Vacaciones de infierno

Ocho consejos para bancarse las vacaciones de invierno sin fundirse y claudicar en un pico de estrés

Quince días de niños felices, padres desfinanciados y tarjetas con límite quemado. Algunas ideas para no perder la dignidad en el intento

Vacaciones de invierno. Tres palabras que, en la fantasía colectiva, evocan niños sonrientes, familias unidas, chocolatadas humeantes, tardes de cine, aventuras y magia. Bueno, permítanme pincharles el globo de entrada: para la mayoría de padres, madres y adultos a cargo, las vacaciones de invierno son el pasaje directo a un período de estrés, frustración y bancarrota emocional y financiera, condimentado con un nivel de culpa digna de autoflagelación medieval.

Porque convengamos que estas dos semanitas no fueron pensadas para la felicidad familiar: se inventaron para que los chicos no se congelen en el aula, nada más. Pero en el siglo XXI nos vendieron la idea de que hay que llenarlas de experiencias inolvidables, contenido educativo, paseos culturales y momentos de conexión profunda con los hijos que, digamos todo, durante el resto del año miramos de reojo porque no nos da el tiempo ni el espacio para darles verdadera bolilla.

Así que nos lanzamos de cabeza a programar la felicidad en 15 días, metiendo planes hasta el hartazgo, con la secreta esperanza de tapar todo lo que no hacemos el resto del año. Y en el camino, dejamos la tarjeta de crédito temblando, la paciencia arruinada y a los chicos con expectativas que no vamos a poder sostener ni con un coaching de la NASA.

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No se me ocurre nada más estresante que esta imagen de vacaciones de invierno. Un invalorable plan es quedarse jugando al tutti frutti en casa

No se me ocurre nada más estresante que esta imagen de vacaciones de invierno. Un invalorable plan es quedarse jugando al tutti frutti en casa

Un receso antifrío

Hace unos días, una de mis amigas más prácticas me dijo:

—Deberían adelantar las vacaciones a finales de junio.

—¿Por qué?, le pregunté.

—Porque la última semana de junio y la primera de julio son las más frías del año.

—Ah no —respondí yo—, así nadie puede disfrutar.

Me miró con la paciencia que se le tiene a un cachorro y me remató:

—¿Qué te pensás? ¿Que las vacaciones de invierno son para descansar? ¡Son porque hace frío!

Ahí me quedé pensando, con la agenda de actividades y la app del home banking abierta, por qué demonios yo siento que le debo algo a mi hija en las vacaciones. Les aviso que si alguno me dice que no, no le creo. Porque en vacaciones de invierno los padres y madres tiramos toda la culpa al asador y nos convertimos en misioneros del hayqueísmo:

“Hay que llevarlos a la nieve”

“Hay que ver si nos alcanza para escaparnos a algún lado”

“Hay que conseguir entradas para las 24 obras de teatro, las 12 películas y las 37 actividades culturales”.

Todo eso sin contar el desfile de pijamadas, los empachos de pochoclos, helados y hamburguesas (que en Argentina no es pollo frito como en el Central Park, pero más o menos lo imitamos). Un festín de culpa carísimo que termina, inevitablemente, en padres estresados y malhumorados, hijos sobreexcitados, y un clima de tensión que roza la guerra civil doméstica.

Y como todo estrés viene seguido de peleas, va mi primer consejo de supervivencia:

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Si se van a pelear, quédense en la casa, es mucho más barato y no hay que hacer fila para eso

Si se van a pelear, quédense en la casa, es mucho más barato y no hay que hacer fila para eso

Consejo N°1: no paguen por pelear

Si van a discutir igual —porque el pibe quiere pochoclos de color radioactivo, o porque la nena no quiere sacarse la campera para entrar al teatro— mejor hacerlo en casa. Sale más barato y evita que la gente los mire con cara de “pobres, están destruidos”.

Consejo N°2: no subestimen la fuerza de la manada infantil

Si se juntan primos, vecinitos y amiguitos, el caos está garantizado. Antes de endeudarse en un parque de diversiones, recuerden: su casa misma ya es un parque temático, con la ventaja de no cobrar entrada.

