica por sí mismo el apellido de Antonio.

-Es un factor que, en realidad, hunde sus raíces no en una ficción, sino en la realidad. La zona de la que yo soy originario es rica en wolframio, que es un mineral que los alemanes explotaron en la Primera Guerra y, sobre todo, en la Segunda, aprovechando la Francia ocupada y que España era permisiva con la extracción y el traslado de ese metal a través de nuestro territorio.

-¿Para qué les servía?

-Con el wolframio los alemanes mejoraban la capacidad ofensiva de sus obuses y la defensiva de sus tanques. Entonces, en la novela se genera esa explicación de que, cuando los alemanes estuvieron aquí, entre los años diez y los años veinte, por primera vez, ¿por qué no alguno de ellos podía haber llevado ese apellido?

-Debido a que hacés irrumpir en la trama el elemento sorpresivo, algunos consideran que la tuya es una novela fantástica. Pero es un acierto cuando, en una entrevista, elegís como género un rótulo llamado "realismo imposible".

-No es que yo no me encuentre cómodo hablando de una novela fantástica. No pasa nada por decir que hay un elemento fantástico. Pero yo siempre gestiono la historia, el libro, desde los parámetros del realismo, tratando de convertir o hacer pasar aquello que en el fondo es extraordinario como absolutamente ordinario; tratando de desgastar, de pulir, lo que hay de fantástico y que uno pueda casi entenderlo como anodino y absolutamente corriente. Por eso hablo, más bien, de un realismo imposible.

-¿Dentro de qué etiqueta te ubicamos, a fin de cuentas?

-La mía es una literatura realista. Mi frase, mi estilo, como yo lo entiendo y lo trabajo, es extraordinariamente plástico, visual. Todo tiende a poseer un correlato en la imaginación del lector cuando lo está leyendo. Digamos, cuando el lector lee mis frases creo que tiene más fácil imaginarlas en forma de imágenes que, a lo mejor, con otros autores. A eso me refiero con realismo imposible.

-Tus frases, tu manera de narrar, todo eso es muy atractivo. Principalmente, cuando les sacás brillos a las situaciones más cotidianas. Sos muy puntilloso en eso.

-Sí, sí, sí. Tengo cierta obsesión por la precisión y por depositarla sobre las cosas, sobre los objetos que, al fin y al cabo, son aquello que sostiene la vida, aquello que hace que la vida no salga volando, como la toalla en la playa cuando hace mucho viento. Entonces, siempre trato de describirlas como si en el fondo no fuesen sintéticas, sino como si hubiese vida en las cosas más plásticas, materiales, en definitiva, artificiales.

-De acuerdo. Y respecto de quienes califican tu novela de fantástica, se diría que pertenece más a la ciencia ficción, fundamentalmente porque presentás, en el desdoblamiento de realidades, una temática muy actual derivada de la teoría cuántica.

-Puede que tengas razón, pero verás que ni mi historia nos traslada a mundos futuros, ni tampoco a territorios ucrónicos. Es decir, es un presente absolutamente radical, que puede ser el presente europeo, que puede ser el presente latinoamericano. Y, ciertamente, hay ahí como un desdoblamiento del espacio-tiempo, que viene siendo algo muy tratado últimamente. Es una forma de dar una vuelta más de hoja a la experiencia temporal en la novela contemporánea.

-Un dato no menor. En la realidad paralela de tu novela le das el premio Nobel a Stephen King.

-¿Por qué no, verdad! (risas). Me pareció que si el mundo va a cambiar cuando nuestro personaje regresa a casa después de dos viajes, ¿por qué no cambiar para bien en algunos aspectos, como puede ser el de los galardonados del premio Nobel?

-Hay que darse los gustos en vida, sí. Y el azar poético nos brinda otra perla. Antonio, tu personaje principal, es un exitoso fabricante de ataúdes. Y si algo ha sido protagonista todos estos días, en nuestras pantallas, en nuestro campo visual, ha sido el ataúd del Papa.

-Sí.

-Lo singular es que el ataúd estrella, la máxima creación de Antonio, es Apolo, una creación muy llamativa diseñada para gente rica. Y el de Francisco es exactamente lo contrario: un féretro muy humilde, propio de la pobreza franciscana.

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Juan Tallón se refirió a su última novela.

Juan Tallón se refirió a su última novela.

