Hay un rincón en cada persona donde se guardan los viejos juguetes. Algunos sobreviven al paso del tiempo en una caja, en un estante o en un altillo; otros viven arropados en los recuerdos. Son esos días en que los padres eran parte cotidiana de nuestra vida —aunque algunos ya no estén— y la mayor preocupación era terminar la leche y los deberes para poder salir corriendo a jugar.
Día del niño: un recorrido por los juegos del pasado de la mano de los periodistas del UNO
La redacción abrió su baúl de recuerdos y de allí salieron pelotas, figuritas, bicicletas, las muñecas, los rastis y hasta las primeras consolas de videojuegos
En este especial por el Día del Niño, un especial agradecimiento a todos los periodistas de Diario UNO que compartieron sus fotos, anécdotas y juegos favoritos de la niñez. Entre pelotas improvisadas, figuritas perfumadas, Barbies con guardarropa casero, bicis inseparables y consolas vintage, abrimos juntos el baúl de los recuerdos.
La pelota, reina de la infancia
Entre los varones, no hay dudas: la pelota arrasó con casi todos los recuerdos. Sebastián Salas, periodista de policiales y judiciales, todavía sonríe al pensar en aquellos días de improvisación: “Convertir cualquier objeto en pelota de fútbol. Pelota de tenis, rejunte de medias, hasta una latita de gaseosa achatada con los pies. También el 90% de los niños generación '90 éramos (y somos) fanáticos de Dragon Ball Z, por lo que tenía muchos muñecos de ese dibujito que se cagaban a trompadas entre ellos casi todo el día”.
En la misma sintonía, José Luis Verderico confesó que desde los dos años y medio ya era “fan de la pelota”. También sumó otra pasión: las carreras de autitos. “Los abríamos con un cuchillo y les poníamos masilla para que pesaran más. Improvisábamos pistas en un baldío de Villa Nueva”, recordó.
Pablo Philippens también se declaró amante del fútbol: “Mi juego preferido era salir a jugar a la pelota con cualquier cosa que se pareciera a la misma: medias, cajas de zapatos, piedras, latas aplastadas. Salir a patear algo con mis amigos, ese era El Plan. Y lo sigo haciendo hasta hoy”.
Carreras y cacharros
Gustavo “Mono” De Marinis prefirió las carreras, aunque con un ingenio muy particular: usaba chapitas de soda o gaseosa para simular bicicletas de famosos corredores. “Hacía ganar a los que me gustaban a mí, como Caterino o Castañeda, que corrían para mi club”, contó entre risas.
Luciano Bertolotti evocó con cariño los kartings a rulemanes que fabricaban los propios chicos del barrio. También recordó a los rastis, “los ladrillitos” que eran un verdadero tesoro para armar ciudades y castillos.
Juntadores de figuritas
En este rubro yo me anoto. Todavía me acuerdo de las figuritas de Ositos Cariñosos y de Frutillitas, perfumadas y con la leyenda “raspá y olé”. Otras que se llamaban "Días Felices" y eran del estilo de Sarah Kay. Me faltaron cinco para llenar el álbum y todavía me acuerdo cuáles eran.
Miguel Flores, periodista de economía, también vivió esa pasión, aunque con figuritas de fútbol y de Fórmula 1. “Las Tope y Quartet eran las más buscadas. Ganaba el que tenía el auto más polenta”, contó. Y entre los “niños viejos”, aparecieron clásicos como el álbum Reino Natural, con su mítica “tarántula” imposible de conseguir.
Con la bici a todas partes
El baldío de Villa Nueva donde Verderico corría autitos también fue pista de bicicletas. “Armábamos circuitos jugados, con montañas de tierra. Hoy en ese terreno hay edificios”, lamentó.
Paola Piquer también recordó las mañanas en bicicleta con su hermana: “Mi mamá nos sacaba temprano el sábado porque era día de limpieza general. Volvíamos transpiradas y muertas de hambre al mediodía”. La bici “Aurorita” quedó tatuada en el corazón de toda una generación.
Barbies, casitas y ropa de muñecas
Entre las nenas, las Barbies se llevan el podio. Soledad Segade aún conserva las suyas en sus cajas, aunque asegura que jugó muchísimo con ellas, sobre todo a cambiarles peinados y ropa.
Anita Doña también pasó horas creando vestuarios para su Barbie y su muñeca de Xuxa. “Tenía un Kent, el varón que parecía disputarse entre las dos damas”, recordó divertida.
Caro Baroffio revivió sus juegos en el campo, entre bolitas y escondidas. “Con mis primas íbamos a un lugar donde carneaban vacas, que era como un pelotero gigante de madera. Le decíamos ‘el peligro’ y todavía existe”, relató.
Sarita González, directora de Diario UNO, confesó que jugaba con su primo, alternando roles: ella a la pelota y los autos, él a las casitas. Y juntos compartían aventuras en la mancha y la escondida.
Niños tecnológicos
No todo era analógico. Pablo Abihaggle, uno de los más jóvenes de la redacción, se fascinó con las computadoras desde chico. Y Soledad Segade recordó la llegada del family game, “el predecesor de la play”: “Tener eso era ser Gardel, Lepera y los cuatro guitarristas”.
También trajo a la memoria los juegos de mesa más codiciados: el de las “pulguitas saltarinas” y la torre de bolitas atravesada por palitos, que definía al ganador y al “looser” del grupo.
El niño interior, siempre presente
Cada juego, cada anécdota, es un puente hacia la infancia. Aunque las generaciones cambien y las pantallas hoy dominen, la esencia del juego sigue siendo la misma: explorar, compartir, crear, divertirse.
Hoy es el día del niño, de las infancias, de la niñez, como quieran llamarlo. Ser niño debería ser un derecho que no caduque, una bandera. La patria es siempre la infancia, ese lugar inalienable donde ser felices era solamente ponerse a jugar.