Consejo N°3: eviten la trampa educativa de la culpa

No van a formar genios solo por meterlos en talleres de astronomía, robótica, cerámica y mandarín en dos semanas. Relájense. No perderán Harvard por ver películas pochocleras en bucle.

Consejo N°4: la abuela no es Mary Poppins

El plan maestro de “se los dejo a la abuela” suele fracasar, porque las abuelas ahora están de viaje, en la Costa, en Cacheuta, en un crucero con la plata de la herencia o haciendo yoga en San Rafael. Recurra a ese recurso solo si confirma la presencia de la abuela en el país.

Consejo N°5: nadie recuerda nada el lunes siguiente

Tras todo el trajín, las peleas, los gastos y el stress, el primer día de clases los chicos te van a decir: “Me aburrí”. Así, sin culpa. Acepte la derrota de antemano y proteja su billetera.

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Si papis y mamis! el niño se puede entretener leyendo un libro! no hace falta que tenga luces y se enchufe a un puerto USB. Mientras que se le den vuelta las hojas, es aprovechable

Si papis y mamis! el niño se puede entretener leyendo un libro! no hace falta que tenga luces y se enchufe a un puerto USB. Mientras que se le den vuelta las hojas, es aprovechable

Consejo N°6: abúrranse... todos

Hijos, hijas, hijes, padres, madres, adultos responsables: abracen el aburrimiento. ¿Saben hace cuánto que no nos aburrimos soberanamente como cuando éramos chicos sin internet, con la tele que arrancaba a las seis de la tarde, o nos obligaban a dormir la siesta? Hoy, los chicos de 5 años saben lo que es la “ansiedad”, la “hiperactividad” y el “déficit de atención”, pero no tienen la más mínima idea de lo que significa aburrirse.

Y el aburrimiento es un tesoro: ahí se inventan idiomas secretos, se descubren libros, se hacen dibujos con velas, se despega la plasticola seca de la mano como un pellejo, se recuerdan capitales del mundo y hasta —con suerte— se identifica si eso que me pasa es tristeza, ansiedad, o simplemente nada.

Consejo N°7: no se hagan los originales

Basta de proyectos estrambóticos para que “este año sea diferente”. No hace falta que los lleven a bucear al Triángulo de las Bermudas ni a recorrer la grieta de San Andrés desde el Atacama hasta California.

Ahí nomás, a la vuelta de la casa, hay dos baldíos interesantísimos para explorar, o pueden caminar el barrio aprendiendo nombres de calles. Hasta pueden intentar ir al kiosco, pagar con su plata y contar el vuelto. Buenísimo, ya de paso se enteran de que el dinero se termina antes de lo que uno imagina.

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El permitido de las vacaciones: el niño aburrido. Esto puede suceder y papi y mami pueden transitarlo sin culpa. No teman: algo se le va a ocurrir

El permitido de las vacaciones: el niño aburrido. Esto puede suceder y papi y mami pueden transitarlo sin culpa. No teman: algo se le va a ocurrir

Consejo N°8: bajen las expectativas, la tecnología estará presente

Dejen de autoengañarse con que “estas vacaciones también vamos a descansar de las pantallas”. Los pibes no se bancan estar sin internet, ni acá, ni en la China comunista. Imaginar un mundo sin Wi Fi para ellos es casi tan terrorífico como las imágenes del Apocalipsis para los que crecimos con catecismo. Nada es más mentiroso que pensar que vamos a jugar al TEG toda la tarde en lugar de hacer coreos de TikTok, porque los chicos van a terminar buscando en internet “20 trucos para ganar al TEG sin haber jugado nunca y que el juego dure media hora”.

Corolario: quiten de ahí esos mandatos

Relájense. Ser normales no es dañino. Está bueno proponer otros juegos, un paseo, incluso llevarlos a la biblioteca (un sitio tan raro para ellos que será ciencia ficción). Pero tampoco se atosiguen de culpa si el chico estuvo dos horas jugando a la Play en vez de ser feliz con mamá y papá.

Y ahí termina la historia: vacaciones de invierno son eso. Un recreo caro, lleno de culpa y de peleas, con padres que intentan salvar el año en dos semanas y niños que, por más esfuerzos que hagamos, igual volverán diciendo que se aburrieron. Mejor permitirse un poquito de ese aburrimiento con dignidad. Al menos, sale gratis.