-Todo lo contrario, es cierto. Verás, la relación de la novela con el sector empresarial del funerario, en el fondo es algo que en Galicia está al orden del día.

-¿Cómo es eso?

-Mi provincia, Ourense, concretamente es una potencia europea en la fabricación de ataúdes. Nosotros tenemos, al menos, una docena de empresas que se dedican a esto. Tenemos una feria internacional de productos, artículos y servicios funerarios.

-¿Tienen Apolos, también?

-Ese ataúd que tú has mencionado, en el fondo no es nada que yo me haya sacado de la manga, sino que es un ataúd estrella que hace algunos años presentó una de nuestras empresas en esta feria internacional. Pero, sí, sin duda, es un disparate. Un disparate que, como cualquier otro, están dispuestas a darse siempre aquellas personas que no saben cómo sentirse especiales y cómo arrojar su dinero por la ventana. Ahí buscan este tipo de cosas.

-Son muy buenos los diálogos entre Antonio y su padre Amancio. Determinan el clima el relato, sobre todo cuando discuten sobre ataúdes, sobre el paso del tiempo y la modernidad que llega, etcétera.

-Es cierto, se enfrentan dos ideas opuestas del progreso. El hijo, por ejemplo, es capaz de pensar que es una buena idea gastarse miles y miles de euros en un ataúd que vas a enterrar y que personalmente nunca podrás disfrutar. Una idea del progreso bastante absurda, ridícula, con la cual podemos coincidir o no, pero es profundamente contemporánea, porque las sociedades yo creo que en algún aspecto se han vuelto extraordinariamente tontas. Nuestros países son más tontos que nunca, creo que sí. Creo que se puede decir.

-Ahora bien, vos decís que Ourense es como la capital de la fabricación de ataúdes, pero en la actualidad pareciera que la gente ya no se entierra tanto, que muchos deciden cremar a sus familiares. ¿Sigue siendo un gran negocio, entonces, o ha disminuido?

-Pero incluso la cremación exige una caja mortuoria, ¿entiendes? Por cuestiones de salubridad tú no puedes ser cremado si no es dentro de una caja. No se ve la crisis del negocio funerario. Creo que todo lo que tiene que ver con la muerte del ser humano genera expectativas económicas interesantes.

-O sea, esto nunca va a acabar porque siempre nos vamos a morir.

-Pese a nuestra voluntad contraria, vamos a seguir muriéndonos. Y algo habrá que hacer con nosotros. Entonces siempre es un buen momento para montar una funeraria (risas).

-Volviendo al lustre que les otorgás a las cosas más cotidianas, tomamos un ejemplo casi al azar. Antonio entra a un restaurante, la camarera le coloca una serie de platos por delante y se lee: "Antonio Hitler estudia la comida con más curiosidad que apetito, como se mira a una persona muy quieta, con los ojos cerrados, en la que no se distingue la muerte del sueño". El brillo de lo mínimo.

-En ese contexto causa un mayor impacto, ¿verdad? Cuando te puedes ver sorprendido por una idea que parece fuera de lugar y que en el fondo no lo es tanto. Simplemente el autor ha elegido el momento para sorprenderte.

-En la misma escena, un poquito más adelante, el tipo está en una situación anímica especial. "Cree en pocas cosas, pero el pulpo es una de ellas". Brillante, de nuevo.

-Creo que eso está bien, ¿no? (risas).

-¿Cómo se te ocurren esas cosas? ¿Las trabajas mucho o te van saliendo espontáneamente?

-Yo soy un escritor que trabaja muy rápido. Una vez que he planificado en libreta el libro, empiezo a escribir y avanzo a toda velocidad acechado por la idea de la muerte, por el miedo a morir sin haber acabado el primer manuscrito. Para mí ese es un miedo absolutamente real y que solo se atenúa cuando finalizo la primera versión de la novela.

-¿Cómo sigue la cosa?

-Una vez que finalizo la primera versión de la novela, el miedo a la muerte se amortigua. Me parece que ya no es tan grave porque siempre va a poder venir el editor y corregir ese texto. Pero, para eso, necesitas haber acabado la primera versión. Por lo tanto, voy siempre a toda velocidad.

-¿Sin medir las consecuencias?

-Bueno, en esa velocidad a veces hay un momento de destello que, no obstante, siempre es más fácil que vuelva a aparecer.

-¿Cuándo?

