Cuando yo era joven y esclarecido, nos reíamos de los radicales. Sin asco. Segundones, perdedores, gorilas. En los '70 una tapa de la revista Satiricón terminó por llenarnos de goce.

Mostraba a un desencantado Ricardo Balbín con la camiseta de River. Por entonces el equipo Millonario se empeñaba en perder con Boca. El título era "Balbín, el River de la política".

El jueves pasado tuve esa regresión cuando algunos diarios porteños volvieron a informar sobre la cruzada que el hijo del ex presidente Alfonsín y otros figurones outlet del radicalismo realizan por el país reclutando correligionarios disconformes de seguir en Cambiemos. Reclaman un masivo éxodo radical hacia otras zonas "más progresistas" de la política argentina.

Dicen que quieren confluir en un candidato común entre el progresismo, el radicalismo y el peronismo. Léase, quieren ir con Roberto  Lavagna porque les agarró una especie del síndrome de Estocolmo: creen que sólo el peronismo salva.

El preguntado

Rememoré entonces aquella vez que el presidente Raúl Alfonsín, ante las críticas de los avant la lettre de la izquierda que lo acusaban de estar derechizándose, nos hizo al país una pregunta muy oportuna:

"¿Qué es hoy en la Argentina ser progresista?"

Aquel presidente había entendido que una buena parte de los progresistas se habían anquilosado en octubre de 1917 o en octubre de 1945 y ya no hacían política sino que pregonaban catecismos apolillados.

Ahora, nos sugería Alfonsín, habían otras formas de ser de avanzada: mayor presencia de las organizaciones civiles, feminismo, nueva cotidianidad con familias ensambladas, aceptación de opciones sexuales no tradicionales, disminución de la presencia religiosa, y cambios en la ciencia y la tecnología que transformaban la vida diaria.

Los años sesenta habían dejado una revolución (de otro tipo) en las costumbres, en la música, en las artes. Los partidos políticos ya no se podían meter desde el púlpito en nuestras vidas, salvo en Cuba donde Fidel Castro seguía mandando presos a los homosexuales.

El mayo del '68 en París ya no pontificaba sobre la lucha de clases ni la revolución permanente sino que exigía "la imaginación al poder" o "seamos realistas, pidamos lo imposible".

Cuando Alfonsín preguntó qué era hoy ser progresista aún no caía el Muro de Berlín ni se desintegraba la URSS. No obstante, el comunismo ya venía de una larga descomposición y estaba a un tris de implosionar por completo.

Cuando finalmente el Muro se desplomó, el entonces gobernador de Mendoza, José Octavio Bordón (1977-1991), dijo otra frase para el recuerdo: "Ojo que el Muro se ha caído para los dos lados". Es decir, ¡cuidado! el hecho de que el comunismo se haya derrotado a sí mismo, no quiere decir que todo lo que haga el capitalismo esté bien, sino que es la oportunidad para que las democracias liberales y republicanas se modernicen y se hagan más transparentes y justas.  

Preguntas atendidas

Hoy podríamos (deberíamos) repetirnos sin sacarle una coma: ¿qué es hoy ser progresista en la Argentina?

Y preguntarnos por ejemplo: ¿cuántos políticos progresistas admitirían en la Argentina actual que sus padres empresarios cometieron el delito de coimear para obtener licitaciones?

¿Cuántos de los pogres actuales aceptarían -de ser gobierno- dar a conocer las estadísticas sobre números oficiales que no los favorezcan, sin "dibujarles" una coma?

¿Cuántos les dirían la verdad a los argentinos sobre los verdaderos costos de las tarifas de los servicios públicos? ¿Cuántos mantendrían aquellas políticas que fueron buenas en el anterior gobierno y cuántos se animarían a decirles la verdad sobre los gastos supuestamente progresistas que han fracasado y que nadie dice nada para no pasar por reaccionario?

Suspenso "radicha"

Los radicales que piden escapar de Cambiemos son los menos, por más que los enojados sean muchos. Al radicalismo no le conviene huir. Le cabe sí abrir la discusión y exigir, pero siempre con espíritu de concertación.

El lento renacer de los radicales se ha dado en ese marco frentista. Ahí es donde resuenan sus reclamos. Si estuvieran en el desierto nadie los escucharía, como en el 2002. Cambiemos es su caja de resonancia.

Aún no hay fecha para la convención de la UCR nacional que debe ratificar el apoyo o no a seguir en Cambiemos, o mejor dicho con Macri, o mucho mejor dicho, si avalan el rumbo de la economía. 

Pero los radicales no deben olvidar que la economía no ha sido el fuerte de la UCR. Ni el punto exitoso del gobierno de Alfonsín.

Para contrapesar, sería pecado ignorar que el peronismo fue clave para que Alfonsín entregara el gobierno anticipadamente seis meses antes de lo legal.

Asimismo los radicales no deberían saltearse que fue uno de los suyos, el presidente Fernando De la Rúa, quien le dio el manejo de la economía al peronista Domingo Cavallo, un supuesto mago, por aquello de que sólo el peronismo nos salva.

El peronismo está en proceso de recuperación republicana tras la pésima experiencia del "vamos por todo", pero no se ha curado. Aún sigue siendo parte del problema, sin liderazgos contundentes a la vista.

Concluyo, lector: parece ser demasiado clave el papel que tienen que cumplir los radicales para que por unos pocos alocados terminen rifando su recuperación.

Por eso, ni quebrarse ni doblarse, avivarse.

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