Como un refucilo cayeron los golpes sobre él. Y, como del rayo, Carlos Amieva se desplomó. Fue un instante, el jodido y misterioso instante en que la vida se quiebra.
Como un refucilo cayeron los golpes sobre él. Y, como del rayo, Carlos Amieva se desplomó. Fue un instante, el jodido y misterioso instante en que la vida se quiebra.
Este hombre, que había salido a disfrutar del fresco junto a su pareja cerca de la medianoche en Tunuyán, cayó víctima de esa enfermedad social que consiste en dirimir, con violencia, problemas viales sin medir las consecuencias.
En su caso murió por manejar despacio, paseando. Esa lentitud fue algo que molestó a dos hombres que venían detrás en una camioneta, y que para demostrar su enojo lo encerraron y le hicieron un abollón, lo que generó una discusión que podría haberse arreglado de alguna otra forma sensata. Pero los agresores eligieron el atajo salvaje.
Amieva podría estar vivo y los dos agresores fuera de la cárcel adonde fueron a parar imputados de homicidio, pero en aquel segundo de ira y sinrazón en la calle Yrigoyen ya se habían anulado esas chances.
Carlos Amieva no era uno más en Tunuyán. Era un referente del deporte. Uno de los entrenadores de vóley y beach vóley más conocidos de la provincia. Un formador de talentos. Algunos de sus equipos y varios alumnos habían conseguido con él medallas importantes a nivel nacional e internacional. Poseía una clara actitud docente. Hizo periodismo deportivo y fue camarógrafo.
¿Habrá alcanzado esta víctima a pensar (a recuperar) algo lindo mientras el virus de la violencia alcanzaba su cabeza y perdía el conocimiento? Los testigos dijeron que el ataque fue brutal. Amieva, de cuerpo portentoso, se desplomó sobre el pavimento.
Viudo y padre de cuatro hijos, tres varones y una mujer, uno de los cuales, Bautista, ya es un galardonado voleibolista, el finado Amieva tuvo la desgraciada suerte de toparse con dos apurados de apellido Sicre, tío y sobrino (Diego de 30 años, y Matías, de 24), ambos en la plenitud de la fuerza física, quienes fueron los que descargaron los golpes sobre él.
El reciente viernes 22, este columnista tuvo una sensación rara cuando terminaba de ver la tercera temporada de After life, la serie de Ricky Gervais sobre un hombre que no logra superar la muerte de su mujer.
En la larga escena final suena de fondo esa maravillosa canción de Joni Mitchell llamada Both side now (Desde ambos lados) que es de 1969 y que sigue siendo uno de los temas más sentimentales y nostálgicos creados en el Siglo Veinte. La nostalgia es una palabra muy potente que significa "la vuelta del dolor".
No sé por qué, tal vez por lo viva que está la noticia del tunuyanino o por lo impactante que fue su deceso, lo cierto es que dicha canción puesta en esa serie me hizo pensar en Amieva, pero sobre todo en los suyos, en los que ahora están obligados a seguir en pie, en particular sus hijos. Porque precisamente de eso trata la serie: de cómo vivir mientras se elabora un duelo.
La canción de Joni Mitchel habla de quien ha conocido la vida "desde los dos lados", desde la alegría y desde el dolor, pero que cae en la cuenta de que aquello que realmente conoce son "ilusiones de la vida" y que, a pesar de eso, "algo se ha ganado y algo se ha perdido al vivir cada día".
Nunca conocí personalmente ni traté a Amieva, sin embargo todo nos sugiere que fue un buen tipo, alguien que no merecía un final violento y mucho menos por una pavada generada en el tránsito.
No van 1.000 personas al sepelio de alguien que no ha sido buena gente. Amieva se fue siendo una especie de embajador de su departamento y del Valle de Uco. Mente sana en cuerpo sano. Y justo a él le destrozaron la cabeza.