-Yo soy muy estricto cuando trabajo la segunda, la tercera y la cuarta versión, ya a una velocidad mucho más apaciguada. Digamos, la velocidad deviene en lentitud en las posteriores reescrituras.

-¿Y qué cambia a partir de ahí?

-En la lentitud siempre es más fácil dar con un con un hallazgo. Entonces, fin. Creo que es mi propia forma de trabajar la que favorece este tipo de giros que a veces uno se encuentra en la página.

-¿Los editores te tocan mucho los textos o no?

-No demasiado. Y cuando lo hacen, casi siempre estoy de acuerdo. Es muy raro que yo no acabe dándole la razón a un editor. Bueno, de hecho, es muy raro que yo no acabe dándole la razón a cualquiera, porque soy una persona con opiniones, en general, muy poco firmes.

-¿En verdad?

-Yo no podría participar nunca en una tertulia porque estaría siempre dándole la razón a mi contrincante (risas).

-Última cita al azar. Antonio está en el aeropuerto, nervioso, y en los controles le hacen sacar el cinturón y otras cosas que llevan encima. Entonces "introduce el cinto por las trabillas del pantalón, lo abrocha, guarda el teléfono en el bolsillo y se aleja paulatina, livianamente, como el humo del incendio". ¡Qué buena imagen!

-Como el humo del incendio… ya. Fíjate, yo soy de una región, Galicia, que todos los años, desde que tengo recuerdo, arde por los cuatro costados. Siempre está el humo. En julio y agosto, que son los meses duros de nuestro verano, los cielos están teñidos de la lentitud de ese humo gris, triste y violento, que no se va sino muy lentamente. Entonces, para mí fue fácil generar esa imagen literaria.

-Sin spoilear, digamos que hay libros con finales totalmente cerrados y otros con finales totalmente abiertos, como el tuyo. Para algunos puede ser fascinante y para otros puede ser una cabronada. ¿Cómo te lo han tomado?

-Ha habido reacciones de todo tipo. Gente a la que le incomoda esa ausencia de resolución. Y hay gente que lo agradece. Recordarás el final de Los Soprano, que tanta literatura vertió a su alrededor.

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Juan es hincha del Atlético de Madrid.

Juan es hincha del Atlético de Madrid.

-Claro. Una de las series célebres de nuestro tiempo.

-Pues bien, ese fundido a negro, cuando nos parece que va a pasar algo extraordinariamente importante. Algo terrible está a punto de suceder, pero no sabemos exactamente qué. Y quizás eso es lo bueno, no sabemos el qué, pero sabemos que ronda lo terrible en ese final de Los Soprano.

-¿Y en tu caso cómo es la cosa?

-Pues yo quería que rondase, en el final de mi novela, la posibilidad de la de la esperanza.

-O no.

-O no (risas).

-Por eso mismo. Lo que pasa es que uno se empeña en llegar hasta el final de la historia para saber qué diablos pasa, pero no; la moneda está en el aire. Y ahí queda.

-Sí, la moneda está en el aire. Todo es posible. Hummm… puedes ganar el partido, puedes perderlo.

-No cabe duda.

-Voy a recurrir ahora al fútbol para tratar de hacer visible este final.

-Venga.

-¿Qué es lo bonito de llegar a la final de un campeonato? La semifinal. ¡La victoria en la semifinal! Ese es el mejor momento de un campeonato. Cuando pasas a la final, se está por jugar, pero nadie te puede quitar la esperanza de ganarla. Pero para eso es importante que todavía no empiece.

-¿De quién sos hincha?

-Soy del Atlético de Madrid.

-Ahora bien, internamente, ¿te inclinás hacia a algún lado en el desenlace de la novela? ¿Te gustaría que pasase algo en especial con Antonio?

-Yo creo que Antonio va a alcanzar lo que se propone.

-¿Eso quiere decir que vas a escribir otra novela, una continuación?

-No, no, ¡Dios me libre de segundas partes! (risas).

-Antes de despedirnos, Juan, ¿estás preparando algo nuevo, algo que nos permita reengancharnos en el diálogo?

-Sí, sí. Este año, en octubre, publicaré una novela corta sobre la vida alienada, estresada, desesperada en la que, en general, estamos instalados.

-¿De vuelta al realismo?

-Sí, ahí. Yo creo que los escritores, en la medida de lo posible, aunque no tenga porqué ser así en sus novelas, tienen que dar cuenta de su tiempo.

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